Una semana después, nuestra típica rutina vuelve a la normalidad. Por las mañanas, tenemos entrenamiento con Aiden, y aunque no puede hacer algunas cosas aun, se alegra de ver que mis habilidades de combate han mejorado. Luego, mis clases con Thomas. No sé si ha decidido ignorar lo que ha pasado, o soy yo la que no deja que no hablemos de lo ocurrido, pero me alegro. Vuelve a ser igual que siempre, bueno, casi, porque tal vez este evitando aún más el contacto físico con él. Luego de almuerzo, las clases con Sunny, que están prontas a terminar, según comenta.
—En una semana más terminamos este curso. Estoy muy emocionada y contenta de ver cómo han evolucionado y han aprendido—nos dice un día.
Según dice Joy, después de eso tenemos un mes en que solamente entrenamos los que queremos ir a una misión.
Continúo con mi entrenamiento por las tardes, en privado con Aiden. Las cosas cambian un poco, ya que al no poder el entrenar directamente conmigo, decide que ocupemos las armas de fuego y entrenemos su uso. Siguen intimidándome un poco, pero sorprendentemente, soy buena con la puntería.
Lo único que ha cambiado de mi rutina, es lo que hago por las noches. Antes, solía ver películas con Brent, Joy, Caden y Reed, mientras que ahora, converso un rato con ellos y luego voy donde Aiden a ver algo. La primera noche en su habitación, me quede dormida y desperté a las tres de la mañana. Me disculpe, y Aiden me fue a dejar a la puerta de mi habitación. Desde esa vez, nos quedamos viendo algo hasta las doce, como mucho, y luego me va a dejar a mi habitación. Nos despedimos con un corto abrazo, y duermo tranquila en mi cama, pensando en él.
—Más rápido, Leah. Estas distraída, concéntrate—me dice Aiden, sacándome de mis pensamientos.
No contesto, me muevo hacia la izquierda, y aparece una diana móvil, a la que le tengo que dar. Apunto, doy cerca del círculo más central, y corro para darle a otra que aparece por mi espalda. Paso una mano por mi frente sudorosa. Aiden dice que pronto avanzaremos a lo más difícil, pero yo con diez minutos de esto me siento más que exhausta.
—Muy bien, continuamos mañana—me dice, lanzándome una botella de agua cuando dejo el arma en el estante.
—Mañana es sábado—le digo, mientras abro la botella y bebo un gran sorbo de agua.
—Has estado sin entrenar muchos días—me dice. Salimos del cubículo de entrenamiento. La nieve me golpea en la cara.
Aiden me observa, solo llevo mis calzas y una polera de manga corta, con una delgada chaqueta de algodón. Sacude la cabeza y me mira con reprobación.
—Demonios Leah, ¿Dónde has dejado tu abrigo?—pregunta.
—En el baño—digo.
Se acerca a mí, abre su abrigo negro y grueso, comienza a quitársela, pero enseguida niego con la cabeza.
—No, Aiden, estoy bien.
Se detiene y me queda mirando. Intento disimular los temblores que me recorren por el frio que me está dando, pero no lo logro. Se acerca, aun con su abrigo abierto, y me envuelve en ella, abrazándome contra su torso cálido. Me sonrojo, y desvío la mirada. Es un poco difícil caminar así, pero como solo son unos metros, no me preocupo demasiado. La nieve se asienta en el suelo, por sobre la capa que ya se ha acumulado en los días anteriores. El camino está marcado por nuestras pisadas de cuando hemos venido acá, por lo que no tropezamos con la nieve.
Cuando por fin entramos al vestíbulo, dejamos nuestro extraño abrazo y caminamos algo más distanciados, en silencio.
—Tengo cita con la doctora, creo que por fin podre volver a la normalidad—comenta.
—¿Qué normalidad?—pregunto.
—Entrenar contigo. Quiero ver si logras vencerme—dice, con tono burlón.
—Dudo mucho que puedas hacer eso tan pronto—afirmo.
En un segundo, Aiden toma mis piernas y me echa sobre su hombro. Ahogo un grito y comienzo a golpear con suavidad su espalda con mis puños.
—Aiden estás loco—le digo molesta.— Tus costillas, idiota.
—Vaya, jamás me habías insultado—dice riendo. Gruño y comienzo a removerme.
Coloco mis manos en sus hombros, y enderezo mi espalda. Pero en el momento que hago eso y comienzo a moverme para bajarme, sus agiles brazos me agarran de la cintura y me cambia de posición. Quedo recostada en sus brazos, como un bebe acunado. Su sonrisa burlesca me abruma, pero sacudo la cabeza para salir de mi aturdimiento.
—Aiden—le digo con tono cortante. Suelta una carcajada.
Lo fulmino con la mirada. Enrollo mis brazos en su cuello, y uso toda mi fuerza para saltar de sus brazos. Logro colocar mis pies en el suelo. Me desequilibro un poco, pero al agarrarme de Aiden, no caigo. Aun sorprendido, atina a afirmarme de la cintura para no dejarme caer.
Cuando recobro el equilibrio, miro a Aiden a los ojos. Estamos muy cerca, demasiado. Luce aun sorprendido, pero de a poco, se forma una sonrisa en su rostro. Carraspeo y suelto su cuello, mientras que el afloja su agarre, dándome espacio para retroceder, pero aun así mantenerme cerca.
—Eso ha sido impresionante—dice en voz baja. Aclaro mi garganta y hablo.
—Y tú has sido irresponsable. He leído que aunque el estimulador ayuda a una rápida recuperación, se deben respetar los tiempos de convalecencia—sentencio, intentando colocar una expresión seria, pero me es casi imposible, porque soy demasiado consciente de sus manos tocando mi espalda, repartiendo un cosquilleo que me recorre completamente.