Prohibido Enamorarse

Capitulo 9

La alarma suena a las seis de la mañana, y a pesar de que todo mi cuerpo duele, me levanto y me dirijo al baño. Me ducho, me lavo el cabello, me cepillo los dientes y me seco rápidamente el cabello. Busco los pantalones de algodón de siempre, escojo uno negro que no he usado aun, y al ponérmelo noto que se ajusta a mis piernas. Supongo que pronto tendré que pedirle a Val que me ayude a buscar algo de ropa, porque he subido de peso. Busco una camiseta y me decido por la roja lisa, con cuello en V y de manga corta. Al ponérmela noto el pequeño bulto en mi brazo izquierdo, donde ahora está el implante, pero no duele. Termino de colocarme las zapatillas y salgo, con mi comunicador y la tarjeta.

En la sala de estar no hay absolutamente nadie. En silencio, me preparo un café, unas tostadas con mermelada (así se llama la pasta naranja) y un pedazo de queque (el pequeño rectángulo que parece esponja). Me dispongo a sentarme en una de las sillas contra la encimera cuando escucho pasos por el pasillo. Miro detenidamente, y veo a Aiden aproximarse a la cocina. Desvío mis ojos a la comida, me siento y comienzo a comer. Mi corazón late rápido, pero lo ignoro.

—Hola—me dice, pasando a mi lado sin prestarme mucha atención.

—Hola—le susurro. Escucho que abre el refrigerador.

—Pensé que no te despertarías tan temprano—me dice, con ese tono tan propio de él. Frunzo el ceño, pero no lo miro. Espero que la tenue luz automática del lugar no revele mi molestia.— ¿No estas cansada?

—Sí, lo estoy—le respondo, no lo miraré. Siento que quiere molestarme, a propósito. Se sienta junto a mí, a pocos centímetros de distancia.

—¿Estas nerviosa?—pregunta. Levanto la mirada, y sus ojos café verdosos me observan atentamente, ante cualquier movimiento y expresión.

—No—digo firme, con el tono plano que estoy acostumbrada a usar.

Me observa, entrecerrando sus ojos, y yo le sostengo la mirada. No sé por qué, pero cuando estoy con él todas las emociones fluyen, sin mi permiso. Estira el cuello y voltea para mirar su comida. Cuando me acabo el desayuno, me dirijo al lavavajillas para dejar limpiando mis cosas. Cierro la puerta de la máquina, pero Aiden me detiene y coloca sus platos sucios. Luego la cierra con delicadeza, sin hacer ruido. Mis ojos se quedan pegados mirando el suelo.

—¿Vamos?—me pregunta. Lo miro y asiento con la cabeza.

Avanzamos por el pasillo hasta el ascensor en silencio. Entrelazo mis dedos por delante y jugueteo un poco con ellos. Esperamos a que las puertas del ascensor se abran y entramos.

—Debiste haberte abrigado, hace frio por las mañanas—me dice.

No le respondo, porque no sé qué decirle. Espero entrar en calor con el entrenamiento, aunque lo dudo. Elevo la vista, dejando de mirar mis dedos para mirarlo a él. Esta pegado mirando la cicatriz de mi antebrazo izquierdo, es una línea recta de alrededor cinco centímetros, y se nota más blanquecina sobre mi piel, ya de por si pálida. Se da cuenta de que lo he visto observar mi herida, me sostiene la mirada unos segundos y luego mira al frente. La puerta del ascensor vuelve a abrirse, y Aiden sale disparado al exterior. Le sigo el ritmo rápidamente. Salimos del vestíbulo por las puertas de vidrio, y el frio del exterior choca con mi cuerpo, haciendo que me dé un escalofrío. Coloco mis brazos a mi alrededor, como abrazándome, pero no me detengo. Dejamos las baldosas del caminito que dirigen hacia las escaleras del jardín y doblamos a la derecha. Piso el pasto, no lo había pisado desde que llegue aquí. A unos cuantos metros está el campo de entrenamiento, rodeado de un cerco metálico pintado de negro, techado con un material transparente, pero que no parece ser vidrio. Aiden abre la rejilla que separa el campo del resto del jardín, piso el suelo, que está pintado de azul oscuro, y para mi sorpresa es blando, como si estuviese hecho de esponja. Dentro, están los mismos materiales que en las salas de entrenamiento interiores, solo que en mayor cantidad y más grandes. Una estructura de paredes blancas, con aspecto metálico, se encuentra al fondo del campo. No tiene ventanas y tampoco se ve una puerta. Aiden cruza todo el campo para llegar a este, coloca su tarjeta frente a un cuadrado pequeño con luz roja, la luz se vuelve verde y una puerta corrediza se abre, el entra, sin preocuparse de si lo sigo, por lo que me apresuro a entrar.

La estructura por dentro tiene el suelo gris, y ya no es esponjoso como afuera. Hay figuras humanas de un material que desconozco, apiladas en la esquina norte a mi derecha. En la pared derecha se extiende una estantería con distintas armas, algunas se parecen a la que los controladores usan, mientras que otras las desconozco. El recordar a los controladores hace que me estremezca.

—Primero partiremos con las armas simples, te enseñare a como tomarla. Luego puede que practiquemos un tiro. Todas estas no están cargadas, son laser y solo sirven para practicar, pero tienen el mismo peso—me dice mientras está viendo en el estante cual elegirá, de espaldas a mí.

Siento como si mi estómago se apretara, porque tomar un arma, aunque no sea real ni pueda dañar a alguien, me pone nerviosa. Pero debo hacerlo, por mi madre.

—Toma—me dice, volteándose a mí y me entrega un arma pequeña, negra. No se parece a la de los controladores, ellos usan una gris y más larga.— Tómala—me insiste.

Alargo mi brazo y con la mano la tomo. Pesa, no mucho la verdad, pero pesa más de lo que pensaba. Me pregunto cómo me vería mi madre así, probablemente no gritaría ni nada, pero me diría que soltara el arma inmediatamente y corriera. Pero ella no está aquí, y si quiero rescatarla, debo tomar el arma y ser capaz de disparar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.