Le ayudó a levantarse, apenas podía la chica mover la pierna, cada paso le atormentaba, la colgó Bryan sobre su hombro y la escoltó hasta el baño, no les apartaron la mirada hasta perderse, trabó la puerta al entrar. En el botiquín bien surtido encontraron cuanto pudiera hacerles falta, Mia se sentó sobre la tapa del retrete, se remangó el pantalón, la infección había empeorado, ya le cubría la mitad del muslo. El contacto con la tela le hacía retorcerse. Él le quitó las vendas con cuidado. La piel se desprendía de la zona afectada.
Sacó del botiquín dos rollos de vendas, también un pomo de crema y dos frascos de Metastosil Alfa, con ello suficiente para aliviar el dolor, cargó una jeringuilla y se la aplicó sobre la carne contaminada. Sintió el estupor, el líquido recorriéndola, una dosis doble; pronto no sentiría nada.
–Estarás bien, con esto alcanzará hasta la noche –le alentó Bryan.
–No nos queda mucho tiempo –suspiró ella –. ¿Quién es ese sujeto? Creí que nos dispararía.
–Le debemos la vida que nos queda, de no ser por él nos habrían aniquilado esos malditos –le resumió –. Pero es un tipo medio desquiciado. Es mejor que nos larguemos de aquí cuanto antes.
–Estoy muy cansada. Esto está tardando demasiado –gimió.
–Yo también estoy cansado, bebé. Pero aun nos falta un buen trecho para llegar –le untó con crema y le envolvió la pierna casi por entero –. Todavía nos queda la peor parte, después de eso solo nos queda esperar tranquilamente.
–¿Por qué haces esto? –le reprochó con cierto desprecio –. Puedes dejarme si así lo quisieras, tú no estás infectado, puedes tener una vida larga. ¿Por qué sigues conmigo?
–Lo prometimos. ¿Verdad? Que estaríamos juntos hasta el fin –dejó el joven su labor, levantó el rostro caído de ella por el mentón –. El objetivo de mi vida ahora es estar a tu lado y cumplir con nuestra venganza. No hay mañana después de eso.
–¿Aun me amas? –sufrió Mia –. ¿Aunque la mitad de mí ya sea un cadáver?
–Te amo tanto como ayer y el primer día. No importa que te transformes en una de esas cosas, también yo lo haré para seguir estando junto a ti.
Le apresó por el cuello, le obligó contra sus labios, le arrebató un beso que Bryan no negó, la medicina hizo su efecto de prisa, le robaron unos minutos al drama horrible que había en el exterior, en aquel espacio solo estaban ellos, lo que les esperaba sería muy duro, quizás no volverían a tener tiempo, lo aprovecharon devorándose de placer. Cuando acabaron, afuera el horror continuaba. Se arreglaron y volvieron a la sala. Tuvo el joven de guardarse el resto de las ampolletas y la jeringa. Su dueño no notaría el robo. Lo encontraron sentado en el mismo lugar que lo dejaron.
–¿Ya te sientes mejor? –le preguntó con una leve sonrisa.
–Sí, mucho mejor. Gracias.
–¿Tienen hambre? Hay comida y agua fresca en el refrigerador.
–Estamos bien –se interpuso Bryan –. Basta cuanto ya ha hecho por nosotros. el día se termina, tenemos que marcharnos.
–Bien dicho –se despegó de su sillón –. Síganme.
Los llevó al fondo, hasta el garaje debajo del edificio. Había algunos autos estacionados desordenadamente, bien predispuestos a partir. Ya no había quienes los condujeran.
–Tomen uno de estos, tienen gasolina. La llave está adentro –les dice con aires generosos –. Antes éramos muchos aquí resistiendo y esperando salir hacia un lugar seguro, pero tal cosa no existía y pronto fue demasiado tarde. Usen el que quieran. ¿Por qué no eliges uno, cariño?
Mia lo miró sorprendida.
–Anda, ve. El que más te guste, no significan nada para mí.
No era el privilegio, la chica le entendió, se acercó a los autos, fingió interesarse, el espacio que el viejo buscaba hacer. Detuvo a Bryan con su mano en el pecho, se volvió para que su novia no leyera su intención.
–Sabes que no le queda mucho de vida. ¿Verdad? –hizo una seña hacia Mia –. Vi a toda mi familia morir sin poder hacer nada, y a tantos otros que no podría contar. Por su aspecto calculo un día o dos con suerte, máximo. Entonces será uno de ellos. ¿Comprendes eso?
–Lo sé. Pero hasta que no caiga y regrese como una de esas cosas sigue siendo mi chica y no la abandonaré –le responde con firmeza –. Además lo que le quede a ella será lo que me quede también a mí y estaremos juntos hasta el fin.
–Entiendo. Entonces lleva esto –sacó de entre su ropa una pistola, parecía de policía –. Está cargada, ten cuidado. Para cuando tu novia deje de serlo y lleves de la mano a un monstruo. Ya no sabrá quién eres y tú no le deberás nada.
No se molestó en darle más explicaciones, tomó el arma y la guardó a su espalda, le serviría e el lugar a donde se dirigían aunque mucho no valdría contra el ejército de soldados, sería la última opción, un seguro contra cualquier emergencia. Le agradeció aun así por su concejo, sabía que nunca lo haría, acabar con Mia, ya estaba muerta aunque respirara, por tan nefasto final no se hubieran embarcado en tamaña odisea, en paz se habrían quedado en su casa esperando lo inevitable, no deseaba ella que fuese en vano su desgracia y él le juró acompañarla en su delirio, lo único que les quedaba.
Mia eligió entre los distintos autos, no había olvidado los pormenores, el beneficio, al lado de los coches parecía una chatarra, un Céliper negro, veloz y ágil, fácil de maniobrar entre los obstáculos que el camino les esperaba, atravesar aquella cuidad tomada no sería sencillo, con él quizás les resultara menos ardua su intrusión. Además le gustaba por su encanto símil a un juguete. Se acomodó de su lado, ajustó el asiento a su comodidad. Estaba lista para partir. Bryan tomó el volante, giró la llave. El motor respondió de inmediato.
–¿Adonde piensan ir ahora? –les indagó el viejo.
–A Sokoma, como lo hemos dicho desde el principio –le responde el chico con ligereza, grabó en el inquisidor una mueca de espanto de la que Mia se rió tentada.