Janne:
Cuando salí de esa maldita casa me sentí libre, lo último que vi fue que Leo corría con un montón de perros tras él. Opté por correr hacia la dirección que fuese, sin embargo no duré mucho tiempo fuera. Ya saben lo que pasó. Me desmayaron. Me comunicaron con mi madre. Me hicieron tomar un asqueroso café y corrí hacia mi celda.
Los últimos días que pase en esa casa no salí de la recámara. Leo optó por jugar videojuegos en aquella enorme sala, mientras yo mantenía la promesa que me hice. No interactuar con él. En los desayunos, él salía primero, se sentaba en medio de ese inmenso jardín y disfrutaba de panes tostados con leche de soya, al parecer era intolerante a la lactosa. Contemplaba los alrededores como preguntándose cuando fue que ocurrió todo esto, su vista era guiada por su propia curiosidad y de repente miraba hacia la ventana de mi recámara. A veces las empleadas me aconsejaban que saliera, que disfrutará del aire de afuera, pero ellas no me comprendían.
El último día en esa casa fue diferente. Salí a la misma hora que solía desayunar y me acomodé en la mesita que estaba al centro del jardín; habían puesto en la mesa lo mismo que comíamos todas las mañanas: frutas cortadas y malteadas diversas, sin olvidar el vaso de leche. Comía tranquilamente, picando las frutas con un tenedor, cuando Leo se aproximó desde la puerta principal caminando soñoliento, me sorprendió muchísimo pues creí que ya había desayunado.
— Me quedé dormido, pero si no quieres verme, iré adentro a seguir durmiendo. —esbozó.
Lo pensé un poco, pero al final acepté.
— Puedes comer conmigo, no hay problema.
Ambos comíamos sin dirigirnos la mirada, fue hasta que una sirvienta se acercó con ciruelos y moras; saludó sin mirarnos a la cara y salió. Miré a Leo con curiosidad, cómo es que se había acostumbrado a esta nueva vida, parecía muy relajado. Me devolvió una mirada fugaz y sonrió. Me quedé extrañada, sin embargo no sé porqué sonreí.
Desde mi punto de vista, Leo era de esos tipos que si los miras con mucho detenimiento puedes encontrar uno que otro defecto. A decir verdad, no era que conocía completamente a Leo, pero lo decía por su aspecto físico.
— Qué es lo que estás pensando — se atrevió a preguntar.
— Nada, nada. —respondí, pero no lo noté satisfecho — Solo estaba distraída con estas moras.
— Ya veo.
Por un momento pensé que diría algo más. Si bien era cierto, antes de estar como prisionera aquí conviva mucho con la gente, mi detestable hermano decía que yo no podría soportar ni siquiera un día sin hablar con nadie, en efecto, esto del encierro me estaba volviendo un poco inestable. Mi mamá insistía en mejorar mi relación con los hombres, pero después de que Elliot me abandonará, no volví a tener la misma seguridad. Prefería estar sola y decían que era mejor. El estar sola tenía sus ventajas, por ejemplo, más tiempo para ti, menos explicaciones y podías hacer lo que fuera, nadie diría nada. También tenía sus desventajas, extrañaba los apapachos y las muestras de cariño.
Después del desayuno, ambos nos levantamos de la mesa y caminamos hacia nuestras recámaras. Nos detuvimos al oír el fuerte sonido de unos autos negros ingresando por las rejas. El tío Adams, quién hasta ese momento me parecía un tipo desconfiado, salió de uno de los autos y esperó a que los otros tripulantes bajarán de auto.
— Querida Jane, ¿cómo has estado?
— Bastante bien, gracias —respondí en seco.
— Hoy iremos a dar una vuelta, que dicen, no quieren salir de aquí —propuso el tío Adams.
— A dónde iremos —cuestionó Leo.
— Suban al auto —dijo señalando el primer auto.
No era una opción negarnos, era muy arriesgado decir que no. Subimos al auto asustados, luego de unos segundos también subió el tío Adams. Giro medio cuerpo y esbozó una pequeña sonrisa. Ordenó al chófer que comenzará a conducir, él además de poner en marcha el auto, hizo clic en un botón que estaba en la parte superior del volante, inmediatamente las lunas del auto se volvieron oscuras y no podía ver nada.
— Es por seguridad —afirmó el tío Adams.
— Que estupidez —balbuceé.
Según calculé, estuvimos casi dos horas en aquel coche, con las lunas polarizadas ni siquiera podía distinguir por donde íbamos. Hasta que terminé escuchando el sonido del mar muy cerca y el auto se detuvo.
Las puertas fueron abiertas por dos personas, una en cada extremo, éstas traían aspecto de ser empleados del lugar. Leo volteó a mi dirección para confirmar que yo estaba de acuerdo, bajamos del auto y pude tener una vista más clara de donde estaba, aunque ciertamente no sabía dónde estaba parada.
Había ante mis ojos una gigantesca mansión, más amplia que la anterior. Con todas las ventanas hacia el mar y unas fuentes de agua cerca de la entrada. Aunque no conocía la razón por la que me habían traído aquí, pensé que sería buena idea pasar aquí la noche, era un lugar muy tranquilo.}
Unos guardias nos llevaron al interior, el tío Adams caminaba detrás de nosotros. Leo y yo no teníamos idea de lo que nos esperaba y ambos guardábamos calma. Luego de un pequeño jardín estaba la puerta principal del lugar, esta se abrió al instante y unas muchachas nos saludaron haciendo una reverencia. Al parecer eran sirvientas, porque salieron del lugar al instante.
— Esperen allí sentados —dijo el tío Adams apuntando un par de sofás que estaban en el centro de la sala.
— ¿A dónde irás? —preguntó Leo con un tono serio.
— Yo llamaré a los jefes. Deben estar llegando.
— Ven aquí —indicó Leo, tomándome de la mano.
Yo había estado parada en medio de la enorme sala, imaginando cómo sería la vida aquí, que no había escuchado muy bien lo que había dicho el tío Adams. Junto con Leo nos acomodamos en los sillones, que a decir verdad, eran muy cómodos.