Leo:
A la mañana siguiente intenté despertar a Jane, dormía como un bebé y parecía que reía. El golpe que recibió me quitó la borrachera de inmediato y me preocupé demasiado al verla inconsciente. Tuve que llamar a una mucama y ella pudo ayudarme a colocar a Jane en su recamara.
Abrió los ojos lentamente mientras yo la miraba fijamente, al notar mi presencia se sonrojó cual tomate maduro y se cubrió la cara con las sábanas. Supuse que su reacción se debía por lo borracha que estaba la noche anterior y rompí en carcajadas.
— Acaso eres un cínico —cuestionó.
— Por lo menos ya sabemos quién de los dos tolera más el alcohol —respondí casi al instante.
— Que esté borracha no te da el derecho de vestirme luego de una noche así —vociferó. Se puso de pie y fue hacia uno de los espejos.
— Eres tú quién elige que ponerse —dije dudando de su reacción —, de todas formas gané la apuesta y debemos ir al comedor, tengo mucha hambre.
Jane se puso delante de mí rápidamente y me fulminó con una mirada, no la entendía, acaso era muy mala en ser perdedora.
— ¿Te golpeaste la cabeza? ¿O te falla la memoria? ¿Eh…?
— ¿Olvidaste que resbalaste, caíste sobre mí y luego te desmayaste? —refuté —Eres tú la de la mala memoria.
— Qué dijiste…
No me quedé a explicarle nada. Tenía hambre. Y sabía que mientras más pensara, más se retorcería por dentro.
Jane:
Me quedé parada en mitad de la habitación, intentando procesar lo que Leo acababa de decir. ¿Me había… desmayado? ¿Caído sobre él? ¿No hubo… nada más? Toqué mis labios. ¿Por qué sentía tan vívido ese… “recuerdo”? ¿Era un sueño? ¿Una ilusión? ¿Mi mente intentando sabotearme otra vez?
—Ridícula —me dije frente al espejo.
El reflejo no ayudaba, las ojeras, el cabello revuelto y un rubor que no se iba, maldita sea, qué es lo que había ocurrido.
Bajé las escaleras con un nudo en el estómago. Leo estaba sentado comiendo como si no existiera un solo conflicto emocional en el planeta. Qué envidia. Me senté frente a él sin mirarlo, un solo contacto con sus ojos me haría recordar la tan dichosa ilusión.
—¿Te sientes mejor? —preguntó, dándole un sorbo a su café.
—Estoy bien —mentí.
Él arqueó una ceja. Y, estúpidamente, mi corazón decidió latir más rápido. Qué era lo que ocurría conmigo, no solía ser tan cursi con esto o si…
—Oye, Jane… —comenzó—. Si te voy a besar alguna vez, no será mientras estás inconsciente.
Casi me atraganto con mi propio aliento.
—¡Leo!
Maldición, qué es lo que está diciendo.
—¿Qué? Tú fuiste la que soñó cosas raras —respondió muy tranquilo, demasiado tranquilo—. No le eches la culpa a mi boca.
Quise hundirme en el piso, desaparecer o lo que sea, pero mis mejillas ardían a 45 grados. No respondí, solo tragué saliva, para luego entretenerme con el desayuno.
***
Mientras desayunábamos, Adams entró con su expresión habitual de “esto es urgente”. Lo cual indicaría una sola cosa, peligro.
—Todos al salón en diez minutos —ordenó—. Trajeron el paquete desde Suiza.
Leo y yo intercambiamos miradas, pero él no dijo nada. Cuando terminó de comer, se levantó, paseó sus dedos por su vaso y murmuró:
—Prepárate, que nos vamos.
—¿A dónde? —pregunté, confundida.
—A Grecia —respondió sin dramatismo, porqué aún mantenía tanta calma. Sentí que se me helaba el alma.
—¿Hoy?
—En unas horas.
Mi mente se llenó de preguntas, miedo, curiosidad y un montón de sentimientos mal organizados. Leo notó mi silencio. Caminó hacia mí y habló más suave:
—No nos pasará nada, Jane.
Lo miré a los ojos. Esa parte, lo quisiera o no, me tranquilizaba. Había sido el único con quien había compartido estos tragos tan amargos.
—Vamos —añadió—. Hay que alistarnos.
Asentí.
No sabía si tenía más miedo del viaje o de lo que significaría para mí. No sabía a ciencia cierta de qué se trataba aquel mapa y quién sería la primera víctima. El día anterior no logré preguntar a Leo acerca de lo que hablaron, sus ojos perdidos no eran ni siquiera una buena señal.
De todas formas, el simple echo de mirar a Leo a partir de ese momento sería realmente caótico, los recuerdos me perseguían y sin querer mi vista siempre se dirigía hacia sus labios. «Debo estar perdiendo la cordura».
Leo:
Sonreí mientras intentaba confortar la ansiedad de Jane, sabía que el dichoso viaje a Grecia no sería nada bueno, nuestras vidas, su vida correría riesgo. El mapa tenía un montón de puntos rojos sobre ciudades en la que la gente adinerada reside durante sus vacaciones. Sin embargo, los nombres se veían muy extraños, no eran nombres reales, solo eran apodos: El tejón, sería el primero en morir.
—No hay nada que pueda llevar aparte de estos vestidos —dijo Jane sosteniendo un par de vestidos.
La forma en la que me miraba había cambiado, el comportamiento de sus ojos que parecía como si guardarán mil secretos. Sobre si la besaría estando inconsciente fue en lo primero que pensé al tenerla muy cerca anoche, sus labios rosados me llamaban con fuerza, pero verla inconsciente me devolvió a la realidad.
—Reúnan pocas cosas, casi siempre volvemos a casa en dos días, así que no será necesario llevar tanto —interpuso Seuni ingresando a nuestra habitación.
—Cuántas veces hiciste eso —pregunté al sentir un poco de confianza.
—No siempre hacemos “eso” —se acercó a la ventana —, algunas veces solo somos espías, mensajeros, guardianes, no todo el tiempo seremos asesinos implacables.
—Seuni, a quién se supone que protegen —interrogó Jane.
—Lo entenderás muy pronto, o tal vez nunca, somos parte del clan, aquí fue donde nacimos y donde pasamos nuestros días, no seas tan cruel contigo misma si no lo logras comprender del todo.
Jane se indignó y Seuni salió de la habitación con una pequeña sonrisa. Sus respuestas solo me confundían aún más. Acaso mi deber era proteger a mi padre, a la mafia y ser fiel discípulo del clan, eso sonaba muy absurdo.
***
—Todos listos —indagó el tío Adams, parado frente a una camioneta con lunas polarizadas .
—Nunca estuvimos más listos —afirmó Mike.
Jane aún mantenía un perfil bajo al estar cerca de mí, qué es lo que la había cambiado tanto, sus sueños acaso. La británica subió a la camioneta sin más y todos la seguimos.
Por dentro no podía visualizar el exterior, lo que significaba que aún sabiendo todo en lo que me había metido, ellos aún no confiaban en nosotros. La llegada al aeropuerto privado nos tardó aproximadamente cuarenta minutos, era un espacio muy elegante, pero mi mente no estaba abierta a admirar, solo pensaba en lo que haría en algunas horas.
—Vaya… es increíble —dijo Jane mientras sus pupilas se dilataban con la belleza del lugar.
«¿Podrás perdonarnos?» pensé al verla tan feliz.