Me llevo una gran sorpresa al ver que no hay nadie en la sala de estar ni en la cocina cuando me voy a desayunar en la mañana. Todo está en completo silencio. Miro mi comunicador nuevamente para asegurarme de que la hora es la correcta. Lo es. Decido prepararme un café, en silencio, y saco un yogurt. Cuando termino mi pequeño desayuno, lavo lo que he ensuciado y me dirijo al ascensor. Al llegar al vestíbulo, que se encuentra vacío, estoy pensando seriamente si en realidad estoy soñando. Sin embargo, veo a Val saliendo del comedor, sola, y me acerco para preguntarle qué es lo que está sucediendo. Val tiene bajo los ojos unas medialunas moradas que la hacen ver cansada, creo que le llaman ojeras. Al verme sonríe, pero noto que se parece a mí cuando no logro dormir bien.
—¿Qué haces despierta a esta hora Leah?—me pregunta. Me detengo a unos pasos de ellas y la miro confundida.
—El entrenamiento inicia a las ocho ¿no?—le digo confundida. Val me sonríe y suspira.
—Oh, lo siento Leah. Se me ha olvidado decirte que, cuando hay una celebración las actividades se retoman a mediodía—me dice Val apenada.— Anda a descansar. Por cierto, me gusta mucho tu ropa.
Asiento con la cabeza y sonrío avergonzada durante un segundo antes de poner nuevamente mi careta inexpresiva. Me volteo y comienzo a caminar de vuelta al ascensor. Por las grandes puertas de vidrio que dan hacia el exterior, observo a Thomas, sentado en el suelo a la orilla del primer piso del jardín. Medito por un minuto si me devuelvo a la cama o me acerco a él, y decido que prefiero conversar un rato. Thomas es agradable y siempre me saca una sonrisa. Salgo por las grandes puertas, y noto por las nubes que pronto se pondrá a llover. Thomas se voltea a verme, se levanta de su improvisado asiento y me sonríe.
—¿Qué haces aquí a esta hora, Leah?—pregunta. Me encojo de hombros y esbozo una pequeña sonrisa.
—Nadie me ha dicho que las actividades se reiniciaban a mediodía, por lo que me desperté a la misma hora de siempre—le explico.
—Oh, lo lamento. Debí haberte avisado—me dice disculpándose.
—Está bien—le digo, me sonríe y me ofrece sentarme junto a él. Me siento y él se coloca más cerca de mí, casi rozando nuestros brazos.
—Anoche no te he visto, ¿no quisiste ir?—me pregunta educadamente. Niego con la cabeza.
—No me siento lista—le digo. El me mira.
—Lo entiendo. Puede ser abrumador.
Me quedo mirando el cielo. Las nubes, la brisa fría y la humedad en el ambiente me hacen recordar a mi antiguo hogar. Por extraño que parezca, necesito que la lluvia caiga y necesito sentirla en mi piel. Recuerdo esas tardes en que salía a correr bajo la lluvia, con Alice insistiendo en que lo dejáramos, y yo sin hacerle caso.
—¿Te gustaría que te pasara algunas canciones?—me pregunta. Desvío mi mirada del cielo a él.
—¿Canciones?—pregunto.
—Sí. Hay millones, y estoy seguro de que hubieron más en su momento—dice Thomas.— Creo que deberías ir acostumbrándote, algún día iras a una celebración ¿no?
Asiento con la cabeza. Thomas me sonríe y yo le devuelvo la sonrisa.
—Tu ropa está muy bonita—me dice. Me sonrojo un poco y le sonrío agradecida.
—Gracias, Joy me obligo a comprarme ropa ayer—le digo, encogiéndome de hombros.
—Joy es muy cercana a ti—me dice Thomas. Sonrío levemente.
—Creo… que es mi amiga—le digo.
—Me alegra—dice Thomas, y coloca su mano sobre la mía.
Algo extraño pasa cuando coloca su mano sobre la mía, me sonrojo y desvío la mirada hacia el jardín. Una gota cae sobre el dorso de mi mano libre, y miro al cielo. Las gotas comienzan a caer en mi rostro, y sonrío abiertamente. Me levanto del suelo y comienzo a girar, sin dejar de mirar al cielo. Una luz cruza el cielo y luego se escucha un trueno. Me rio. La lluvia comienza a caer fuertemente, pero yo abro los brazos y dejo que me empape.
—Leah ¿Qué estás haciendo?—me pregunta Thomas, entre risas.
Me quedo allí y cierro los ojos. Joy probablemente se enojaría si supiese lo que le estoy haciendo a mi ropa nueva, pero no me importa.
—Leah, vamos—dice Thomas, abro los ojos, se encuentra de pie junto a mí.
—¿Por qué?—pregunto. Thomas me sonríe.
—¿Quieres enfermarte?—me pregunta. Suspiro, porque tiene razón. Me ofrece su mano, la tomo y corremos de vuelta al vestíbulo.—Anda a cambiarte antes de que Agnes te vea, porque te regañara—me advierte Thomas. Asiento con la cabeza y me alejo.
Corro hasta el ascensor, mientras que él se va a los baños junto a las salas de entrenamiento. Una sonrisa de oreja a oreja se extiende por mi rostro, y no me molesto en ocultarla. No sé por qué me alegra tanto la lluvia, pero no me importa, en este momento me siento feliz.
Llego a mi piso, y camino sin apuro por el pasillo para llegar a mi habitación. Sin embargo, me detengo en seco cuando veo a Aiden, en el pasillo, junto a la cortina de mi habitación. Se voltea cuando escucha mis pasos, y su expresión de sorpresa dura unos segundos, para después mirarme de arriba abajo con una sonrisa divertida. Me sonrojo y observo como voy botando pequeñas gotitas de agua al suelo. Me armo de valor y camino los pocos pasos que me faltan para llegar a mi habitación. Lo miro e intento mostrarme inexpresiva, pero algo pasa en mí que me impide borrar mi sonrisa del todo. Sus ojos brillan de una manera que nunca antes había visto, pero creo que es por la luz.