Promesa de fuego y cenizas

Capítulo 3: El Juramento Olvidado

El humo del amanecer aún flotaba sobre Lysara cuando Ariadna despertó sobresaltada. Había soñado con fuego… pero no el suyo. Era un fuego más antiguo, casi sagrado, que ardía sobre un altar de piedra rodeado de voces que hablaban en un idioma perdido.
En medio de las llamas, una silueta aparecía: la de un hombre hecho de cenizas, con los mismos ojos grises que había visto la noche anterior.
Tharen.

Se sentó en su cama, intentando calmar su respiración. Su piel ardía, pero no por fiebre. Era la misma sensación de siempre, el calor que no la dejaba olvidar quién era.
Solo que esta vez… el fuego parecía querer decirle algo.

Tomó su capa y salió al amanecer. El viento soplaba frío sobre las calles, pero cada paso que daba la guiaba hacia la torre del Santuario del Alba, el lugar donde se guardaban los registros antiguos de Lysara. Allí, entre pergaminos polvorientos y guardianes silenciosos, esperaba encontrar respuestas.

El maestro del santuario, un anciano de barba blanca llamado Elion, levantó la vista al verla entrar.
—Ariadna de Lysara… hacía años que no te veía por aquí.
—Necesito acceso a los textos de los Juramentos Antiguos —dijo sin rodeos.
Elion la observó con atención. —No son para curiosos.
—No soy curiosa, maestro. Estoy buscando mi origen.

El anciano suspiró. En su mirada se mezclaban la preocupación y la resignación. Sin decir más, la guió hasta una sala subterránea iluminada por cristales rojizos. Los muros estaban cubiertos de runas que parecían moverse con la luz.
En el centro, sobre un pedestal de piedra, descansaba un tomo cubierto de símbolos de fuego y ceniza entrelazados.

Ariadna extendió la mano. El libro se estremeció bajo sus dedos, como si la reconociera.
Cuando lo abrió, el aire del santuario cambió. Una voz —suave, femenina, y al mismo tiempo antigua como el mundo— llenó la habitación:

"Dos almas forjadas en fuego y polvo.
Dos promesas unidas por el equilibrio.
Mientras la llama viva, la ceniza velará.
Si una arde sin la otra, los reinos caerán."

Ariadna tembló.
—Entonces… la promesa no es solo una leyenda. Es un pacto real.
Elion asintió despacio. —Un juramento sellado con vida y poder. Se decía que, hace siglos, la Heredera del Fuego y el Guardián de las Cenizas unieron sus almas para contener el caos entre los reinos. Pero algo ocurrió. El vínculo se rompió, y con él, la paz.

—¿Y si el vínculo intenta restablecerse? —preguntó ella, temiendo la respuesta.
Elion la miró con gravedad. —Entonces los antiguos volverán a moverse. Y si fallan… no quedará nada que proteger.

Un estruendo sacudió el santuario. Elion corrió hacia la salida, pero Ariadna ya sentía lo que venía: el fuego interior respondía al peligro. El aire se llenó de cenizas antes de que el anciano pudiera hablar.

Y entre el humo, una voz que no pertenecía al presente resonó en su mente.
“Te advertí que no buscaras la verdad sola.”

Ariadna giró, y allí estaba él. Tharen, emergiendo entre las sombras como un recuerdo tangible. Su presencia dominaba la sala, el aire temblaba a su alrededor.
—¿Me seguiste? —preguntó ella, con el corazón latiendo desbocado.
—No podía dejarte entrar sola a un lugar así. Los Custodios Caídos sienten cuando alguien toca la promesa.

Ariadna retrocedió un paso. —¿Entonces esto los está atrayendo?
—Sí. Y ahora saben quién eres realmente.

El libro sobre el pedestal comenzó a arder con una luz roja. Las runas en las paredes se movían, vivas, formando símbolos que ninguno de los dos comprendía. Tharen extendió la mano hacia ella.
—Tenemos que irnos. Ahora.

Pero antes de que pudiera reaccionar, el fuego la envolvió. No dolía. No quemaba.
Era una visión.

De pronto, se vio en un campo ennegrecido, bajo un cielo carmesí. Frente a ella, el mismo hombre de las cenizas —Tharen, pero no el de ahora— se arrodillaba ante ella.
“Te juro por el fuego que me consume y la ceniza que me cubre, que jamás dejaré que los reinos ardan de nuevo.”
Ella —una versión antigua de sí misma— colocaba una mano sobre su pecho.
“Y yo te juro que, si el fuego cae, las cenizas serán mi guía.”

El fuego se apagó. Ariadna jadeó, cayendo al suelo del santuario. Tharen la sostuvo antes de que se golpeara.
Sus ojos se encontraron, y ambos comprendieron lo imposible:
Habían pronunciado esas mismas palabras siglos atrás.

Elion, pálido, los observaba desde el umbral. —El ciclo está repitiéndose —murmuró—. Y esta vez… puede que el juramento no se cumpla.

Ariadna miró a Tharen, el corazón encendido por una mezcla de miedo y deseo.
—Entonces tendremos que romper el destino antes de que nos rompa a nosotros.

Tharen asintió.
—El fuego y las cenizas, juntos otra vez. Pero esta vez, sin dioses. Solo nosotros.

Y con ese pacto silencioso, ambos se marcharon del santuario, sin saber que las sombras ya los seguían… y que el precio del amor sería el equilibrio del mundo.



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En el texto hay: fantasia, romace, romance paranormal

Editado: 06.10.2025

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