Prohibido Enamorarte.

14.- Lunes 22 de julio del 2019.

Adri:

    Mis ojos se abren antes de que suene la alarma, son las cinco de la mañana, la apago enseguida para que no despierte a Davide. 

    Entro al baño, sentada en el retrete un escalofrío me recorre la columna vertebral, el estómago me duele, mi boca está seca y un agudo dolor se apodera de mi nuca. Me pongo de pie, recargada sobre el lavabo me miro al espejo, tengo ojeras pronunciadas, el resto de mi piel está más pálida que de costumbre. Mis mejillas no tienen el brillo natural que habita en mí. Y como si fuera poco he olvidado decir mi mantra de todos los días.

    —¿Quién estará a tu lado el día que mueras? —la pregunta está en mi mente, nadie la dice, no suena en voz alta, la ignoro. 

    Me sigo observando en el espejo, soy lo que quiero, obtengo lo que deseo, tengo lo que necesito.  

     Salgo del cuarto de baño para buscar mi neceser donde guardo medicamentos y me tomo un par de pastillas que me podrían ayudar a sentirme mejor. 

    Observo a Davide dormir plácidamente, sonrío a cómo puedo, me encojo de hombros y salgo de la habitación rumbo a la cocina. 

    En una cazuela pongo avena, leche de soja y canela, no hay manzanas frescas para agregarle, tendré que hacer algo de compras después del entrenamiento. 

    Le mando un mensaje a mi profesor avisándole que hoy no tomaré la clase de árabe justo cuando una llamada de mi padre entra.

    —Hola cielo, buenos días, ¿te interrumpo en algo?

    —Buenos días papá, no interrumpes nada, ¿qué pasa?

    —Este sábado tienes que venir sí porque sí, tienes que trabajar con la marca de Bellamy.

    —Mi próxima reunión con ellos era en septiembre.

    —Te quieren antes, por el tiempo de adelanto te darán un diseño exclusivo para la alfombra roja del Festival Internacional de Cine de Venecia.

    —Está bien, iré el sábado, incluso ese era mi plan.

    —¿Cómo van las cosas por allá?

    —En marcha, van bien. 

    —¿Te encuentras bien? Se escucha extraña tu voz.

    —Me siento un poco mal, ya se me pasará.

    —¿Necesitas que envíe a Dante? 

    —No papá, es solo un dolor de estómago. Iré a hacer compras y al doctor después de los ensayos.

    —Cuida tu salud mental, emocional y física, estar en orden con todo lo que necesita tu cuerpo es lo mejor que puedes hacer por el mundo, lo sabes, me refiero en el aspecto de...

    —Sí papá, lo entiendo.

    —Cuídate, te amo, eres todo lo que tengo.

    —Yo también te amo, también eres todo lo que tengo.

    —Te dejo, no quiero interrumpir más en tu tiempo establecido de rutina de mañana, si necesitas algo me mandas mensaje, sino nos vemos hasta el sábado.

    —Hasta el sábado papá. —Cuelga la llamada. 

    Dejo el celular sobre la barra, me lavo las manos y sirvo dos platos de avena, mientras se enfría un poco preparo dos batidos de leche y frutos rojos que tenía en el congelador. 

    Regreso a la habitación para despertar a Davide para desayunar. Me siento a su lado, paso mis dedos por su cabello, se remueve, acaricio la piel de su barbilla, abre los ojos lentamente, sonríe de poco a poco, lo veo en cámara lenta, me roba un suspiro.

    —Buenos días —susurra.

    Cierro mis ojos, me inclino hacia él para besar sus labios, me recibe con complacencia, disfruto cada segundo, mi corazón late tan rápidamente que me asusta, quizá sea porque me siento mal. Me retiro lejos de su rostro.

    —Buenos días, he preparado el desayuno. —Me pongo de pie para darle el espacio suficiente para bajar de la cama, lo hace para ir directo al baño.

    —¿Desde hace mucho estás despierta? —Abre la puerta del baño, después se vuelve hacia el lavabo para lavar sus manos.

    —No tiene mucho, he preparado algo sencillo.

    —¿Te sientes bien? 

    —No mucho.

    —Puedo hablar con Alonzo para no ir.

    —No importa si estamos enfermos, tenemos que ir.

    —No, claro que no. Vamos al doctor, Alonzo lo va a entender. Podemos recuperar horas saliendo los próximos días más tarde.

    —Solo ven, abrázame. —Me siento de nuevo en la cama, palmeo el colchón enseñándole el lugar donde lo invito. Me abraza mientras me pego lo más que puedo a él. 

    —Tenemos que ir al doctor, conozco uno muy bueno que no está nada lejos.

    —Estamos en Venecia, aquí nada queda lejos —hablo sobre la piel de su cuello.

    —Tienes razón, así que no hay excusas para no ir.

    —Está bien, pero iremos después de tomar el desayuno. 

    —Estás hablando con un tono de voz distinto, estás cómo más emocional...

    —Es que estoy muy feliz, me siento mal del estómago pero eso no impide que me sienta burbujear de dopamina.

    —¿Qué te tiene así?

    —Es un quién —susurro.

    —¿Quién te tiene así?

    —¿Qué no es obvio? Tú, esa es la respuesta Davide. Me siento tan bien, tan tranquila y tan protegida en tus brazos. Vas a creer que soy estúpida, puede que ni siquiera me creas, pero lo hago, me siento mejor desde que te conozco, me has traído mucha paz, para mi alma eres el bálsamo que necesitaba, no me dejes, no te vayas nunca, quiéreme tanto por favor.

    —Ya te quiero, no tienes que pedirlo, lo hago porque soy tuyo desde antes de que me conocieras.

    —Si eres mío te vas a tener que acostumbrar a esto, a mis bajones emocionales matutinos.

    —Pues no me va ir nada mal si al despertar la chica más bonita que he conocido en la vida me dice cosas tan inspiradoras, creo que podría acostumbrarme sin ningún esfuerzo. —Lo siento besar mi cabello, sonrío.

    —Vayamos a desayunar, aunque no vayamos a entrenar seguramente tendremos un día ocupado, todavía hay un montón de lugares que tengo que visitar, haré una nueva lista, si quieres puedes ir conmigo, necesito apoyarme en ti si algo me sobrepasa.




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