POV: Mariana
Caminé hasta el departamento con un nudo en el estómago. Durante todo el trayecto repasé las miradas, las palabras a medias y esa sensación incómoda que se había instalado entre nosotros.
Lucas me había ofrecido llevarme, pero inventé una excusa. La idea de estar en un espacio tan cerrado, solo los dos, era demasiado para mis nervios.
No sé por qué me pasa esto… es Lucas, el de siempre. Mi amigo. Y, sin embargo, siento que hay algo que está cambiando, y no sé si quiero —o puedo— enfrentarlo.
Cuando llegué, Marcos estaba tirado en el sillón haciendo zapping. Me fui directo a la cocina por un vaso de agua, intentando borrar de mi cabeza la imagen de Lucas y su expresión al despedirnos.
—¿Sabés a quién me encontré hoy en la facultad? —preguntó Marcos, con una sonrisa extraña.
—¿A quién?
—A Lucía. ¿Te acordás? Mi compañera del bachillerato. La que siempre se sentaba conmigo en Química.
Lo pensé un segundo. Claro que la recordaba. Era esa chica callada pero simpática, con una risa rápida y una mirada cálida. Una de las pocas que le seguía el ritmo a Marcos.
—Sí, la recuerdo. ¿Y qué onda?
—Nada… que también estudia Agronomía. Se transfirió este año. Dice que está mejor organizada esta facultad. Fue raro, pero lindo volver a verla.
Sonreí sin decir nada. A veces no hace falta explicar más para entender lo que pasa adentro. Y así pasamos la tarde entre charlas y estudios.
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Apenas terminamos de cenar, recibí un mensaje. Era de Ismael:
“¿Ya cenaron? Paso por ahí. Llevo algo dulce.”
Marcos se rió, leyendo por encima de mi hombro.
—¿Y por qué te escribe a vos y no a mí? ¿No se supone que soy su mejor amigo?
Rodé los ojos, divertida.
—Capaz quiere halagarnos con medialunas para los dos —dije, sacando más tazas del mueble.
Minutos después llegó con su sonrisa de siempre y una bolsa cargada de facturas. Nos acomodamos los tres en la mesa y el mate empezó a pasar de mano en mano.
—No puedo creer que ya estemos en el último año —dijo Ismael, con tono nostálgico—. Parece ayer que entrábamos al aula de Fundamentos, todos con cara de asustados.
—Más que asustados, parecíamos pollitos mojados —agregó Marcos entre risas.
—Bueno, algunos siguen igual de perdidos —dije, burlándome de mi hermano.
—Pará que este año se viene Producción Vegetal Aplicada, con laboratorio compartido. Ahí nos vamos a ver más seguido —dijo Ismael, mirándome.
Asentí con una sonrisa. Esa materia era una de las pocas que compartíamos estudiantes de Veterinaria y Agronomía. Una intersección extraña, pero útil.
Antes de irse, Ismael lanzó su clásica frase de cada año,
—Mañana paso a buscarlos. No se van a ir en colectivo, ¿no? Y menos en bici, que te conozco, Fernández.
—No hace falta, Isma. Estamos bien —dije, como cada vez que lo ofrecía.
—Yo insisto. Es el último año, hay que aprovechar cada charla compartida.
Marcos se encogió de hombros. Ya sabíamos que no tenía sentido discutir.
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A la mañana siguiente, cuando llegamos a la universidad en el auto de Ismael, lo vi. Lucas estaba parado cerca de la entrada del edificio principal, con la mochila colgando de un solo hombro y el ceño ligeramente fruncido. Al vernos, se quedó quieto.
Su mirada se cruzó con la mía. Saludé con una sonrisa suave, pero noté algo raro. Una expresión distinta.
Ismael me abrió la puerta del auto como siempre, con ese gesto galante que tenía naturalizado. Le hice una broma al respecto y él se rió, chocando su hombro con el mío. Nos separamos enseguida.
Lucas y yo teníamos clase de Clínica de Grandes Animales, y después se venía la práctica de Producción Vegetal Aplicada, la materia compartida con los chicos de Agronomía.
Al ingresar al salón, Lucas estaba extraño, serio, apenas me miraba. Durante la clase lo noté distraído en sus pensamientos. Varias veces lo descubrí mirándome, pero no decía nada. Eso me inquietaba.
¿Qué le pasaba? ¿Qué me pasaba a mí?
Así finalizó la clase, con miradas furtivas pero sin hablarnos. Cuando sonó el timbre, lo vi guardar sus cosas y salir prácticamente huyendo. ¿Qué le está pasando?
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Metí mis pertenencias en mi mochila y me dirigí hacia los laboratorios. Ya casi todos estaban frente al aula.
Marcos charlaba con Lucía, relajado. Ella lo miraba como si no hubieran pasado años sin verse. Parecía feliz de estar ahí.
Ismael, Mónica y yo esperábamos cerca cuando Lucas llegó con paso decidido. Llevaba una carpeta bajo el brazo y la misma camisa arremangada que siempre le quedaba demasiado bien.
—¡Luki! —exclamó Mónica, tomándolo del brazo—. ¿Podés ser mi compañero hoy? Porfa. Siempre estás con Mariana y yo me siento re colgada últimamente. Encima ayer ni te vi.
¿Ayer? Me pregunté qué quiso decir con eso Mónica. Lucas me miró por un segundo. Dudó. Pero no dijo nada.
—Dale, aunque sea hoy —agregó Mónica con su mejor tono dulce.
Ismael, rápido como siempre para leer el ambiente, se giró hacia mí.
—¿Te parece si vamos juntos nosotros, Mari? Así equilibramos un poco.
—Claro —respondí, como si no me afectara nada de lo anterior.
—Vamos antes de que nos dejen al lado del extractor de aire —bromeó, tomándome del brazo con gesto protector.
Entramos al salón y nos ubicamos al fondo. Ismael me hacía reír con sus comentarios sarcásticos mientras preparábamos el material. Me pasó una lámina vegetal para observar y nuestras manos se rozaron. Fue apenas un segundo, pero el calor quedó.
Por un instante, sentí que todo estaba bien. Que podía simplemente disfrutar la compañía de un amigo sin pensar en las miradas de los demás.
Pero entonces levanté la vista… y ahí estaba Lucas, en la mesa de adelante.
Vi su expresión por un segundo. No era de enojo. Era algo más silencioso. Más denso.
No lo entendía. Pero lo sentía.
A veces, el silencio pesa más que cualquier palabra.
Y en ese laboratorio, entre microscopios y muestras, todo se volvió más nítido.
Editado: 08.10.2025