2. Fiesta de cumpleaños.
Dominic Gonlot fue llamado del colegio por falta sin justificación.
Isa lo miró y supo que había ido de fiesta con sus amigos. Pensó: sabe quien es, el maldito. Cuando cortó, observó a Dominic con una mirada de odio. Detrás de él, por la puerta que llevaba a la cocina, se asomó el pequeño Bryan. Saboreaba una salchicha que acababa de darle ella.
-Eres igual a tu padre...
-Dije que basta de mencionarlo -gruñó Dominic.
-El siempre faltaba al colegio, y sin justificación. Espero que Bray no sea como tú y él.
-Más que lamentarte de haberle arruinado la vida, luego de una pelea de... -vio que Bryan estaba parado, detrás de él- ya lo sabes, ¿no piensas decir perdón?
-No puedo.
-Eres una persona maldita.
-Mira, Dominic. Yo digo lo que quiero de ese maldito traicionero, no fue mi culpa que haya chocado y ¡pum!, al cielo. Si ese tipo no hubiera estado con, sus cosas, todo sería distinto, no me hago cargo.
-Mujer malvada, ¿por qué? Ay Dios, ayúdame. El chocó porque se sentía arruinado. -Isa se esfumó de allí, y Dominic comenzaba a masticar el dulce que tenía en su bolsillo trasero. Era aquella tarde de otoño casi primaveral, en la que las niñas salían al parque a recoger florecillas rosas, acompañadas de sus abuelos que terminaban sentados en un banco de plaza, frente a un pequeño lago, dándole de comer a las palomas.
Charlie había salido a un cumpleaños de una amiga, que, en ese momento, era una empresaria de lujo. Pudo percibir la situación de primavera. Miraba de reojo mientras pasaba por el parque de la ciudad. El teléfono le sonaba hacía unos minutos, y sabría que sería su madre deseándole buena suerte. Ya es todo un adolescente, diría ello, enorgullecida.
Charlie tenía veinte años. El rayo del sol de atardecer le daba en la cara, e intentaba esquivarlo. Sabía que si subía la ventilla moriría de calor, aunque el sabía que luego se aproximaría una tormenta, a eso de la medianoche. En ese coche, no había calefacción alguna. El aire acondicionador no andaba, y eso le perjudicaba. Ante él, se formó una oleada de niños que según él, eran de una excursión escolar. Eran todos petizos, y cruzaban de la esquina del supermercado hacia la otra, donde se encontraba la cafetería, inaugurada años atrás. Se aproximó al lugar donde siempre se producía un vendaval maléfico. Cruzó una calle en perpendicular e intentó girar hacia la derecha para así poder llegar en segundos. Era contramano, no había nadie, y, rápidamente, comenzó a reproducirse una hilera de vehículos interminable. Los automóviles le dejaron un espacio, avanzó y dobló hacia la izquierda, estaba en una avenida. A esas horas el vendaval se estaría aproximando; además, siempre solía haber coches en esa zona. Debía dar una vuelta para poder entrar justo, y rápido. Antes de llegar a la esquina del Banco Nacional, dio un medio giro hacia la derecha y apretó el acelerador. Era un callejón sin iluminación, era un obstáculo más para él. Cuando finalizó, se encontraba en la parada de tren, y consiguió meterse entre una fila de coches que iban a mil por hora. Nuevamente, aceleró. Al llegar hacia la esquina, volvió a entrar en dirección incorrecta a la avenida, y avanzó como todo un campeón, rompiendo el acelerador de tanto apretarlo, estaba en quinta. Cuando tuvo la oportunidad, en un momento en el que los semáforos se encontraban todos en rojo, excepto el de la esquina del Banco, aceleró. La fila había reducido, y pudo estacionar. «¿Cómo demonios hicieron los invitados para llegar?», pensó. Sudaba como un boxeador al haber finalizado la pelea.