Profesor Luna

Capítulo 32

 

Layla volvió al trabajo, cansada y con toda su vida hecha un desorden. Se sentía como meses atrás; cuando todo era demasiado igual. Caminaba arrastrando los pies y le pesaba hasta parpadear. Se había quitado algunas cargas de encima, pero a veces ni eso alivia el peso de la conciencia dañada y el arrepentimiento.

Pasaron seis días antes de que por fin pudiese verlo. Mientras tanto Emma procuraba no dejarla sola por mucho tiempo, porque si lo hacía la encontraba al borde del llanto. Era como si al fin todas las lágrimas que había estado guardando lucharan por salir.

Layla le había contado a Connie, Ginna y Emma que quizá dejaría de ir sin aviso, ellas estaban al tanto de que planeaba “mudarse”. Y aunque parecían decepcionadas de no contar más con su presencia, en el fondo, hasta ellas sabían que quizá era lo mejor para esa apagada chica.

Connie y Ginna podían adjudicar sus problemas de tristeza y llanto a su situación familiar, la mudanza y cambio de vida. Sin embargo, sólo Emma sabía la realidad. Las tres la apoyaban, pero sólo su mejor amiga sabía que los sollozos que escuchaban mientras Layla se escondía en el baño, se debían a un hombre que vestía de traje y caminaba por algún lugar de la ciudad tratando de superar lo que habían vivido.

—Tomaré mi descanso, no tardaré ¿Vale? —Emma la miró sobre su hombro, al hablar.

Layla asintió mientras guardaba pequeñas galletas de nuez en lindas cajas rosadas.

—No te preocupes por mí, estoy mejor —Layla sonrió para tranquilizar a su amiga de semblante preocupado.

—No hay muchos clientes, pero puedes llamarme si me necesitas. Ginna está horneando así que...

—Si, si, está bien Emma —la cortó, con un gesto de la mano.

Cuando su amiga fue hacia la cocina, dejándola sola en el mostrador, Layla trató de no pensar demasiado, porque si lo hacía terminaba llorando. Sus ojos eran como una fuente y el hecho de que todo lo que había estado bien hace unas semanas ahora estaba hecho pedazos, no ayudaba demasiado.

Sorbió por la nariz, tratando de mantener la compostura al recordar la conversación que mantuvo con su madre. Tratando de no pensar en la carita de tristeza de su hermana al saber que Victoria quería mudarse y dejarlas solas.

La campanilla sonó y ella se giró para evitar que alguien la viese en su fatal estado. Trató de tomar algunas respiraciones rápidas para preparar una sonrisa que bastase para parecer amable frente al cliente recién llegado.

—Hola, quiero un café grande sin azúcar, por favor…

Y entonces el aire se quedó atrapado en sus pulmones, porque aquella voz pertenecía a alguien que conocía. Se giró de a poco, con la mano sobre su pecho, tratando de sostener los pedazos de su corazón, como si estos fuesen a caer a sus pies, dejándola vacía. Ya no tenía sentido que intentase huir cunado los últimos días había pasado esperando por ese reencuentro.

Daniel Luna definitivamente no esperaba encontrarla en la pastelería, pero ahí estaba y verla trabajando en aquel lugar le hizo mucho sentido. Añadió unas cuantas piezas más al rompecabezas. Una parte de él quería saberlo todo, quería obligarla desde su posición afectada a contarle todos y cada uno de los detalles, pero por su bienestar mental prefería sufrir desde la duda.

La miró y aunque en lo profundo de su ser sabía que había llegado el momento de tener aquella conversación postergada, sólo quería abrazarla.

Ella lo observó; lucía tan cansado como ella.

¿Alguna vez te ha pasado que imaginas volver a ver a una persona, todo lo que le dirás, todo lo que pasará, pero cuando ocurre, ni siquiera sabes que decir?

El silencio parecía eterno y se sentía exageradamente mortal.

Layla comenzó a preparar el café en silencio, sintiendo la mirada de Daniel clavada en su espalda. Con sus manos temblorosas y lágrimas sigilosas corriendo por sus mejillas que ella limpiaba con fuerza con el dorso de sus manos. Tomó varios segundos para reunir toda su fuerza y obligar al llanto a detenerse.

Entonces se dirigió a él y puso el vaso sobre el mostrador. Él la miraba, no con odio, no con rencor, sólo con miedo y tristeza.

— ¿Tienes un momento para hablar?

Layla en aquel momento se había acobardado un poco. Ya no quería hacerlo, no quería tener la conversación que llevaba días imaginando. De pronto, todo lo que quería decir ya no estaba en ningún lugar visible de su memoria, pero no podía negarse, No podía negarle nada después de todo lo que había sucedido.

Asintió y vio a Emma acercarse desde la cocina, como si su amiga pudiese oler que algo andaba mal. Emma miró a su amiga y luego siguió su mirada, entonces supo lo que estaba pasando.

Cuando amas a alguien, no de una manera romántica, si no un amor fraternal, incondicional y sincero, es inevitable sentir empatía. Es inevitable no compadecer a esa persona, aun cuando en el fondo sabes que es un dolor buscado. Emma se sentía de esta manera, no podía evitar sentir tristeza por su amiga. La miró; Lay tenía los ojos irritados y las mejillas coloradas.

Cuando Layla le devolvió la mirada, Emma asintió hacia ella.

—Ve, yo me encargo.




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