Cojo uno de los chalecos protectores y lo coloco dentro de su caja correspondiente. Hacia unos minutos habíamos llegado de nuestra misión y ahora estábamos ordenando la indumentaria que habíamos utilizado. Me encontraba en la bodega junto a Joy. Muchos se habían acercado a felicitarnos, lo que me hubiese sentado bien de no ser por las circunstancias.
Cuando termino de guardar el último chaleco, me acerco a la siguiente caja para continuar ordenando. Me paralizo cuando veo las armas, y volteo a mi derecha, viendo un montón de ellas sobre el suelo. Aquellas armas habían sido las que habíamos llevado a la misión, y con una de esas es que asesine a alguien. Controlador o no, me sentía extraña y culpable por haber disparado. Mis manos comienzan a tiritar. Miro aquellas armas buscando alguna que me señale que esa fue la que dispare, esa fue la que mato, mas no la encuentro.
—¿Leah? ¿Está todo bien?-pregunta Joy, acercándose a mí. Levanto la cabeza y la miro.
Su cuello descubierto deja ver el lugar en donde el controlador intento ahorcarla, con manchas moradas que se denotan sobre su piel olivácea. Joy observa mis manos, y luego agacha la cabeza para mirar las armas. Vuelve a mirarme y esboza una sonrisa forzada.
—¿Por qué no sigues tú con los cascos? Yo me encargo de esto—ofrece Joy. Asiento, y aunque no puedo expresarlo en ese momento, estoy agradecida.
Camino y doy la vuelta a una mesa vacía hasta llegar a las cajas de los cascos que Joy estaba ordenando.
La gente me veía con gratitud, como si hubiese hecho algo muy bien, como si hubiese sido valiente. Nada de lo que sentía podía ser descrito con aquellas palabras. Intentaba recordar aquellas lecturas sobre las guerras anteriores. ¿Cómo era posible que algunos soldados mataran decenas de personas? ¿Volvían a su vida con toda naturalidad? ¿O la guerra también dejaba sus secuelas en ellos?
—¿Leah?—pregunta una voz masculina, que conozco demasiado bien. Sin embargo, el sonido repentino me sobresalta. Volteo y miro hacia la entrada de la bodega.
Aiden tiene su mano apoyada en el marco de la puerta, buscándome con la mirada. Cuando sus ojos me encuentran, su expresión se relaja, como si estuviese aliviado de encontrarme. Joy se levanta del suelo y lo mira.
—Esta ordenando los cascos—le dice Joy, quien se voltea a mirarme y me entrega una cálida sonrisa.
Aiden asiente y avanza hasta llegar junto a mí. Se detiene a un metro de distancia. Me quedo algo paralizada, con un casco entre mis manos, observándolo. No había sido casualidad que hasta este momento no nos hubiésemos encontrado. Después de aterrizar estuve evitándolo. Supongo que porque sentía que con él me iba a desmoronar, y todo aquello me hacía mantenerme allí, de pie, con expresión monótona, se derrumbaría.
—Iré al baño—se excusa Joy, y sale rápidamente de la bodega.
Me quedo mirando por donde ha salido. Una parte de mi agradece que se haya ido y me haya dejado a solas con Aiden, pero otra no. Aiden acorta la distancia que nos separa, me quita el casco de mis manos, dejándolo a un lado, y coge mis manos entre las suyas. Levanto la cabeza y lo miro. Siento como si sus ojos estuvieran analizando mi expresión, centímetro a centímetro, intentando descubrir lo que siento.
—Estoy bien—musito, con voz monótona. No sonaba nada convincente.
Aiden frunce el ceño y suelta una de mis manos para acariciar mi mejilla. Me estremezco, y el calor por donde sus dedos tocaron mi piel se expande por todo mi rostro.
—No lo estas—susurra.
Quiero apartar la mirada, pero aquellos cables invisibles vuelven a aparecer, impidiéndomelo. Mi labio inferior tirita, y muerdo mis labios, intentando controlarlo. No puedo ocultarle las cosas a él, sabe inmediatamente lo que me ocurre con solo una mirada. Se acerca un paso más, tanto que puedo sentir el calor que emana su cuerpo.
—Dime lo que sientes, Leah—susurra, con una voz tan dulce que nunca le había escuchado.
Se forma un nudo en mi garganta, y siento las lágrimas formarse. No quiero llorar, no debería llorar. Salve la vida de Joy. ¿Por qué no podía simplemente alegrarme por ello?
—Salve a Joy—susurro, con voz apenas audible. Aiden coloca sus manos en mi rostro, acercándome más a él, y mirándome con una intensidad sobrecogedora.
—Y para ello tuviste que matar a alguien—afirma.
Aquellas palabras son como un detonador en mí. Un sollozo escapa de mi garganta, las lágrimas se derraman por mis mejillas y mi cuerpo entero tiembla, sintiendo aquella carga. Aiden me estrecha entre sus brazos, dejando mi cabeza descansar en su pecho, mientras me agarra con firmeza, como si temiera soltarme. Mis manos agarran su camiseta, arrugando la tela. Ahí descubro aquello que me aterraba de sobremanera: no quiero que me suelte.
No sé cuánto tiempo nos quedamos así, aferrados el uno al otro. Lo que sé es que no me parece el suficiente. Cuando levanta su cabeza, temo ver en sus ojos aquella frialdad que le caracteriza, por lo que me quedo allí, pegada a su pecho.
—Matar a alguien no debería sentirse fácil, Leah. Sino, seriamos igual que los de la república—susurra.
Frunzo el ceño y levanto la cabeza, lentamente, para mirarlo. Sus ojos destilan ternura.