POV: Lucas
El laboratorio estaba lleno de ruido, pasos, sillas arrastrándose, frascos golpeando las mesadas.
Pero yo no escuchaba nada.
Solo pedazos de lo que había dicho Ismael.
"Anoche yo ya puse de mi parte…"
"No te escuché quejarte…"
Y ese remate que todavía me aprieta el pecho.
"Estabas encantada."
No sé si lo dijo exactamente así, pero así fue como me quedó grabado.
Como una sensación incómoda, un golpe seco que no sabía dónde meter.
Como si alguien hubiera tirado de una cuerda que pasara directo por el pecho y la apretara sin aviso.
Mariana se congeló al verme.
Yo también.
Fue apenas un segundo, pero tuvo el peso de una eternidad.
Quise disimular, pero ya había escuchado todo.
Y lo que escuché no era algo que pudiera ignorar así nomás.
Quise pedir una explicación, pero no me correspondía.
No soy su novio.
Nunca le dije nada.
Nunca hablamos de “nosotros”.
Y eso dolió más todavía.
Ella lo miró a Ismael como pidiéndole, con los ojos, que se callara.
Él se rió, relajado, y siguio hablando, como si no hubiera dicho nada grave.
Como si las palabras no pudieran desatar nada en nadie.
Y yo… me quedé ahí parado, sintiendo cómo algo adentro mío se tensaba de forma peligrosa. Algo que no sabía si quería explorar… o reprimir para siempre.
—¿Todo bien? —pregunté, fingiendo una calma que no existía.
No era una pregunta inocente.
Era: decime que no fue lo que estoy imaginando.
Era: decime que no me perdí algo importante en tu vida.
Era: decime que todavía sé dónde estoy parado con vos.
—Sí —dijo ella.
Pero yo la conozco.
Ese “sí” no era un sí.
Era una respuesta corta, defensiva. Un “no sé qué decirte” disfrazado.
Y el silencio entre nosotros quedó flotando como un error que ninguno quiso cometer pero igual ocurrió.
Como algo que no sabíamos cómo desarmar sin romper algo más grande.
Entonces apareció Mónica, radiante y dulce… demasiado dulce.
—Luki, ¿podés ser mi compañero hoy? Siempre estás con Mariana… —dijo con tono de broma.
Pero ese “siempre” me atravesó.
Porque sí.
Siempre estoy con ella.
Siempre la busco.
Siempre la elijo.
Y escuchar que alguien lo dice en voz alta hizo que todo sonara más real, más evidente, más peligroso.
Mariana levantó apenas la mirada.
Yo también.
Sentí algo tironear en mí, algo incómodo, algo que no quería sentir… pero igual estaba ahí. Un tirón que no tenía nombre, o sí, pero no quería usarlo.
—Dale —respondí, dejándome arrastrar por Mónica.
No porque quisiera.
No porque prefería estar con ella.
Sino porque quedarme ahí, al lado de Mariana, me hubiera delatado demasiado.
Y todavía no sé qué hacer con todo lo que se delataría si doy un paso de más.
---
El profesor acomodó unas láminas y empezó a hablar, marcando puntos importantes en el pizarrón.
La clase era sobre identificación de Haemonchus contortus en muestras de rumen.
Yo anotaba.
O hacía como que anotaba.
La biología estaba frente a mis ojos.
El problema era que mi cabeza estaba en otro lado.
Porque mis ojos se iban siempre hacia donde estaba ella.
Mariana.
A unos metros.
Con el guardapolvo bien abrochado, el pelo recogido de forma descuidada pero prolija en ella, inclinada hacia la mesa.
Ismael le mostraba una lámina, señalando con el lápiz algo que decía en voz baja.
Ella asentía apenas, frunciendo la ceja como cuando algo no termina de convencerla, como cuando arma el caso clínico en la cabeza y está conectando puntos.
Y lo peor es que no podía dejar de mirar.
Por más que lo intentara.
Me forcé a bajar la vista a mi cuaderno, a escribir lo que el profesor decía:
“Gastroenteritis parasitaria, anemia, pérdida de peso…”
Palabras automáticas.
Ni siquiera estaba procesando lo que escribía.
Lo único que tenía demasiado peso ahí adentro no eran los parásitos. Era lo que me pasaba con ella.
---
La escena de ayer en la biblioteca volvió como un flash.
El silencio incómodo.
Ese olor a libros viejos que siempre hay ahí.
Y el roce rápido de nuestros dedos cuando agarró la lapicera.
Una tontería.
Una estupidez que para cualquier otro no significaría nada.
Pero para mí…
para mí fue suficiente para que el pulso se me disparara como si estuviera frente a un caso de urgencia.
Ella tragando saliva.
Yo fingiendo que buscaba otra cosa en la mochila.
Los dos evitando encontrarnos la mirada.
Y esa sensación sin nombre que igual estaba ahí, vibrando entre los dos.
Como si algo hubiera quedado mal dicho, a medio camino, entre el verano y ahora.
Cuando le ofrecí llevarla, como todas las veces, me respondió que no.
Que se iba caminando.
Me sonrió.
Una sonrisa rápida, casi desapercibida.
Como si quedarse más tiempo conmigo fuera demasiado.
Como si hubiera algo que prefería no enfrentar.
Y sí… me dolió.
Más de lo que debería dolerle a un “amigo”.
Por eso le escribí cuando llegué a casa.
> “¿Llegaste bien?”
Mentí incluso a mí mismo diciendo que era costumbre.
Que era puro cuidado.
Que lo haría con cualquiera.
La verdad era otra.
La verdad era que necesitaba saber de ella.
Saber que estaba bien.
Saber que seguía ahí.
Saber que, por más raro que se estuviera poniendo todo, no se había ido de mi órbita.
---
Y hoy.
Mi humor ya venía torcido cuando Ismael llegó con ella esta mañana.
Yo estaba apoyado en la baranda, mochilas, carpetas, esa mezcla de sueño y rutina del segundo día de clases.
Nada del otro mundo.
Hasta que vi el auto.
Ismael bajó primero, con esa seguridad de siempre, ese gesto de “yo estoy en mi propia película”.
Después bajó ella.
Editado: 10.12.2025