Hoy es 17 de agosto y, en las últimas semanas, todo ha ido de maravilla. Me he sentido bastante bien, y creo que se debe a que estoy comiendo más de dos veces al día, y esta vez no es solo una manzana con agua. Nunca pensé que podría tener tanta energía; me siento orgullosa por ese pequeño paso que di.
—Zam, Zam, Zam —Ihan se sienta y comienza a repetir mi nombre varias veces hasta que lo miro mal—. Désolé chérie. Hablé con mi tía y me dijo que nos podría ayudar este fin de semana, pero tenemos que ir a su oficina.
Ignoro lo que dijo al principio, no entendí. Apoya su cabeza en su mano y me mira, al ver sus ojos una breve corriente atraviesa mi cuerpo, intento disimular evitando el contacto visual y carraspeando.
—Oh, entiendo. ¿Su consulta es muy cara? Necesito saber más o menos cuánto llevar —saco los libros de la maleta para revisar algunos apuntes.
Carraspea un poco y lo miro alzando una ceja.
—Bueno... por ahora no tienes que pagar nada.
—Ihan —exclamo, asustada.
—No te preocupes, solo tengo que cuidar a su hijo de vez en cuando —se acerca un poco—. Amo a ese niño, así que no te preocupes, yo me encargo de todo.
Antes de irse, guiña un ojo y me da un beso en la mejilla. Todos en el salón comienzan a reír y a hacer bromas, mientras yo me sonrojo sin poder evitarlo. Aunque trato de disimular, sé que mi cara lo dice todo, y siento que el corazón me late con fuerza, pero no sé si es de vergüenza o por que me gusto.
Tocan la campana y me dirijo a la salida para encontrarme con las chicas.
—¡Caramelo! —Celeste me abraza con fuerza.
—¿Cuándo será el día que dejes de llamarme como distintos objetos?
—Yo te responderé eso: ¡jamás! —dice Amaris—. Hoy me llamó zapote —hace cara de indignación.
—Pero si pareces un zapotico, solo miren su cabello —la señala y todas la vemos.
—Para ser sincera, sí se parecen. Es igualita —habla Lía mientras aguanta la risa.
—¡Oye! Claro que no, el zapote es naranja y yo soy pelirroja. Hay una gran diferencia.
—¿No son lo mismo? —opina Celeste.
—Y luego dicen que la daltónica soy yo —me río. Escucho que gritan mi nombre y todas volteamos al mismo tiempo.
—Hola chicas —nos saluda Ihan e inmediatamente cambia su postura y se aclara la voz—. Zam, ¿te gustaría salir esta noche conmigo?
Miro de reojo a las chicas, quienes están sonrientes. Lo miro y está esperando una respuesta; se ve algo nervioso.
—Emm, claro. ¿A qué hora?
—Paso por ti a las... —mira su celular con rapidez y habla—. A las 8, ponte algo veraniego.
—¿A dónde vamos a ir?
Mira a los lados, nervioso. Qué sospechoso. ¿Será que me va a secuestrar?
—Te recojo a las 8, ponte linda... bueno, siempre lo estás, pero me entiendes —asiento con la cabeza. ¡Qué ternura!
Luego de eso, se fue corriendo y las chicas comenzaron a molestarme en el camino, insistiendo en ir a casa para ayudarme.
Al llegar Amaris recibió una llamada, por la cara que hizo me imagino que es el cucaracho.
—¡La próxima vez que me vuelvas a marcar, voy y te corto los huevos y los vendo en el mercado negro! ¡Oíste, imbécil! —corta la llamada—. Bueno, amores, en lo que estábamos, me gusta más el vestido blanco; te ves delicada y linda.
—Estoy de acuerdo, me gusta el detalle del pecho y el listón del frente —añade Lía.
—Le haré un maquillaje natural y lindo —asegura la rubia.
—Y bueno, manos a la obra.
Me cambio y solo espero a que terminen de arreglarme. Me siento como un maniquí.
Después de unos minutos, me llega un mensaje de Ihan.
—Me pregunta qué me voy a poner —me dan la señal de que le responda—. ¿Qué le digo?
—Que no te vas a poner nada. Amiga, pues dile que un vestido blanco —dice Amaris con ironía.
—Sí, perdón, estoy nerviosa.
Le respondo y no me vuelve a contestar.
—Después de 40 horas, terminamos —comenta Amaris—. Y justo a tiempo, ya casi son las 8.
Me miro al espejo y no está nada mal. Me veo linda.
—Pero qué hermosa te ves. Apuesto que ni podrá hablar bien —afirma Lía, me abraza por los hombros sonriendo.
Después de un tiempo, tocan el timbre. Estoy tan nerviosa que siento que voy a vomitar. Siento que mi estómago se derrite mientras millones de enanitos corren por su vida.
Abro la puerta y ahí está, vestido con un pantalón blanco, igual que su camisa, con un gran ramo de peonías y uno pequeño hecho de gomitas de sandía.
—Za... Zam... te ves... preciosa —me entrega los ramos. Mientras dejo las flores en agua y las gomitas en mi cuarto, mamá llega y las chicas interrogan a Ihan.
—Mamá, llegaron temprano —le doy un abrazo y un beso a Allison.
—Princesa, te ves preciosa.
—Tienes razón, mami, se ve como un ángel —Allison nos mira a Ihan y a mí—. Aww, cositas, van combinados.
—Bueno, váyanse que se les hace tarde y no queremos que... —menciona mi madre.
—¿Tarde para qué? ¿Sabes algo, mamá? —sonríe nerviosa.
—Yo lo sé todo, cariño, ya váyanse —mamá literalmente nos corre y apenas me pude despedir de las chicas.
Al entrar al auto, nos pusimos en marcha. La verdad, no tenía ni idea de a dónde iríamos. En el camino recibió una llamada y luego un carro pasó tocando el claxon; me perdí.
¿Alguien sabe lo que esta pasando?
Ya son las 9 y nada que llegamos. Lo bueno es que en el camino charlamos sobre anécdotas de cuando éramos pequeños. Me contó que una vez quería darle unas flores a su abuela y lo picaron las abejas; lloró todo el camino mientras su abuela lo consolaba.
—Bien, ya vamos a llegar. ¿Podrías ponerte esto, por favor? —me pasa una bufanda, me vendo los ojos y, a los cuatro minutos, se estaciona.
Al salir del auto, me carga por un buen rato. Llevaba tacones, así que decidió cargarme para que no me tropezara y lastimara. Después de unos minutos, siento cómo el aire recorre mi cuerpo; estamos de nuevo afuera. Me baja con cuidado.
Editado: 05.06.2025