Han pasado dos semanas desde la pelea que tuve con Ihan. Tal vez fui muy dura, el estrés que tenía mesclado con la culpa, me hizo sentir como si me tuviera lastima, algo que odio totalmente, intenten disculparme, pero…
—Lamento lo que te dije, estaba demasiado estresada, tengo demasiados problemas en mente y hiciste algo que me hizo explotar…
—Basta… sé que me equivoqué, pero no era para que reaccionaras de esa manera… Zam, te quiero demasiado. A veces me duele ver cómo siempre reaccionas así, diciendo cosas hirientes, y luego te justificas. Entiendo que estás pasando por un momento difícil, y deseo con todas mis fuerzas poder ayudarte, pero siento que no me dejas. Te ves tan fuerte, capaz de enfrentar todo por tu cuenta, y sé que tienes esa fortaleza. Sin embargo, no estás sola. Hay muchas personas a tu alrededor que te aman profundamente. Me duele ver cómo te cierras, impidiéndote recibir el apoyo y el amor que mereces.
Solo me fui, no dije nada. ¿Qué podría decir contra eso?
Porque en el fondo yo sabía que tenía razón.
Lo que me pasa no justifica lo que les hago a los demás. Me puse a pensar en todas esas veces en las que reaccioné así con las personas que amaba y nunca me disculpé adecuadamente. Me doy cuenta de que dejo que me ayuden solo cuando ya estoy en el fondo, y a veces soy tan terca y orgullosa que me ahorco con mi propia cuerda.
Quizás no todo sea tan malo. Tal vez esas personas realmente puedan ayudarme a salir de este hoyo. No es justo ni para mí ni para el resto seguir así. Necesito abrirme y dejar que los demás entren en mi vida, porque al final, todos necesitamos a alguien.
Y aunque al final no pueda salvarme del todo, estoy satisfecha por haberlo intentado.
Dejé que pasaran unos días para prepararme y hablar con Ihan, pensar bien las cosas, poder elegir las palabras y reflexionar.
Quiero cambar, aunque cueste un poco.
—¿Zam, me lees un cuento? No puedo dormir —Ali entra en mi cuarto. La pobre ha estado bastante asustada estos días.
—Claro, ¿qué libro quieres que te lea?
Le leo un poco de El Principito y se queda dormida. Cuando salgo de su cuarto, veo las luces del primer piso encendidas, decido bajar y veo a mamá en la cocina sirviendo un vaso de agua.
—Oh, princesa, ¿te desperté? Lo siento.
—Hola, mami. No, no me despertaste, le estaba leyendo a Ali —le doy un beso en la frente y me sirvo un vaso de agua, sobre pensar tanto me da sed.
Veo cómo mamá deja el vaso a un lado y suspira.
—¿Qué pasa, madre? ¿Pasó algo en el turno?
Me observa, y al encontrar su mirada, noto cómo sus ojos reflejan una profundidad cristalina, como si guardaran en su transparencia un océano de emociones contenidas.
—Cariño, lo siento mucho, todo esto es mi culpa —apoya sus manos en el mesón y deja caer su cabeza hacia su pecho—. Te he recargado con muchas responsabilidades que no te corresponden. Jamás dijiste nada, aunque en el fondo sabía que estabas cansada y trataba de esforzarme para que no te tocara tan pesado todo, pero aparecían más y más deudas, yo solo…
Comienza a llorar desconsoladamente, como si cada lagrima que cae pudiera sacar el dolor de su alma. La abrazo y mis lágrimas comienzan a brotar, acompañándola en sus sufrimiento.
—Esto no es culpa de ninguna de las dos, mamá. Él es el culpable de todo —tomo levemente su cabeza en mis manos—. Es hora de hacer algo. Ya nos quedamos varios años quietas, ya no quiero vivir con miedo, no deseo esta vida para las tres.
—Pero, ¿cómo? Si me divorcio, nos van a deportar y no tenemos a dónde ir, ni dinero, mis padres no quieren saber nada de nosotras, no quiero que seamos una carga para nadie…
Simplemente la abrazo, intentando idear un nuevo plan. Uno que por fin nos saque de este infierno.
—Ya encontraremos algo, mami, no te preocupes.
Esa noche dormí con ella. Volví a ser esa niña pequeña que solo quería estar entre los brazos de su madre y recibir su cálido amor.
Ya es lunes. La segunda hora la tenemos libre y aprovecho para reunirme con las chicas.
—¿Y bien, corazón, cuál es la prisa? —pregunta Celeste mientras come pudín.
Respiro profundo.
—Quería disculparme con ustedes —todas me miran sorprendidas—. Perdón si alguna vez las ofendí y me excusé. Sé que a veces puedo actuar como una estúpida terca, pero ustedes son lo más valioso que tengo y no quisiera perderlas. Prometo que de ahora en adelante cambiaré, sé que no será fácil corregir mis conductas…
Amaris me abraza mientras acaricia con suavidad mi cabeza.
—Poco a poco, cariño, nosotras estaremos ahí —habla la pelirroja.
—¡Ay, mi pequeña ya está creciendo! —llega Celeste y me abraza por detrás.
Miro a Lía y ella me sonríe mientras sostiene su pulgar arriba. Nos separamos y comenzamos a hacer bromas de nuestros traumas. Cuando nos dirigimos a clase, me sentí más liviana al presentir que todo podía cambiar para bien.
Ya son las 5 y estoy esperando que Ihan salga de ensayo. Me sudan las manos y tengo ganas de vomitar. Bueno, lo último no sé si fue el almuerzo.
—Sí, claro, nos vemos, plebeyos —se despide de sus compañeros. Veo que comienza a buscar sus llaves.
Es ahora o nunca.
—¡Ihan! —voltea y me da escalofríos al ver sus ojos grises. Me acerco—. Em… yo… este…
Lo miro y él parpadea rápido para luego mirar en distintas direcciones.
¡Agh! Se me olvidó hablar. Que incomodo es esto. Suspiro y lo vuelvo a intentar.
—Quería saber si podemos hablar. Claro, solo si quieres, no te estoy obligando. Si no quieres, lo entenderé…
—Claro, ¿vamos?
Asiento y nos dirigimos a las bancas.
—Bien, ¿de qué quieres hablar?
—Am, ¿no estás muy enojado? —arruga las cejas—. Lo digo por cómo me hablas y me tratas.
Sonríe ligeramente. Extrañaba esa sonrisa.
—Aunque esté enojado, mi amor por ti siempre será más fuerte. Nunca podría alzarte la voz ni tratarte mal, Zam, por más molesto que este —mi respiración se corta, ¿en serio dijo eso? No estoy acostumbrada a recibir este tipo de tratos en esta situación—. Dime, ¿de qué querías hablar?
Editado: 05.06.2025