5 meses después
Me desperté debido al calor que sentía mi cuerpo. Mi frente estaba empapada y la sábana de mi cama se encontraba humedecida por mi propio sudor. Sentí una mano que se apoyaba en mi cintura, y en mi hombro se incrustaba algo parecido al botón de una camisa. Parpadeé varias veces antes de enfocar bien la vista y girar sobre mi espalda solo para ver al chico de cabello negro y piel realmente pálida, que en ese momento dormía tan tranquilamente en la misma cama que yo. Lo moví con un dedo para así despertarlo, pero él no daba señales de vida. Comencé a sacudirlo.
—Despierta —susurré con voz ronca—. Te quedaste dormido. Es hora de irse. —Traté de incorporarme, pero una mano sujetó firmemente mi cintura y se desplazó hasta llegar a mis caderas—. ¡Adam! —grité, enojada. Él me sujetó más fuerte y me llevó a su lado de la cama. Mi frente se pegaba con la suya; podía sentir su propio sudor recorriendo mi cuerpo. Tragué saliva. «Esta es la última vez que lo dejo dormir en mi cama», me prometí silenciosamente. Su mano apretó ligeramente mi trasero y ronroneó algo en mi oído. Luego comenzó a subir sus manos hasta meterlas dentro de mi camiseta y se detuvo justo cuando sintió mi sujetador de encaje. Traté de apartarlo una vez más; entonces, repentinamente se acostó a horcajadas sobre mí y llevó mis manos por encima de mi cabeza, hacia la cabecera de la cama. Respiré pesadamente—. Adam —tartamudeé. ¿Quién tartamudeaba un nombre que solo tenía cuatro letras?—, quítate de encima.
Abrió sus ojos lentamente, parpadeó varias veces —como queriendo reconocer en dónde se encontraba— y, al ver que a la que sujetaba era a mí, amplió bastante los ojos. Había pensado que se quitaría de encima rápidamente, pero ni siquiera hizo el intento de moverse un milímetro.
—Siempre supe que querías profundizar las cosas conmigo —dijo de manera presumida. Sopló aire en mi cuello mientras bostezaba, e inmediatamente mi piel se erizó.
—¡Idiota! —chillé—. Hubiera dejado que durmieras en la calle. —Su vista recorrió desde mi rostro, a la altura de mis labios, hasta quedarse prendada en mi pecho por un largo tiempo. Resoplé. Todos los hombres eran iguales.
—De encaje negro. —Suspiró—. Ya sabes lo que dicen de chicas que usan ropa interior negra.
Bajé la vista hacia mi pecho y noté que mi camiseta se había subido lo suficiente como para dejar ver mi sostén.
—No. ¿Qué dicen de las chicas que usan ropa interior negra? —Sabía que iba a arrepentirme por seguirle la corriente.
—Dicen que van a un entierro.
—Eso no tiene sentido.
Vi la odiosa sonrisita de suficiencia en su rostro mientras se burlaba de mí.
—Van a un entierro —repitió. Lo miré confundida—. Ah, olvídalo. Tienes una mente demasiado inocente como para entenderlo.
—Ahora sí: ¿quieres quitarte de encima? —pregunté impacientemente. Todavía tenía mis manos sujetas un poco más arriba de mi cabeza y ya me estaba comenzando a dar escalofríos por la camiseta levantada. Además, tener a Adam así de cerca no me dejaba respirar, pensar, ver o sentir con claridad.
—Debería pagarte de alguna forma lo que hiciste por mí anoche. Conozco una buena manera de hacerlo… —Levantó sus cejas de manera sugestiva.
—Solo acepto efectivo. Ahora, quítate. —Comencé a retorcerme bajo su cuerpo, intentando deslizarme de su agarre. Arriba, abajo, arriba…
—Yo que tú, no haría eso. Peor a esta hora de la mañana, cuando mi pequeño cazador tiene hambre.
Me detuve rápidamente, no queriendo despertar esas partes que seguían dormidas.
—Eres un cerdo. —Aproveché para lanzarlo al suelo, impulsando mis piernas y flexionando mis rodillas para que cayera fuera de mi cama. Golpeó el piso alfombrado y lo escuché soltar una letanía de palabrotas. —Deberías estar besando mis pies —aseguré mientras arreglaba mi camisa—. Si el novio de mi prima te hubiera visto anoche, ahora serías alimento para aves. Y no me refiero a las aves lindas y amistosas que encuentras en un parque infantil. Hablo de esas carroñeras que desmenuzan la carne con sus picos hasta que no queda nada más que los huesos.
Él gimió, hizo una mueca de asco y sujetó firmemente su estómago.
—Anna, eso es lo más asqueroso que te he escuchado decir en estos últimos meses. —Después de un rato, comenzó a levantarse del suelo, haciendo otra mueca y masajeando su cabeza a medida que se incorporaba. —¡Creo que voy a vomitar!
—A eso se le llama resaca —respondí—. Anoche no podías recordar ni cuál era tu nombre. Me pediste que te llamara Lady Agustina.
—¿Lady Agustina? ¿En serio? Porque como nombre artístico prefiero Sexy Cat.—Me guiñó un ojo—. Miau. —Le lancé una de mis almohadas y cayó justo en su cara. —¿Qué hay de malo contigo? Te dije hace un momento que me duele la cabeza, y lo primero que haces es lanzarme un cojín que, extrañamente, huele a… —Acercó el objeto a su rostro para olisquearlo—. A pipí de zorrillo, probablemente con tres semanas de embarazo. —Lanzó el cojín nuevamente a mi cama, ignorando la mirada de odio que le lanzaba.
—Para tu información, ese cojín permaneció enterrado bajo tu axila toda la noche. Seguro que de ahí adquirió el olor. —Luego me detuve, pensando en una palabra que había mencionado: «entierro». Enterrar… Oh, ya entendía el chiste y, uf, era muy sexual. «Hmm. Sucio animal». —Vete de mi habitación —chillé—. Marie duerme con Eder hasta tarde. Aprovecha ahora, que puedes escapar libremente.
Hizo una última mueca, pero no dijo nada y salió silenciosamente por la puerta. No habían pasado ni tres segundos cuando él ya estaba de regreso, a mi lado.
—Anna, de verdad gracias por no decirle nada a Eder, gracias por ayudarme a esquivar al novio de Marie… y por soportarme en mi estado de borracho. Te juro que es la última vez que dejo que tu prima me convenza de beber toda una botella de vodka. —Plantó un beso en mi mejilla y me frotó el cabello antes de irse. Cerró con cuidado la puerta y me dejó sola.