La noche de la gran ceremonia dio inicio. Todos los invitados (que yo no conocía) ya estaban listos para escuchar indicaciones que nunca imaginé escuchar. Mis manos estaban nerviosas, sin embargo mantuve la cordura que se me hacía muy práctico. El vestido negro que llevaba era una distracción para no dejar ver lo que había debajo.
El tío Adams me había dicho que sería una reunión con menos de treinta personas y que solo tendría que hacer lo que me ordenaron. Pero no me dijo que ahí dentro se encontraban cientos de diputados, todos con familias enteras y muchos de ellos ni siquiera sabían porqué los habían invitado.
Vi pasar a Leo, quién a su vez fingía ser un mesero. Llevaba una fuente con unas seis copas de vino tinto. Me hizo la seña que daría inicio al plan de venganza contra quienes se suponían eran los malos de la historia o los traidores de mi padre.
Me coloqué la mascarilla, Leo hizo lo mismo y me habló a través del micrófono que teníamos en la oreja.
—Contemos hasta tres.
—Estas seguro de esto —pregunté sientiendo un poco de culpa por todos los invitados.
—No tuvimos opción y lo sabes.
—Uno... —empezamos con la cuenta regresiva — dos... Y tres.
Saqué aquel famoso veneno, conocido por la mafia italiana. Se rumoreaba que era capaz de matar a una persona ni bien respirase y yo misma lo comprobé. Dejé que el aire se mezclara con el veneno y di media vuelta, dejando gritos de desconcierto, lamento y dolor.
Era hora de salir. Para mala suerte todos los que estaban allí habían dado por organizar la ceremonia a mitad del mar. Para suerte de mi padre, todos sus perros adiestrados sabíamos muy bien que hacer. Absolutamente todos los empleados formaban parte del bando de mi padre y con ayuda de botes salvavidas sarpamos para una dirección desconocida.
—Janne, necesito ayuda —Leo habló por el micrófono.
—Que sucede —pregunté justo antes de subirme a uno de los botes.
—Hubo un infiltrado...