Despierto y estiro mis músculos, algo magullados por el entrenamiento de ayer, luego de tantas caídas. Me siento despacio y miro mi comunicador, aún faltan veinte minutos para que suene la alarma. Me siento descansada, así que me levanto, me coloco mis zapatillas y me dirijo al baño para hacer mis necesidades y lavarme los dientes. Cuando acabo, abro el agua de la ducha y me baño rápidamente.
No es hasta que salgo envuelta en una toalla que me doy cuenta de que no tengo idea de cómo llegue a mi habitación. Me detengo en seco frente a la cómoda, y trato de hacer memoria. Estaba viendo el documental con Aiden, mentí y dije que tenía frio, y luego… nada. ¿Me dormí junto a él?
Aquel sentimiento que Thomas llama “vergüenza” se queda corto con la sensación que tengo en este momento. Si realmente me dormí junto a él, ¿Cómo llegue a mi cama?
Me visto apresuradamente y me seco mi cabello. ¿Habrá sido él? Pero ¿Cómo? Necesitaría de mi llave para entrar a mi habitación, y la tenía en mis bolsillos ¿habrá rebuscado en mis bolsillos? Mis mejillas automáticamente se ruborizan.
Salgo de mi habitación y voy a la cocina, donde coloco unas tostadas en el tostador y me preparo un café. Saco un yogurt del refrigerador y me lo como mientras espero las tostadas. Me siento descolocada, nunca antes me había sentido así. Nunca antes me había dormido junto a alguien. Con mi madre, no nos acercábamos mucho, solo lo justo y necesario. Ni en un millón de años me habría sentido lo suficientemente segura para dormirme a su lado, menos aun apoyándome en ella. Y sin embargo, me he dormido con bastante facilidad con Aiden.
El sonido de la cafetera me saca de mis pensamientos. Me sirvo el café, mis tostadas con mermelada y mi yogurt. Me siento en una de las sillas junto a la encimera y como lentamente. No me doy cuenta cuando las luces ya están encendidas al máximo. La gente comienza a llegar, las saludo con la mano. Acerco mi loza sucia al lavavajillas y salgo pitando. Subo por el ascensor y camino con prisa al salón donde estamos entrenando. Por las grandes ventanas del vestíbulo observo que ha comenzado a nevar por fin, y se está acumulando.
En P-Storm, durante el mes de enero llovía sin cesar, y durante febrero y marzo, la nieve cubría absolutamente todo. Me costara acostumbrarme al cambio. La nieve siempre me gusto, hasta hace unos pocos años, cuando caminaba junto a mi madre después de unas comprar, y una controladora disparo frente a nosotras a una mujer anciana. Nunca supe que había hecho, pero en mi memoria tengo el vivido recuerdo de la sangre tiñendo la nieve. Recuerdo haber pensado que aquello era demasiado color, que la iban a matar, y luego caí en la cuenta de que ya estaba muerta.
Cuando llego al salón, me saco el sweater que me había colocado y comienzo a estirarme. Por alguna razón, siento mis músculos algo tiesos. Miro la mano con que golpee ayer a Aiden, y nuevamente la culpa me invade.
—¿Qué haces aquí tan temprano?—pregunta Aiden a mis espaldas. Doy un brinco y volteo, él se ríe.
—No te escuche llegar—digo, mirando el suelo. No puedo mirarlo a los ojos, tengo miedo de que esos cables invisibles aparezcan.
—Estaba aquí, pero no me viste.
Lo miro y me sonrojo. ¿Me ha estado observando desde que entre? Para mi suerte, solo estuve un par de minutos estirándome. Su expresión burlona me obliga a apartar la mirada.
—Deberías tomarte el cabello—dice luego de unos segundos en silencio.
No le respondo, simplemente me hago un moño alto con una coleta que Joy me regalo. Bajo los brazos y acto seguido, Aiden me empuja con delicadeza del hombro, y trastabillo hacia atrás. Lo miro con el ceño fruncido, molesta.
—¿Qué ha sido eso?—pregunto enojada. Él se ríe y se afirma ele estomago ante mi reacción.
—De ahora en adelante creo que deberías estar más atenta. Comenzaremos a entrenar combate cuerpo a cuerpo en nuestras… clases privadas—dice, mirándome con ojos entrecerrados. Una chispa de algo que no reconozco baila en sus ojos.
—Podrías haberme avisado—musito con la cabeza gacha.
—Eso no habría sido divertido—sentencia. Me cruzo de brazos y entrecierro los ojos. El me guiña un ojo y se acerca un paso.— ¿Cómo dormiste?
Su pregunta me toma por sorpresa. Dejo caer los brazos a mis costados y me ruborizo tanto, que llego a sentir mis mejillas calientes.
—Bien—respondo, sin saber muy bien que esperar. Sonríe y se inclina un poco hacia mí.
—¿Segura?—pregunta. Puedo ver en sus ojos que se está burlando.
—¿Cómo llegue a mi habitación?—pregunto en voz baja, intentando controlarme.
Por un lado, me molesta demasiado que se esté burlando de mí. Por otro, quiero salir corriendo, porque me siento más que avergonzada. Siento que en mí, aquella cara de póker firme que tenía para cubrir mis expresiones y no mostrar lo que sentía, se han desvanecido por completo, por primera vez en mi vida. ¿Por qué siempre es con Aiden que más me expreso?
—Te he llevado yo. Te dormiste y no quise despertarte—dice, ladeando la cabeza. Me observa detenidamente.
—¿Y mi llave?
—He tenido que buscar en tus bolsillos—dice, encogiéndose de hombros.