Prohibido Enamorarse

Capitulo 1

El pantalón de mezclilla azul marino hace que se note aún más blanca mi piel. Ajusto el sujetador a mis pechos y me miro al espejo. Doy vueltas viéndome por atrás y por delante. Mi cabello llega por debajo de mi cintura y cae en unos rizos perfectos. Alguien podría decir que son lindos. Ese alguien podría morir. Mi cabello es de un color castaño brillante, que también hacen resaltar mi palidez y los ojos verdes que tengo. Me coloco la polera verde que tiene encaje en la espalda, una polera que claramente es contrabando. Me siento en mi cama y me coloco los feos botines grises planos. No es que sea baja, pero tampoco alta, y supongo que me hace sentir… no, no me hace sentir nada. Me paro lentamente y me observo en el espejo, pero luego me concentro en la pared que hay atrás de mí. Vacía, blanca y plana, sin nada que diera vida al lugar. Me cuesta mucho conseguir ropa colorida. Me cuesta mucho conseguir cualquier cosa colorida. Supongo que arriesgarse a un arresto por ropa es una estupidez, pero henos aquí, siendo estúpida. Me acerco a mi armario a sacar el abrigo gris que todas tenemos. Lo dejo arriba de mi cama y saco un sweater gris y me lo coloco encima de la polera de color, solo por si los controladores me detienen. Me pongo el abrigo arriba del sweater y me miro al espejo. Nada de color, excepto por  mis ojos. Tomo el tracker y salgo de mi habitación.

Mi madre está lavando los platos en la cocina cuando entro.

—¿Ya estas lista?—pregunta ella. Se gira para verme. Es exactamente igual a mí, excepto por sus ojos oscuros. Supongo que algo debí haber sacado de ese otro ser que ayudo a engendrarme. Me estremezco.

—Sí, iré a buscar a Alice y nos vamos—digo acercándome a ella. Ambas miramos a la ventana y luego me rodea con sus brazos por un corto momento. El único gesto que nos permitimos.

—Te ves bien—susurra— llega antes del toque de queda—dice ya en voz alta. Asiento con la cabeza.

—Llegare antes, no te preocupes—le digo. Elevo brevemente las comisuras de mis labios, casi instintivamente, y ella me devuelve la misma expresión. Luego se gira para seguir lavando.

Mi madre nunca habla de cosas que demuestren sentimientos en voz alta, y en realidad, nadie debería hacerlo. Camino por el pasillo hasta el ascensor mientras recojo mi cabello en un moño alto. Apenas entro mi corazón se acelera y siento como mi espalda es recorrida por un frio inexplicable. Dentro hay un controlador, no me pone mucha atención, y baja rápidamente del ascensor. Respiro hondo y miro los números. Siempre me pasa esto cuando veo un controlador. Marco el número 58 y me apoyo en la pared de acero del ascensor y cierro los ojos. No ira a mi departamento me digo, intentando que el frio que se ha colado por mi espalda desaparezca, y que los temblores de mis manos, difíciles de ocultar, se detengan. Comienzo a pensar en las cosas por las que me podrían detener a mí o a mi madre. Tengo solo 5 poleras de color, guardadas en un armario secreto que yo misma construí. Mi madre no tiene absolutamente nada de color. Nunca demostramos sentimientos. Nunca salimos juntas. El sonido del ascensor me saca de mis pensamientos y las puertas se abren. Camino rápido por el pasillo y toco el timbre en el apartamento 5823. Alice me abre rápidamente y cierra la puerta tras de sí. Me hace una pequeña mueca con sus labios y nos movemos rápidamente de vuelta al ascensor. Yo la miro intensamente, como queriendo decirle lo del controlador, pero sin atreverme a soltar las palabras. Alice mueve sus cejas, y luego menea la cabeza.

Alice tiene el cabello hasta los hombros de color rubio platinado con unos ojos grisáceos que le destellan a la luz. No somos expresivas (obviamente), casi ni hablamos, pero lo que la hace una de las compañeras de clase más cercanas es nuestra extraña comunicación. Con una sola mirada, sabemos lo que la otra piensa. Es por eso que ahora ella sabe que algo anda mal.

—Se bajó un controlador en mi piso—suelto en un susurro. Alice me mira con los ojos muy abiertos, pero luego vuelve a su cara de póker normal.

—¿Qué?—susurra.

—Bajemos—digo cuando se abre la puerta.

Caminamos rápidamente por la recepción del edificio y en cuanto llegamos a la calle doblamos a la derecha. Pocas familias tienen casas, la mayoría vive en estos apartamentos pequeños. Pero en el caso de nuestra compañera Olive, su madre tiene otras tres hijas además de ella.

No es muy común, ya que para mantener a una gran familia debes tener recursos y, obviamente, la voluntad de tener más de una hija, lo cual no es frecuente, a menos que las mujeres no hayan tenido una hija sino un hijo. Se nos entrega un bono anual por cada hijo o hija que tenemos, pero eso no basta para mantener una familia.

Una vez terminamos el instituto técnico a los 20 años, se nos lleva a una inducción de procreación durante 6 meses. Luego, se nos lleva a nuestra primera meeting o reunión reproductiva. Durante esta primera meeting no estamos obligadas a procrear. Luego de esto podemos continuar estudios superiores durante 3 años como máximo, pero antes de los 24 años debes haber procreado al menos alguna vez y haber engendrado. Me estremezco al pensar en que solo faltan unas cuantas semanas para que mi clase comience la inducción.

En fin, la madre de Olive es dueña de una textil que crea ropa civil, solo para mayores de edad. Esto la hace tener un gran ingreso anual que le ayuda a mantener la casa y la familia que tiene, además de los bonos. Así que ahora nos dirigimos a su casa, caminando separadas y serias, sin contacto visual con nadie. A medida que avanzo por la calle, los edificios grises y rectangulares se van achicando hasta llegar a ser las casas que tenemos frente a nosotras. Todas grises y cuadradas, con puerta metálica y ventanas pequeñas. Llegamos a la casa 149 y tocamos el timbre. Enseguida la puerta se abre y entramos sin titubear. Olive curva sus comisuras de los labios hacia arriba, pero rápidamente vuelve a poner su boca en una fina línea recta. Nos señala el perchero para dejar nuestros abrigos.




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