Profesor Luna

Capítulo 31

 

DANIEL LUNA

 

Daniel Luna había llegado a una nueva ciudad, buscando un nuevo comienzo, buscando todo tipo de nuevas oportunidades, todo menos amor. Hace poco había terminado una relación, con una mujer con la que estuvo a punto de casarse. Al principio creyó que tenían algo bueno, después, lo bueno ya no era un “algo” suficiente, entonces nada funcionaba y todo eran malentendidos, así que terminó.

Llevaba doce años siendo profesor de primaria. Amaba enseñar a personitas pequeñas, porque absorbían el conocimiento como esponjas. Le apasionaba mostrarles el lado científico de las cosas y hacerlos reflexionar.

Tomaba largas caminatas por la ciudad porque le parecía hermosa y el paisaje verdoso y pintoresco le daba tranquilidad. Caminaba y caminaba, sin buscar nada. Y de pronto, se cruzó con ella y el hecho de que no fuese mientras caminaba lo hizo sentir que era cosa del destino.

Grandes ojos verdes de pestañas largas y cejas pobladas, una nariz pequeña y labios de muñeca. Ella era toda una obra de arte, aún con sus malos modos y gestos de desagrado, aun con su tono cortante y sus monosílabos en respuesta… y también era la madre de su alumna. Pensó en tratar de detener aquella urgencia por saber más de ella, pero en realidad quería descifrarla, descubrir lo que ocultaba tras aquella sonrisa forzada. Aun cuando desde el principio todo apuntaba a que podría terminar en ruinas, decidió continuar con ese amor fraguante. Inusual, inútil amor.

Llevaba varios años pisando el mundo y expresar las emociones se había vuelto una convicción para él. No creía en eso de hacerse los interesantes, no creía del todo en que el misterio enamora, o al menos no lo utilizaba para conquistar mujeres. Sin embargo, aún no podía evitar caer rendido ante una mirada enigmática, por eso no pudo resistirse a los claros ojos, tan tristes y rudos a la vez; a los ojos de Layla Alexander.

Layla...

Risas burlonas y palabras cortantes. Una voz melodiosa que podía llegar a ser tan ofensiva que haría llorar a débiles.

Ella veía el mundo de una forma tan cerrada y abierta a la vez que parecía tener más de una personalidad.

Soñaba con los ojos abiertos y cuando se perdía en sus pensamientos alegres, sonreía sin darse cuenta.

No sonreía a menudo, a veces si Daniel miraba sus ojos por varios segundos, podía notar el dolor y sufrimiento que se escondían tras su iris esmeralda.

Layla... Felicidad, curiosidad, dudas e incertidumbre. Era el sol y las estrellas a la vez, impulsiva, espontánea y preciosa... Se había convertido en una debilidad para él.

Había sido la primera mujer por la que se había sentido verdaderamente atraído en más de un año y lo suyo había terminado mucho antes de empezar.

Cuando la vio aquella fatídica tarde en aquel estúpido centro comercial, después de saber la verdad y preguntarse cómo es que algo así le podía estar sucediendo a él, después de que ella fue hasta su departamento, después de deshacer la maleta que había armado por la impulsividad de sus sentimientos, cuando tomó un segundo para pensar; por un par de minutos deseó no haber descubierto aquello. Deseó no haber ido a comprar pasta para la cena, deseó seguir en la oscuridad y entonces comenzó todo, todo su tormento…

¿Qué tan estúpidamente enamorado podía estar para desear no haberse enterado de algo que lo cambiaba todo?... Y es que era eso; ya nada sería igual, jamás... Ni siquiera él mismo.

Lo cierto es que el amor trastorna un poco a las personas y la decepción puede tener un efecto mortal y doloroso.

Cuando ella acudió a su departamento ni siquiera podía mirarla, porque no podía aceptar que amaba a una chica tan joven. No quería hacerlo, no quería amarla. No quería mirarla porque uno de los dos había sabido todo el tiempo que aquello era falso y esa persona estaba frente a él, acusándolo de cosas que lo hicieron replantearse toda su vida.

Comenzó a cuestionarse a sí mismo si en caso de que ella no hubiese entrado aquel primer día al salón de clases presentándose como la madre de su alumna; si la hubiese visto un día de manera inesperada cruzando la calle sin su disfraz de adulto; si aun viéndola, siendo una chica de dieciocho años, sus ojos la hubiesen notado.

Se atormentaba día y noche preguntándose si la posibilidad de que aun sabiendo su edad pudiese haber llegado a él, si se había enamorado de ella o del personaje… De cualquier forma, ya estaba jodido.

Se sentía tan defraudado. Se sentía por los suelos. Nunca había terminado una relación de esa manera. Porque nunca había sido engañado a tal grado. Descubrir que todo había sido una mentira, que había construido un castillo de sueños en su mente que resultó ser tan volátil como uno de naipes… necesitaba un trago… o quizá la botella completa.

Ni siquiera el paso de los días callaron sus miedos y dudas, pero al menos la claridad llegó a sus pensamientos; también necesitaba continuar.

Su necesidad por saber todo lo mantenía noches enteras despierto. Los niños en su salón le preguntaban si estaba enfermo y lo estaba; estaba enfermo de duda, Entonces su jefe le preguntó también y tuvo que tomar una decisión; marcharse. No había de otra, no había más.




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