Nikolai.
El sonido de la multitud celebrando nuestra victoria aún resonaba en el fondo mientras me quedaba frente a Harry, con una expresión tranquila pero desafiante.
Sabía que el imbécil estaba molesto. Podía verlo en su mandíbula apretada, en la forma en que sus manos se cerraban en puños a los lados de su cuerpo.
Pero, honestamente, me daba igual.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí, Harry? —pregunté con calma, aunque mi tono dejaba claro que no tenía paciencia para su actitud.
—Estoy buscando a mi novia —respondió con sequedad, antes de dirigir su mirada a Amaia.
"¿novia?"
Mis ojos fueron directamente a ella.
Amaia mantenía la espalda recta y no parecía exactamente una chica enamorada.
—Vaya, vaya —murmuré con diversión—. Esto se pone interesante.
Harry se giró hacia mí con una mirada hostil.
—Esto no tiene nada que ver contigo, Deus.
—Oh, pero ahora sí tiene que ver conmigo —repliqué, con una sonrisa arrogante—. Especialmente porque tu"novia" parece más incómoda que otra cosa.
La mandíbula de Harry se tensó. Amaia soltó un suspiro exasperado.
—No soy su novia.
El silencio se hizo en el lugar por un par de segundos.
Vi la forma en que Harry la miró, comosi no pudiera creer lo que había dicho.
—Amaia… —comenzó él, su voz sonaba más controlada esta vez.
—No empieces, Harry —lo interrumpió ella—. No ahora.
Él apretó los labios.
Yo, en cambio, disfruté la escena.
Harry y yo siempre habíamos sido rivales. Desde antes de que él fuera capitán de su equipo, desde antes de que comenzara la temporada de hockey. No era solo la competencia en la pista, era una guerra de egos.Y ahora, ver cómo la chica a la que él llamaba "novia" lo rechazaba enfrentede todos… Era glorioso.
Me llevé una mano a la barbilla, fingiendo pensar.
—Bueno, Harry, parece que tu novia tiene una idea diferente de la relación. Qué lástima.
Harry me lanzó una mirada oscura.
—Cállate, Deus.
—¿Por qué? ¿Te duele la verdad? —me burlé.
Supe que estaba empujando sus límites. Su postura se tensó, su respiración se volvió más fuerte. Estaba al borde de explotar. Pero antes de que pudiera responder, Amaia habló.
—Me voy.
Todos la miramos cuando se giró para salir de la zona de vestidores. Su expresión era indescifrable. Harry intentó seguirla, pero antes de que pudiera dar un paso, me interpuse en su camino.
—¿A dónde crees que vas?
—Apártate, Nikolai.
—Déjala ir.
Harry respiró hondo, tratando de controlar su enojo.
—Esto no es asunto tuyo.
—Me gusta pensar que lo es.
Nos sostuvimos la mirada, midiéndonos el uno al otro.Yo sabía que podía ganarle en una pelea, pero no era el momento ni el lugar.
Después de unos segundos, Harry dejó escapar un gruñido de frustración y se dio la vuelta, alejándose con furia.
Cobarde.
La sonrisa en mi rostro no desapareció.
Después de cambiarme y despedirme de mi equipo, caminé hacia el estacionamiento. Aún había varias personas en el campus, algunos celebrando, otros murmurando sobre la tensión entre Harry y yo.
No me importaba.
Pero lo que sí me importó fue encontrar a Amaia sentada en un Banco cerca de la salida, con la cabeza inclinada hacia abajo. Me detuve por un momento, observándola.
Era raro verla así. En el momento en que la conocí, siempre había tenido una actitud fuerte, incluso desafiante. Pero ahora… parecía agotada.
Rodé los ojos y me acerqué.
—Muñeca, no pareces tan fuerte ahora.
Ella alzó la cabeza y me lanzó una mirada molesta.
—No estoy de humor para tus comentarios, Nikolai.
—Eso parece.
Me senté a su lado sin pedir permiso. Amaia dejó escapar un suspiro y se pasó una mano por el cabello.
—¿Por qué me seguiste?
—No lo hice. Te encontré aquí.
—Claro —dijo con ironía.
Hubo un momento de silencio entre nosotros. Podía sentir su incomodidad, la tensión en su postura.Y, por alguna razón, eso me molestó.
Nunca me importaban los problemasde los demás, pero algo en ella… me hacía querer meterme en su caos.
Apoyé los codos en mis rodillas y giré un poco la cabeza para mirarla.
—¿Qué te pasa con Harry?
—Nada que te importe.
—No me importa. Pero quiero saber.
Ella me miró fijamente, como si intentara decidir si debía confiar en mío no.
Finalmente, dejó escapar otro suspiro.
—Es complicado.
—Lo que veo no parece complicado.
Solo veo a un imbécil que cree que eres suya.
Amaia frunció los labios.
—No es así de simple.
—Claro que lo es.
Ella sacudió la cabeza y desvió lamirada.
Yo la observé por unos segundos.
—Sabes, muñeca… —me incliné un poco más hacia ella—. Si te molesta tanto, ¿por qué no haces algo al respecto?
—¿Y qué sugieres?
Sonreí de lado.
—Darle una lección.
Amaia arqueó una ceja.
—¿Una lección?
—Sí. Algo que le deje claro que no puede controlarte.
Ella me miró con desconfianza.
—¿Por qué me da la sensación de que esto es más por tu rivalidad con él que por ayudarme?
Sonreí aún más.
—¿No puede ser ambas cosas?
Amaia rodó los ojos, pero supe que había plantado la idea en su cabeza.
Y si algo sabía sobre ella, era que no dejaría que nadie la controlara.
Este era solo el inicio del juego.
La oficina de mi madre olía a madera pulida y a un sutil rastro de su perfume caro. Nunca me había gustado estar ahí. Demasiado formal, demasiado ordenado. No era mi estilo.
Pero ahí estaba, sentado en una de las sillas frente a su escritorio, con los brazos cruzados y una expresión aburrida en el rostro.
Mi madre, la directora de la Academia Deus, revisaba unos papeles en su escritorio con su típica expresión severa.
—Hiciste un buen trabajo en el juego —dijo sin apartar la vista de los documentos.
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Editado: 14.04.2025