Prohibido Enamorarse (pero se nos fue la mano)

CAPÍTULO 6

Marcelo Andrade y su maldita confusión.

Cuando abrí la puerta, lo supe de inmediato: ya no estaba solo. Una maleta y un morral estaban junto a la cama del fondo. Me detuve un momento antes de avanzar. Por alguna razón, deseaba que esta vez sí tuviera suerte. Que mi nuevo compañero no fuera como los anteriores. Uno que se ponía a pintar en la madrugada y otro que hacía yoga con incienso a las seis de la mañana. No era pedir demasiado, ¿cierto?

Me acerqué curioso. Sobre el nochero descansaban algunos libros de finanzas. Eso me sacó una sonrisa. Por fin, alguien con intereses similares. Mis anteriores compañeros estudiaban artes, fotografía y no sé qué más que nunca entendí. Tener alguien con quien hablar de economía sin sonar como un bicho raro sonaba… casi placentero.

Entonces la vi. Una foto.

Un chico de cabello muy corto, facciones delicadas, ojos castaños enormes y una sonrisa de esas que te hacen pensar en cosas lindas, como Navidad o chocolate caliente. Estaba abrazado a una pareja, tal vez sus padres. Lucía feliz.

—Este debe ser él… y su familia —murmuré, dejando la foto suavemente donde estaba. Aunque en el fondo, lo admito, me quedé un par de segundos más de lo necesario observándola.

Luego vi un tarjetero colgando de la maleta. Marcelo Andrade. Ese era su nombre. Al menos ya tenía algo concreto. Me repetí el nombre mentalmente mientras iba al baño a ducharme. Esa noche saldríamos con Diego y los chicos del equipo. No pensaba perderme la celebración postpartido. Aunque fuera empate.

Mer:

Volví al campus de madrugada. Las luces del pasillo parecían más tenues de lo habitual, o tal vez era mi propio cansancio. A esa hora nadie controlaba quién entraba o salía. La vigilancia existía solo para aparentar. Lo único claro era que, después de la medianoche, no podías armar escándalos. Y por supuesto, estaba “prohibido” consumir alcohol dentro de las habitaciones. Lo que, estoy segura, no evitaba que más de uno convirtiera el clóset en una mini bodega secreta.

Abrí la puerta con cuidado. Estaba segura de que mi compañera ya debía estar dormida. No quería despertarla. Lo último que necesitaba era empezar mal con ella.

Entré con sigilo, cerré despacio… y entonces lo vi.

Casi grito.

Ahí, en la cama, con la luz de la luna colándose por la persiana mal cerrada, estaba un cuerpo masculino. Masculino con todas las letras. Brazos firmes, abdomen marcado, piernas fuertes… y bueno, todo lo demás apenas cubierto por un par de calzoncillos oscuros. Lo juro, parecía salido de una campaña publicitaria de ropa interior. Me quedé congelada.

—¡¿Santo Dios?! —dije en voz muy baja, llevándome una mano a la frente.

¿¡Mi compañero de cuarto era un hombre!?

No podía ser. ¡No! Cuando llené el formulario para asignación de habitación, marqué con claridad: “preferencia por compañera mujer”. Y de pronto, recordé.

—Claro, claro, “Marcelo” —me corregí en voz baja, maldiciendo mi propia cabeza.

Otra vez el malentendido de nombres. Otro "Marcelo" que el sistema asume como hombre. Perfecto. Como si no fuera suficiente con mi historial de confusiones, ahora compartía cuarto con un tipo que dormía medio desnudo como si eso no afectara a nadie.

Tenía que solucionar esto. Apenas saliera el sol. Iría a la administración, explicaría la situación. Nada personal contra mi compañero, pero no me sentía cómoda compartiendo habitación con un hombre. Era raro. Incómodo. Potencialmente problemático, sobre todo eso; porque no estoy ciega como para ignorar esa escultura de carne y hueso.

Aunque, admito… el problema ahora estaba muy claro. En calzoncillos y roncando suavemente frente a mí.

Me metí en la cama tratando de no pensar más. Pero la imagen… ya estaba grabada.




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