Promesa

CAPÍTULO IX

Amelia

 

Es jueves y por fin tengo permiso para usar mi celular para llamar a mi familia, me lo entregan y me voy al jardín me ubico bajo la sombra de un árbol de naranjas.

Abro mi WhatsApp y busco a mi mamá y realizo una video llamada.

Espero unos segundos y por fin me contesta.

–Hola, hija. ¿Cómo estás? –sus palabras me hacen sentir bien.

Mis ojos empiezan a picar, quiero llorar pues es un buen tiempo que no la veo apartarse de los padres es lo más difícil, para mí lo fue. Pero yo estoy cumpliendo mi sueño que siempre tuve desde niña el cual es servir a Dios toda mi vida.

Mi mamá tiene cuarenta y seis años, pero luce bien.

–Hola mamá. Estoy bien, llego el día en que me permiten tener mi celular, aunque sea por corto tiempo –mi corazón se suaviza extraño hablar con mi mamá antes de consagrarme al Señor pasaba mucho tiempo con ella dialogando, a pesar de que mis temas eran más conforme a la Biblia aun así siempre me daba una respuesta bien reflexionada cada una de mis interrogantes.

–Muy poco tiempo hija quisiera abrazarte, y solo puedo verte por esta llamada.

Mi corazón se encoge unas cuantas lagrimas comienzan a salir de mis ojos, sonrió para trasmitirle seguridad de que no se preocupe –estoy cumpliendo mi sueño mamá, y pronto podrás verme. También tengo muchos abrazos que darte.

–¿Y a mí? –la voz de mi hermano menor de doce años. Aparece detrás de mamá sonriendo es algo revoltoso, pero muy buen muchacho –hermanita que mala eres, te olvidaste de mí. De este pobre angelito.

Mamá sonríe.

Del mismo modo yo suelto una pequeña risa –De angelito no tienes nada Fabricio –digo manteniendo mi sonrisa.

Me queda mira de manera seria con los ojos bien fijos –muy bien –lo dice de manera seca –entonces pediré que alguien te mueva el tapete –mis ojos se abren y vuelvo a sonreír.

–Hijo. ¿¡Pero qué dices!? –mamá lo dice sorprendida de mi hermano.

–Ay mamá por qué. Dicen que para cada hombre hay una mujer, bueno… en este caso sería para cada mujer hay un hombre.

–Sabes –digo suave –comienzo a creer que si eres un ángel –sonríe –pero uno caído –cambia sus expresiones y de nuevo me mira fijo.

–No me parece justo que yo sea el único que de nietos y sobrinos –se cruza de brazos y gira la cabeza hacia el lado derecho algo indignado.

–Ya basta hijo vete hacer tus tareas o a jugar –dice mamá regañándolo.

Él se levanta y se va y al instante regresa –te quiero mucho Amelia, cuídate –lo dice sonriendo y se va otra vez.

–Él y sus ocurrencias –dice mamá.

–Pero si voy a pedir que alguien te mueva el tapete –escucho a mi hermano gritando.

–Fabricio –dice mamá alzando la voz.

–Déjalo mamá, es igual de impetuoso. No me molestan sus palabras, pero él sabe que mi único amor verdadero es Dios y nadie más que Él.

Pregunto por mi papá y ella me dijo que estaba bien con su salud y trabajo mi papá se llama Ernesto Silva es oficial de la policía con grado de Mayor dentro de poco ascenderá a Teniente Coronel.

Él quiso que yo siguiera sus pasos, pero yo tenía mi camino a seguir siempre lo supo. Aún recuerdo el día en que le dije que consagraría mi vida a Dios no se veía como siempre, pero al instante me sonrió y me abrazo y me dijo –hija si tu camino es servir a nuestro Señor, síguelo con todo tu corazón y toda tu alma.

Mamá también me dio palabras de ánimo, de esperanza estaba feliz por las reacciones de mis padres.

Y como siempre mi hermano tiene que hacer sus bromas, pero también me dio palabras de ánimo.

A los pocos días inicie con mi vida religiosa de la mano de Dios a quien considero el amor de mi vida. Seguimos dialogando hasta que mi tiempo con el celular se agotó y tuve que regresarlo.

Camino de regreso a mi cuarto a descansar, una sonrisa se me escapa al recordar las ocurrencias de mi hermano y en ese instante la mirada de ese chico viene a mi mente.




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