Prohibido Olvidarte

III

Jane:

Desperté en aquel callejón. Sola y con dolores insoportables por todo el cuerpo. No sabía dónde exactamente estaba, no conocía la salida; nuevamente los recuerdos invadieron mi mente, los tipos con pasamontañas y mi padre muerto. Intenté ponerme en pie, una herida punzaba mi cabeza y me tambaleé aún estando sentada. El muro que estaba en mis espaldas era duro y casi insoportable, mis manos buscaron marcas de otras heridas por todo mi cuerpo, no hallaron nada. Me puse de pie tomando cuidado de mi cabeza y luego miré alrededor de aquel callejón: dos inmensos edificios con pequeñas ventanillas dirigiéndose al callejón.

Un viento helado golpeó mi nuca, giré rápidamente evitando que causará algún dolor y me percaté que en el suelo yacía un charco de sangre, mía sin duda. Me tambaleé una vez más, decidida a caminar hacia la salida. Mi ropa no estaba con signos de haber sido jaloneada, solo estaba muy sucia y en otra ocasión hubiera sentido asco de mí. «Que me pasó» «Por qué no me mataron» pensaba mientras cada paso que daba se hacía más difícil. Llegué a la salida, la nieve en las veredas era tan blanca que la presencia de una Jane sucia arruinaría toda su sublimidad.

Busqué entre mis bolsillos dinero, tenía diez dólares enrollado en uno de los bolsillos de mi pantalón. Algún chofer tenía que sentir compasión por mí y llevarme devuelta a casa por tan solo diez dólares. Los autos pasaban sin tomarme importancia y ser ignorada era lo peor que me podía pasar. Un auto por fin se detuvo ante mí, una mujer estaba de copiloto y abrió la puerta sacando unas bolsas. No perdí el tiempo, le dije al conductor que me llevará a casa, que lo recompensarían con mucho dinero y que no tenía en quién más confiar. Accedió y con algo de temor solo preguntó a dónde exactamente quería ir.

***

El auto se detuvo frente al edificio en donde yo vivía. Con temor le estiré los diez dólares que tenía y pretendía bajar de allí, pero el chofer bajó del auto y corrió hasta la sala de recepción del edificio. No sé lo que le haya dicho, sin embargo un montón de policías y civiles chismosos se acercaron hacia el auto. De entre tanta gente pude ver a mi madre con cara de haber visto a un fantasma y a mi hermano con la misma expresión facial.

Me bajaron del auto en una camilla y fui a parar a un hospital. Dylan mi único hermano menor, me estuvo cuidado durante los quince días que estuve en el hospital. Dijeron que había desaparecido un día entero y que me vieron llegar a las tres de la tarde, la verdad el tiempo no fue tan importante para mí, yo quería decirles lo que había visto e incluso que podía reconocer la contextura de los matones de aquel día; pero no logré ni siquiera eso. Los policías y personal de la FBI solo me pidieron que guardara silencio y calma. Ese mes también suscitaron unos veinticinco asesinatos más.

Por otra parte, Elliot no apareció más, mi madre me dijo que había salido al exterior por unos años, que quería estudiar fuera del país y que se sentía culpable por no haberse despedido correctamente. Nunca más llamó, desapareció simplemente y aunque parecía imposible logré acostumbrarme a su ausencia.

***

Mi vida como estudiante de preparatoria llegó a su fin estando yo en cuidados médicos y con ese punto trascendente todo cambió.

Mudarme a Carolina del Sur, fue la única opción que nos quedó luego de que mi madre anunciará que no podíamos seguir pagando por el inmenso apartamento. Volver a la casa que deje de niña no fue difícil, lo difícil fue rediseñarla, las cortinas llenas de polvo, los muebles, la pintura vieja en la pared, todas esas plantas que habían crecido tanto. En fin.

Parcialmente había superado la muerte de mi padre, después de todo habían pasado ya cinco años. También me olvidé del absurdo recuerdo de Elliot y mejore mucho emocionalmente. Mi hermano y yo estudiábamos en una universidad que quedaba no muy lejos de casa, de esa manera podíamos volver cuando quisiéramos.

Me levanté en la mañana muy temprano para ordenar el desastre que había hecho la noche anterior, intenté hacer una tabla gigante de estadística, pero no resultó, de igual forma me quedaba aún un día entero para pensar en eso. Dylan era independiente y casi siempre se le olvidaba llevarme a la universidad.

Cuando llegué al verdadero calvario, me encontré con Kate mi mejor amiga, me adoptó como su mejor amiga desde hace cinco años y estar a su lado era divertidísimo, a pesar de que era mayor que yo su nivel de locura tenía niveles extremos, al estilo de un psicópata.

—    Sabes qué —habló cuando ingresamos a clases.

—    Qué.

—    Este es el curso que más apesta en toda esta universidad — Kate sabía que el maestro de psicología la estaba escuchando, pero no le importaba.

—    Señorita Parker, el gusto también es mío —respondió el profesor girando los ojos.

Kate tenía razón, ese curso apestaba. Qué rayos querían hacer añadiendo psicología a la facultad de contabilidad, aún así teníamos ya varios añitos soportando a ese viejo aburrido. A pocos alumnos le parecía grato, con pocos me refiero a menos de cinco estudiantes.

***

—    Así que ahora tu padre quiere que no salgas más a fiestas —concluí luego de escuchar toda la historia trágica de la dulce Kate y el ogro de su padre.

—    No sólo eso, me dijo que tampoco iré al trabajo, y por si te interesa tengo una plaza libre para ti —terminó de hablar y lo último que dijo hicieron que mis ojitos brillarán.

—    ¿Cómo? ¿Quieres que yo te reemplace en el mejor empleo del mundo?

—    Yo . . . no diría lo mismo. Pero de que irás a una de las mejores cafeterías de la cuidad, tenlo por echo.

—    Bien, no perdamos el tiempo. Iré hoy mismo. Y queridísima amiga, tienes prohibido ir a fiestas.

—    Suenas a mi padre Jane. 




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