Profesor Luna

Capítulo 29

 

LÍA ALEXANDER

 

Con la inocencia que sólo es propia de un niño, pero con más cargas emocionales de las que merecía llevar, pasaba los días jugando con la esperanza y los sueños a modo de compañía. Ignoraba todo lo malo que había a su alrededor, imaginando que vivía en una casa más grande, con una madre más amorosa y con la certeza de que todo estaba bien y todo era tranquilo. Se convencía a sí misma de que en algún momento su vida cambiaría y se convertiría en una princesa con un amplio vestido blanco, que al mirarse al espejo se encontraría a sí misma tan bonita, tan fuerte, tan mayor y valiente como su hermana.

Sólo podía seguir su día con la promesa de que el siguiente sería distinto y cuando llegaba el siguiente todo volvía a empezar. La magia que necesitaba la tenía en su edad. Pues, estaba segura de que un adulto no pasaría de las cosas malas con tanta facilidad como ella. Para ejemplo bastaba mirar a su hermana mayor y a su madre.

Durante algunos años había amado a su madre, tanto, que mantenía la esperanza de que ella cambiaría, que llegaría feliz del trabajo porque al fin podría pasar tiempo con ella, pero no era así. Y las escasas ocasiones en las que eso sucedió, alimentaban con esperanza a su deseo. Pero un día despertó y observó su entorno, nada cambiará...

Aceptó su vida.

Con apenas nueve años aceptó que Victoria era solo Victoria, que ella y su hermana nunca serían suficiente para su madre, que nunca tendría lindas historias sobre aventuras con ella, porque llevaba años esperando por eso y no sucedió. No sucedería, se dio por vencida…

Porque tal vez Lía no había tenido la opción de elegir a una madre que la quisiera como ella lo deseaba y merecía, pero entendía que Victoria tampoco había podido elegir una hija que necesitará menos amor del que ella tenía para ofrecer.

Lía Alexander, en contra de lo que su hermana mayor hubiese deseado, también se estaba forjando como una chica fuerte y realista. Porque por más que Layla intentó cuidar su inocencia, Lía era una muy buena observadora y entendía todo mejor de lo que creían los adultos. Desde que tenía memoria entendió que cuando sale la frase “tranquilo, es una niña, no lo entiende”, ella debía prestar el doble de atención. Así que, sí, entendía todo lo que pasaba a su alrededor, o cuando menos la gran mayoría. Aunque, no tener responsabilidad en todo eso lo hacía sencillo, también la hacía sentir un tanto culpable, porque al estar tan enterada de todo, sabía también que su hermana no llevaba la vida que cualquier chica de su edad debería llevar. Valoraba tanto eso; el que su hermana se ocupara de ella.

Cuando Lía era abrazada por su hermana mayor todo su mundo se volvía un poco menos malo. Le tenía una devota admiración y la amaba tanto que podría llegar a hacer cosas inimaginables por ella y es que la certeza de que era la única persona que tenía la llevaba a tener un miedo profundo y paralizante de que un día la dejara.

Por otra parte, sus días saltaban de la escuela a la casa de su vecina; Diane. Lía sabía que la forma en la que Diane la miraba reflejaba tristeza y lástima, se imaginaba a su propia hija en el lugar de Lía. Por eso seguía cuidándola a pesar de las peleas en susurros con su marido que siempre le decía que se meterían en problemas porque Victoria era un imán para ello. Pero cada una de las veces, Diane le contestaba rotundamente: ''Lo hago por ellas, ellas no tienen la culpa''.

Lía pensaba que quizá esa mujer tenía un poco de razón porque, ¿cómo podrían ella y su hermana ser las culpables del desamor de su madre?

Diane era una buena persona y cocinaba delicioso, repartía tareas y golosinas para Lía y Brena de manera equitativa.

Lía consideraba a Brena como su mejor amiga porque evidentemente pasaban gran parte del tiempo juntas. Brena no le preguntaba cosas sobre su casa y su mamá porque veía en la mirada de Lía que ese tema siempre la ponía triste. Brena sólo le preguntaba por Layla, Lía amaba hablar de ella; de cómo hacía pasteles y preparaba café en la calle España, cómo se dejaba trenzar el cabello si se lo pedía y cómo le ayudaba con las tareas y le traía postres. Brena sabía lo deliciosos que eran aquellos pastelillos, disfrutaba una porción semanal, que su madre recibía para que Layla sintiera que era un cambio y no un favor porque nunca le había gustado recibir favores sin pagarlos.

Lía sospechaba que estaba ocurriendo algo extraño con su hermana. Los últimos días había estado más feliz pero más dispersa que nunca, como si a ratos se olvidara de Lía, al menos así lo percibía ella. Así que Lía le preguntó, y Layla le contó que tenía un amor secreto; todas las piezas encajaron para Lía, que se puso feliz y pidió a su hermana conocer a su amor secreto. Layla prometió que sería así, pero había cosas que hacer antes. Lía estuvo bien con eso, salvo que nunca pasó, porque entonces Layla lloraba mucho y su amor secreto se había terminado. Lía se escabullía en la cama de su hermana todas las noches para abrazarla porque no podía ver a su persona favorita tan triste.

Todo pasará hermana, pronto seremos pájaros y podremos volar le decía Lía y Layla dejaba de llorar.

Lía sólo flotaba entre sus días aferrándose a la vida y al sueño de tener una mejor historia, una más feliz, en la que ella y Layla pudiese abrir las alas como los pájaros azules que revoloteaban en el jardín de Diane. Pero, que, a diferencia de ellos, dejasen su nido para explorar los cielos. Porque el cielo parece el mejor lugar para sentirse libre.




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