Nikolai.
Las luces de la pista de hielo todavía estaban encendidas cuando salimos. Amaia iba unos pasos delante de mí, con su cabello oscuro cayendo en ondas sobre su abrigo. Había algo en ella que no terminaba de descifrar. No era solo su mirada desafiante o su mal genio, era esa mezcla entre fragilidad y fuerza, como si estuviera dispuesta a romperse antes que permitir que alguien la doblegara.
Y por alguna razón, esa idea me cabreaba.
—¿Qué miras? —preguntó sin girarse.
—Nada, muñeca —respondí con una sonrisa ladina.
Ella bufó, pero no insistió.
Caminamos en silencio de regreso a los dormitorios, hasta que la vi temblar ligeramente.
—¿Tienes frío?
—No —mintió.
—Claro.
Me quité la chaqueta y la coloqué sobre sus hombros antes de que pudiera protestar.
—Oye, no soy una niña—se quejó.
—Sí, pero sigues temblando —repliqué.
Su mirada se oscureció, pero no se quitó la chaqueta.
Llegamos a su dormitorio y ella se detuvo en la puerta.
—Gracias por hoy.
—¿Por qué exactamente? ¿Por sacarte de tu miseria con Harry, por enseñarte a patinar hockey o por salvarte de una pulmonía?
Ella puso los ojos en blanco.
—Por la última parte.
—Sabía que te gustaba que cuidara de ti.
—No lo hagas raro, Nikolai.
Me reí bajo y me acerqué un poco más.
—Dulces sueños, muñeca.
Antes de que pudiera responder, me di la vuelta y caminé hacia mi propio dormitorio.
Pero mientras avanzaba, no podía sacarme de la cabeza la imagen de Amaia deslizándose en la pista de hielo. Tan libre. Tan hermosa.
Y, por alguna razón, esa imagen se quedó conmigo mucho más tiempo del que debería.
✦ ✦ ✦
Unos días después, las cosas entre Amaia y yo habían cambiado. Ya no discutíamos por cualquier cosa, y su presencia no me resultaba tan molesta. De hecho, la esperaba. Cada encuentro, cada palabra, incluso sus silencios.
En la pista de hielo, se había vuelto constante. A veces patinábamos juntos, otras veces simplemente la observaba practicar desde la orilla. Amaia no hablaba mucho, pero cuando lo hacía, decía justo lo necesario. Nunca más. Nunca menos.
—Tu equilibrio ha mejorado —comenté una tarde mientras ella ejecutaba una pirueta limpia.
—He tenido un buen maestro —respondió sin mirarme, pero con una pequeña sonrisa en los labios.
La misma sonrisa que empezaba a parecer peligrosa.
Faltaban pocos días para las vacaciones de Acción de Gracias, y el ambiente en Deus Academy era más relajado. Las clases se volvían más ligeras, los pasillos más ruidosos. A pesar de que la mayoría regresaría a sus casas, algunos preferían quedarse o pasar las vacaciones con amigos.
Amaia salía de su case de biología, la alcancé en los pasillos.
—Nika pregunta por ti todos los días —le dije sin rodeos.
Ella se detuvo y frunció el ceño.
—¿Nika?
—Mi hermana pequeña. Alexandra también. Y Falena no se calla desde que supo que podrías ir.
—¿Ir… a dónde? —preguntó desconfiada.
—A nuestra casa. Pasarás Acción de Gracias con nosotros —respondí como si fuera lo más obvio del mundo.
—¿Tú me estás invitando?
—Falena y Alexandra lo hicieron yo solo confirme.
Amaia alzó una ceja.
—¿Y Jasver?
—También viene.
Ella pareció pensarlo por unos segundos antes de asentir.
—Está bien. Pero no me obligues a ayudar a cocinar.
—No te preocupes, eso es trabajo de Alexandra —dije con una sonrisa.
—¿Y tú?
—Yo soy el que se roba la comida cuando ella no mira.
Amaia rió suavemente, bajando la mirada.
—Gracias por… invitarme.
No respondí.
Solo asentí y continuamos caminando juntos por el pasillo.
Sin peleas.
Sin sarcasmos.
Solo caminando.
Y por primera vez desde que la conocí, sentí que algo empezaba a cambiar.
Cuando llegamos al jardín trasero de la Academia, nos detuvimos junto al banco de piedra donde usualmente Alexandra se sentaba a leer. Amaia se acomodó la bufanda alrededor del cuello mientras observaba los árboles casi desnudos por el frío.
—¿Siempre es así el otoño aquí? —preguntó, mirando las hojas caídas.
—Los inviernos llegan temprano —respondí—.Pero es hermoso, ¿no?
—Es… tranquilo. En Nueva York, todo era ruido, gente, prisa… aquí todo se siente más lento. Más real.
—Eso me pasa contigo —solté, sin pensar.
Ella me miró con una mezcla de sorpresa y desconfianza.
—¿Eso qué significa?
Me encogí de hombros, metiendo las manos en los bolsillos de mi abrigo.
—Que desde que llegaste, algo cambió. Conmigo. Con todo. Eres… diferente. Amaia desvió la mirada hacia el lago congelado del fondo del jardín.
—No soy diferente. Solo soy yo, intentando sobrevivir.
Nos quedamos en silencio un rato. El tipo de silencio que no incomoda, sino que acompaña. Y entonces ella habló otra vez.
—No creí que este plan de “novios falsos” llegaría tan lejos. Pensé que nos odiaríamos todo el tiempo. Pero… aveces me olvido que es mentira.
No supe qué responder. Porque me pasaba lo mismo. Estaba empezando a olvidar que todo esto era un juego. Un trato. Una farsa con fecha de caducidad.
—¿Tú crees que Harry se arrepiente? —preguntó de pronto.
—Sí —respondí, firme—. Pero no porque haya perdido a “su novia”. Si no porque perdió a alguien que vale más que cualquier victoria en una pista.
Ella me miró, con esa mirada que hace que todo a tu alrededor se detenga por un momento.
—Tienes una forma muy estúpida de decir cumplidos, nikolai.
#854 en Novela contemporánea
#3361 en Novela romántica
academia de élite, juegos de hockey, enemies to lover romance adolescentes
Editado: 14.04.2025