Isa estaba en el pequeño vestíbulo, leyendo una novela romántica. Domi jugaba junto a Bryan, que bajaba y subía por las escaleras. Charlie seguía durmiendo, eran las 12.02 del mediodía. La televisión de la habitación de Isa estaba encendida, y transmitía un episodio de Los Simpson. Con sus lentes celestes, Bryan lo miraba fijamente. Detrás suyo, acostado en la cama, transpirando, estaba Domi.
-Carrera -dijo él y salió corriendo a toda máquina- te ganaré, forastero. -Bryan tomó la delantera, bajando más rápido. Domi le alcanzó de inmediato y chocó contra la puerta entreabierta, riéndose.
-Cuidado, Dominic.
-Lo tendré, mamá.
-Tú Bryan también. -Él miraba por el ventanal de la habitación de su madre, las letras. Charlie le había enseñado cada una de ellas, y que decía: prohibido el paso. Le explicó que significaba prohibido y el entendió. Aunque, en realidad, le entraba curiosidad por saber que había allí dentro, y el todavía no estaba -o quizás sí- en una edad en la que conozca lo que verdaderamente es el peligro. El llegó a conocer a su padre, y su familia le seguía mintiendo que había ido de viaje al famoso Paraíso; unas hermosas islas con vista al mar, en medio del mar caliente, tibio y frío, color turquesa.
Bray hizo un gesto de asentimiento.
El llegó a aceptar lo que su familia le había dicho, aunque no del todo. Podía entender que el quizás podría haber muerto, y que morir para Bryan significaba ir al cielo. Sentía que cielo y Paraíso eran palabras idénticas, aunque un día decidió preguntarle a su madre, y ella insinuó que trataba sobre ese tema. Ella le negó: no se parecen en nada, Bray... en nada. Recuérdalo. Le había dicho, riendo, pero, dentro suyo, preocupada.
Bray dirigió la vista a la televisión y luego al vestíbulo; las escaleras llevaban a Domi tirado en el suelo, haciendo deberes. Su hermano era un chico de dieciséis años aniñado, aunque en realidad no era así con sus amigos. Volvió a mirar al televisor. Yacía detrás de él algo que comenzaba a expandirse por la pared. Algo color rojo, un carmín, rojo y oscuro como la sangre. En la pared, como si un cuchillo sería pasado por ella, comenzó a escribirse una letra, era la V. Él la conocía, su madre le había comentado: no te olvides algo pequeño, la V y la B no son iguales, suenan exactamente igual y son dos be, pero cambia a la hora de pronunciarlo. Le dio un claro ejemplo y él la imitó. Luego, mientras la sangre caía por las paredes y luego impactaba contra el televisor, golpeaba y salpicaba la cara a Bray, se escribió la E. Luego, volvió a leer la corta palabra: Ve. Las letras eran idénticas a las de prohibido el paso, exactamente iguales. Bryan sentía miedo, temblaba, y de a poco comenzaba a sudar. Por momentos, comenzó a oír voces bajitas, que parecían venir desde muy lejos, hasta que se desvanecían. Pero él tenía la mirada fija en esas palabras, en la sangre, en la cara de su padre que poco a poco comenzó a regenerarse bajo el ve, señalada por una flecha. Ésta, apuntaba al lugar prohibido. Una nueva voz, que el desconocía -aunque la había oído alguna vez; le parecía vagamente conocida, pero no consiguió registrarla- comenzó a retumbar por su cabeza: me hubiera gustado verte en ésta época. La zorra de tu madre es la culpable, ella me obligó a entrar allí, ella fue. No le cuentes a nadie... si quieres, acusa a la maldita perra de tu madre, si es que tienes las agallas necesarias para gritarle groserías. Tu papi.
Bryan podía tener una vista panorámica de su alrededor, pero solamente veía una lóbrega oscuridad que asustaba. Luego, vio a través de las paredes, como si fuera un Walabot humano. Detrás suyo, oía ruidos. Eran más que nada gemidos de tristeza y dolor. Se oían cadenazos y gritos: ¡toma tu merecida, amiga! Alcanzaba a escuchar. Sus orejas parecían haber explotado. Sus ojos estaban rodeados por unas ojeras grandes, éstos comenzaban a decaer. Estaban rojos como la sangre de la pared, y sintió que su cabeza se movía. Por momentos, intentó mover sus manos para quitarse aquello que tanto le molestaba de la cabeza, pero no pudo realizar ningún movimiento. Consiguió levantar la mirada, y vio un rostro completamente desconocido: no te atrevas a entrar -decía- niño, no sabes que puede llegar a pasarte, puedes morir. Parecía estar peleando con Frank. Los cadenazos seguían en pie, se oían desde muy lejos.
-¡Bryan!
El despertó y se echó a llorar, a los brazos de su madre, quien accedió a abrazarlo.
-No pasa nada, pequeño. ¿Qué te sucedió? -Ambos fueron hacia el baño, eran las 13.51.