Madre e hijo se habían peleado. Bryan estaba a un lado de ella, y miraba hacia adelante, enfadado.
-Bray, por favor, explica que sucedió. Fundamenta todo.
-Cállate... tu fuiste, tu.
-¿Qué dices?
-El murió, por tu culpa. Maldita, ¡maldita!
Isa estaba en su cama, sentada, llorando. Bryan seguía mirando fijo al cartel de prohibido. En su cabeza, cesaba una canción de rock que siempre solía oír su padre; su voz seguía en marcha, aunque pronunciaba palabras extrañas. Tarareaba la canción. Ante él, el cartel comenzó a moverse, girándose. El cerró sus ojos, «es una visión, como aquella de la habitación», pensó. Los abrió y estaba en su forma normal, recto. Seguía pensando en el ve. Quería ir, tenía demasiada curiosidad e intentaba soportarlo, sabía que su madre lo retaría en cuanto lo vea cruzando la reja. El creía que era eléctrica, y, que al tocarla, se electrocutaría al instante. Bray se paró, y Domi estaba haciendo los deberes. Charlie oía música en sus auriculares, conectado a su celular. Era un iPhone 6S, que sostenía en sus manos y hacía una especie de karaoke. Era rock. A su izquierda tenía un vaso de Pepsi, que, de a cortos sorbos, iba terminándosela. Se encontraba acostado en su cama, la que estaba arriba de la de Domi. El salió a caminar, minutos luego.
La carretera estaba llena. La acera, por su parte, estaba rodeada de perros callejeros, pertenecientes a tipos adinerados. Tenían su casa con un portón y un largo espacio; una mansión completamente increíble y espléndida. Uno de esos tipos, tenía un quipa negro y vestía con un traje elegante, y un libro en la mano. Era Judío. Charlie, al igual que su padre, es Ateo. Jamás creyó en nada. El piensa que el mundo se creó por el mono, no que un Dios lo hizo. Frank pensaba lo mismo; Isabella, en cambio, era religiosa, pero no practicante ni tampoco fan. Eso era por su padre y madre. Él era católico, hijo de un padre Judío. El hizo la semilla católica, y, de allí en adelante, hijos, nietos, bisnietos, serían católicos. Charlie dio largos pasos con los que avanzaba un montón. Paró en la cafetería, de vista al lugar en el que se había festejado el cumpleaños de ayer; odiaba por completo ese lugar, todo el denso camino que tuvo que hacer en el viaje de ida fue odioso. Pidió un Capuchino, como siempre solía hacer. Una morena se le acercó, morocha de pelo y cargando una cartera de leopardo. Bailaba, con sus auriculares blancos en los oídos. Tarareaba un tema seguramente de un cantante negro; para Charlie, era la canción de Beverly Hills Cop. Él la miró y rió, le agradaba ese tipo de personas que parecían estar haciendo un karaoke ridículamente, además, en público. Gente que no tiene vergüenza, pensó. Estaba sentado, con el celular en el bolsillo y los auriculares que acababa de guardar en la abrigada campera. La primavera parecía tomar el poder del otoño, que poco a poco comenzaba a desvanecerse. Algunas hojas seguían cayendo de los árboles, pero no con la misma frecuencia que hacía dos semanas antes. Yacía en la pared un cartel de una fiesta -en aquella cafetería que, antiguamente, era un bar- que había parecido ser sorprendente. Miles de personas rodeaban la barra que estaba a cinco mesas detrás de Charlie. En ésta se hallaban bebidas de todo tipo; el mozo estaba atrás de todo, y podía verse que era un anciano con bigote canoso. Charlie observaba la imagen tranquilamente, mientras, de a largos sorbos, iba acabándose el Capuchino. La morena se paró y fue hacia la barra, en la que pidió dos medialunas para llevar, un café y pequeños paquetitos de azúcar. Todo iría en una bolsa que diría Take Here!, -nombre de la cafetería- color marrón y sujetada por una pequeña cinta. El mozo alemán accedió e ingresó a la cocina. Se volvió hacia ella y ambos esperaron. Minutos después, la bolsa estaba en manos del alemán, y se la dio a ella. En ese momento, Charlie estaba dejando el dinero para irse. Pensó en su padre; vagamente se le vino un recuerdo de él tomando café en su casa, con la cafetera a su derecha, haciendo trabajos para el empleo. Charlie seguía sin creer como podía llegar a estar muerto, era algo que realmente no le entraba en la cabeza. Registró algo en su mente. Estaba él, en su casa. Delante suyo, se encontraba Frank, sangrando la cabeza.
-El perro... ¿lo recuerdas? -Charlie hizo el intento de hablar pero no pudo-. La zorra me mató, y si logras descifrar quién es, te llevarás un premio, chiquillo.
-Pe-pe-pe... pero si yo tengo... ve-ve-ve-ve, veinte años.
-Yo me morí en un choque, Charlie. Fue por su culpa, por la culpa de ella. Yo me sentía arruinado, realmente, me sentía como si fuera un pedazo de caca que hubieran dejado de lado.
-¡¿Quién es ella?! -Gritó.
-Es tu madre, la desgraciada esa. ¿Por qué no eres como Domi? Él si admite que yo morí por su culpa.