Promesa

CAPÍTULO V

Amelia

 

Es de mañana y me pongo a realizar unos veinte minutos de ejercicio, aunque no lo crean me gusta la actividad física y me dedico a realizarlo en los días impares no lo hago por vanidad, pero me gusta tener un cuerpo sano.

Al terminar me doy una ducha, me cambio y arreglo mi cuarto hasta que escucho a la hermana Isabel tocar mi puerta –Ave María Purísima.

–Sin pecado concebida –respondo suave.

La oigo alejarse a la siguiente puerta, salgo de mi cuarto y voy directo a la capilla hacer mis oraciones la verdad no me canso de esto.

Continuamos con las actividades que nos encarga la Madre abadesa después de los cantos, rezos y la eucaristía nos ponemos a realizar los preparativos para la comida comunitaria.

Isabel y Nicole están preparando los vegetales los lavan bien y los pican.

Magdalena, Iridia y yo preparamos el arroz y el estofado de carne. Las ollas son grandes y Gaby exprime limones para limonada y también lava los platos ya utilizados por nosotras tenemos una buena coordinación por lo que terminamos a tiempo.

El comedor comunitario está abierto en Iglesia Franciscana en la parte de atrás de la de la Iglesia en la calle. Varias personas entran son personas que deambulan por las calles con las ropas desgastadas, de a poco las mesas se están se van llenando cada una de nosotras servimos a todos ellos.

Le servimos los platos de sopa a cada uno hay como treinta y cinco personas en el comedor comunitaria el Padre Álvaro está aquí y antes de que las personas inicien a comer el Padre dedica una oración a Dios por los alimentos sobre las mesas de los invitados del mismo modo también pide por las personas presentes aquí y por todas las que no tienen un hogar.

Todos en la mesa están con las manos unidas y los ojos cerrados, con la cabeza un poco agachada cuando el Padre Álvaro termina todos contestamos –Amen.

Prosiguen a comer se sirven gustosos la comida al terminar dan las gracias y se retiran y nosotras tenemos más platos que lavar. No importa, todo sea por los rostros felices de esas personas.

Nos disponemos a recoger los platos y los lavamos.

Regresamos al convento a realizar nuestras actividades cotidianas. Me encontraba barriendo el corredor cuando la Madre Abadesa llega con una canasta de carrizo grande y me pido que vaya al mercado a comprar algunos vegetales, nuestra cocina estaba extensos de ellos.

Tomo la canasta y salgo al mercado por suerte hay uno cerca a tan solo tres cuadras voy con la canasta y el dinero que me entrego la Madre Abadesa al entrar saco la lista de cosas que necesitamos en la cocina.

Tomate, pimiento, cebolla blanca y colorada, zanahoria, alverja y una que otras frutas de la lista lo acomodo todo en la canasta la señora que me atendió fue muy amable conmigo por su apariencia talvez tenga uno cuarenta y cinco años o un poco más.

Voy de regreso al convento sujetando la canasta delante de mí, con ambos brazos a través del sujetador voy caminando despacio la canasta pesa, pero mis brazos son fuertes.

Camino recto y por un instante miro a la cesta una de las fundas de tomate se iba a caer por lo que lo acomodo y pum… –ahg –escucho un quejido me choque con alguien y el golpe hace que suelte la canasta –ayayay –me llevo las manos a mi boca tapándola, estoy algo asustada.

La canasta le cayó en todo el pie derecho se está sosteniendo sobre el izquierdo dando pequeños saltos –perdóneme se encuentra bien –digo con un tono algo preocupada el chico abre los ojos y me mira, pero puedo ver en sus ojos un vacío. Y esa expresión seria que tiene deduzco que tiene un gran pesar dentro.

–Discúlpeme –le escucho decir al chico supongo que tiene mi edad o tal vez algo más joven lo dice de forma suave, pero puedo notar que le disgusta decir esa palabra.

Me inclino a juntar las cosas y el chico me ayuda a juntarlas por instantes nuestras miradas se chocan y cada vez que sucede noto esa misma expresión en él. De nuevo se disculpa y claramente se ve que le molesta esa palabra. Los rasgos que su rostro hace cuando la dice.

Su pelo es negro, pero los pocos rayos de sol lo hacen brillar a color algo rubio es suco.

–Descuida –le digo sonriendo –venia algo distraída.

–Discúlpeme –otra vez lo dice y ahí está de nuevo su disgusto.

¿Por qué lo dice, sino le gusta?

Con esa última palabra se va, y lo siento, una pequeña risa se me escapa al ver como se comportaba, como si hubiera hecho un gran error al chocar. Se fue algo cojeando continuo hasta el convento y dejo las cosas en la cocina y le entrego el vuelto la Madre Abadesa.

Me uno con las hermanas y comenzamos los rezos.

Después de la cena y de nuestras ultimas tareas nos vamos a descansar y la mirada de ese chico vuelve a mi mente, el color de sus ojos es igual a los míos con la diferencia de que en los suyos hay un vacío con tristeza.

Al levantarnos sus ojos solo demostraban esas dos características no había nada más en ella tenía una expresión seria.

Espero que su pie este bien que no le haya fracturado algún hueso del pie. Antes de irme a dormir le pido a Dios por ese chico que encuentre lo que busca para que este completo.




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