Promesas bajo el jacarandá

Capítulo 3: Ese lugar que no era mío

POV: Lucas

No sé por qué me molestó tanto verlos llegar juntos.

Ismael los pasó a buscar miles de veces durante estos años. Desde el primer año de facultad. Siempre fue así: él se ofrecía, ellos aceptaban, y todo funcionaba. Nadie se quejaba. Nadie decía nada.
Pero esta vez… esta vez me jodió.

Capaz porque ahora lo veo distinto. Porque ya no me parece "uno más". Porque le abrió la puerta del auto con esa actitud canchera de siempre, y Mariana se rió como si fuera una escena repetida mil veces. Natural. Cómoda. Íntima.

Y entonces lo hizo.

Desde donde estaba, me pareció que Ismael la abrazaba. Tal vez fue apenas un roce, un gesto tonto... de esos que antes no me decían nada, pero que ahora me atravesó como una espina.
Ella no se apartó. Ni siquiera lo notó.
Y yo, en cambio, sentí cómo algo se revolvía dentro mío.

Me bastó con eso para entender que ya no era parte de esa escena. Que ese lugar que antes sentía propio, ahora lo ocupaba otro.

Guardé el celular, ajusté la mochila y caminé como si no los hubiera visto. Pero claro que los vi. Y seguro mi cara me delató. Porque no supe fingir.
Porque sí… me molestó.

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La mañana había empezado igual que ayer. Pero algo se sentía distinto. El patio seguía igual, las paredes, los árboles, la rutina… Todo en su lugar.
Todo, menos yo.
O quizás… ella.

Desde que volvimos, cargo esta incomodidad rara. Como si algo se hubiera quedado allá, en la estancia. Entre palabras no dichas y miradas que ninguno se animó a sostener.

Durante el verano fue distinto.
Nos vimos más que nunca. Caminatas largas, charlas al atardecer, silencios que no pesaban.
Y cuando me fui de viaje con los chicos, seguíamos escribiéndonos. Casi todos los días.
Hasta que no.
Hasta que los mensajes se volvieron más cortos, más espaciados, más fríos.
No sé cuándo ni por qué cambió.
Capaz fui yo. Capaz empecé a esperar algo que ella nunca prometió.

La clase de Clínica de Grandes Animales me encontró con la cabeza en cualquier lado. No sé cómo llegué hasta el aula con esta mezcla de ansiedad y fastidio. Me repetí todo el camino que debía enfocarme, pero cuando la vi entrar, todo se me desordenó otra vez.

Mariana.

Se sentó al lado mío como si nada, con esa naturalidad que me desarma.
Mi cuerpo se tensó. Fingí que prestaba atención, pero mis ojos iban a ella.
Estaba hermosa. Aunque no se lo dijera. Aunque no supiera si todavía podía.

No le hablé. No me animé.
Las palabras se me quedaron atragantadas. Como tantas otras veces, últimamente.
Solo la miraba.
Y a veces, ella también me miraba.
Pero ninguno decía nada.

Cuando sonó el timbre, no esperé. Guardé mis cosas y salí rápido, como si necesitara aire. Como si quedarme un minuto más me fuera a traicionar.

---

Al llegar al laboratorio, todos estaban reunidos afuera. Era la primera práctica de Producción Vegetal Aplicada, una de las pocas materias compartida con Agronomía.
Mariana hablaba con Ismael, y Marcos se reía con una chica nueva, alta, de pelo castaño y mirada chispeante. Charlaban animadamente. Se notaba que se conocían.

Estaba por acercarme a Mariana cuando Mónica apareció de la nada.

—¡Luki! —exclamó con tono meloso, tomándome del brazo—. ¿Podés ser mi compañero hoy? Porfa. Siempre estás con Mariana y yo me siento re colgada últimamente. Encima ayer ni te vi.

Me frené.
Yo no estaba con Mariana. No ahora.

Busqué a Mariana con la mirada. Quise decir que no. Pero no dije nada.

—Dale, aunque sea hoy —insistió Mónica, con esa sonrisita suya que sabe usar bien cuando quiere conseguir algo.

Estaba por negarme, pero entonces vi a Marcos riéndose con la otra chica e Ismael acomodándose junto a Mariana como si fuera lo más natural del mundo.

Y entonces lo escuché.

—¿Te parece si vamos juntos nosotros, Mari? Así equilibramos un poco —le dijo Ismael, con esa sonrisa confiada.

—Claro —respondió ella. Sonriéndole.

Y a mí me ardió todo.
¿Y por qué le sonreía así?
¿Qué carajo me pasaba hoy?

Todo lo que hacía Ismael con ella me molestaba.

—Vamos antes de que nos dejen al lado del extractor de aire —bromeó él, tomándola del brazo.

Sin muchas opciones, acepté el pedido de Mónica.

—Vamos —le dije, más por reflejo que por ganas.

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Entramos, nos sentamos… pero no podía concentrarme.
Mónica hablaba, pero no la escuchaba.
Mis ojos —traicioneros— se iban al fondo. A ellos. A cómo Ismael le señalaba algo en la hoja, a cómo ella le sonreía de costado, a cómo él se inclinaba para susurrarle algo y ella negaba divertida.
Y sentí que se me apagaba el cuerpo cuando sus manos se rozaron. Fue un segundo. Pero fue intencional.

Ismael siempre fue simpático, relajado.
Pero hoy… hoy me molestaba.
Porque ella se reía más con él que conmigo.

No es novedad que Ismael siente algo por Mariana. Nunca lo disimuló.

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Y entonces, me vino ese recuerdo.

Ella, con trenzas, escondida detrás del jacarandá en la estancia. Tenía ocho. Yo, nueve. Lloraba bajito, abrazando algo blanco entre sus brazos.
Su conejito había muerto.
No quería que nadie la viera así. Pero yo la encontré igual.
Me senté a su lado sin decir nada. Le limpié las lágrimas con la manga de mi camisa.
Intenté hacerla reír con alguna tontería.
Cuando al fin levantó la mirada, le di un beso en la mejilla.
Desde ese día supe que quería cuidarla.
Que esa nena buena, dulce, que lloraba en silencio, se me había metido adentro para siempre.

---

Volví al presente con la voz de Mónica.

—Hacen linda pareja —comentó, como quien habla del clima.

Levanté la vista.

—Mariana e Ismael —aclaró, sin mirarme—. Se entienden, ¿no?

No contesté. Solo apreté la mandíbula.
Porque sí, se entendían.
Y eso… me jodía más de lo que quería admitir.




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