Hoy es sábado, 25 de agosto de 2018. Mi cumpleaños número 18. La última vez que tuve una celebración fue cuando tenía 8 años; mis padres compraron un gran pastel e invitaron a toda mi clase, globos, inflables, payasos... el calor era abrumador. En ese entonces, estaba mi abuela Luz, a quien extraño tanto.
—Hija mía, puedes bajar.
Termino de poner los peluches en la cama y bajo al primer piso. Al llegar, me quedo sorprendida al ver todo lo que había.
—¿De quién es esto, mamá?
—¿De quién crees que es? Para la cumpleañera más linda —me entrega una tarjeta.
"Para mi dulce luna, mi atardecer dorado, mi estrella brillante, mi cielo infinito… hoy te entrego un pequeño fragmento de todo lo que deseo darte. Espero que estés sonriendo y que tu luz ilumine el mundo. Cien peonías, una por cada razón que me hizo enamorarme de ti, un peluche suave para que te abrace en las noches cuando no pueda estar a tu lado, un desayuno hecho con amor para que saborees cada momento del día, y un collar que solo puede realzar la belleza que ya posees… Feliz cumpleaños, mi pequeña poupée."
No puedo evitar sonreír ampliamente. Me acerco a las peonías y noto que cada una tiene un pequeño papel. Leo uno.
—“Tus hermosos ojos que reflejan un atardecer en la costa.”
—Me alegra mucho ver finalmente esa hermosa sonrisa y saber que alguien te ama con intensidad. Te amo, mi princesa.
—Yo te amo más. Gracias por ser mi mamá —la abrazo. Al separarme, veo sus ojos cristalinos y no puedo evitar llorar.
—No, hoy no. No vamos a llorar —le doy un beso en la frente y abro la puerta, ya que están tocando.
—Ali, ¿qué haces afuera a estas horas?
—Estaba comprando esto —me enseña un peluche de Pikachu.
—¡Ah! Para mí, me encanta —lo recibo y la abrazo. Adoro a Pikachu.
—Bueno, vamos a desayunar o me voy a comer eso yo sola —dice mamá corriendo hacia la mesa, y la seguimos riendo.
Me estoy terminando de cambiar cuando mamá toca la puerta y la dejo entrar.
—Pero qué hermosa te ves.
—Gracias, mamá, por la ropa, no debiste molestarte...
—Calla o la próxima te daré un costal —nos reímos—. Vamos, Cris ya llegó.
Apenas me lo dice, bajo corriendo. Al verlo, me apresuro a abrazarlo.
—¡Princesa! —me carga y me da unas vueltas—. ¡Uha! Cómo has crecido, ya 18 años. Recuerdo como si fuera ayer que comías tierra.
Le pego un pequeño golpe y me siento en la mesa para desayunar.
—Así que esto te lo envió tu novio, interesante —le da una probada al platillo—. Nada mal.
—Jum, ¿celos hermano? —Cris se señala indignado.
—Vamos, hijo, es un buen chico. Además, tu lugar nadie lo va a ocupar.
—Lo sé, soy irreemplazable —le quito la cereza por egocéntrico—. ¡Mamá! Solo hoy te lo paso por ser tu cumpleaños.
Me mira mal y yo hago lo mismo. Cuando decidí abrir mi corazón para conocerlo, descubrí en él a una persona extraordinaria, a pesar del dolor que cargaba en su alma. Perdió a toda su familia en un accidente cuando apenas tenía 10 años, y desde entonces su vida fue un ir y venir de orfanatos, buscando un hogar que nunca encontró. A los 18, cuando por fin dejó esos lugares llenos de recuerdos tristes, se mudó aquí. Un año después, nuestros caminos se cruzaron. Me dijo que le recordaba a su hermana, la misma que perdió cuando ella tenía 13 años, la misma edad que yo tenía en ese momento. Desde entonces, ha cuidado de mí como si fuera ella, protegiéndome a mí, a mi madre y a mi hermana, convirtiéndose en un miembro más de esta familia que, en su propio dolor, también encontró algo de consuelo en él.
Después de desayunar, nos pusimos a jugar. Era la primera vez que descansaba en mi cumpleaños. Luego de unas horas, las chicas llegaron.
—Cuchurrumi —Celeste se lanza a abrazarme—. ¿Cómo está mi amiga favorita?
—Pensé que yo era tu favorita —dice Lía, veo que Celeste se pone nerviosa, qué raro.
—Veo que la estás pasando bien —Amaris ve todo lo que hay en la sala y me guiña el ojo.
—Bueno, me voy, tengo asuntos que hacer —dice Christopher mientras toma sus cosas—. Nos vemos más tarde.
—Ya la cagó —dice Amaris entre dientes.
—Sí, o sea, nos vemos más tarde. O sea, que más tarde nos vemos —se ríe nervioso y luego se va corriendo.
Tomo mis cosas y me despido. Las chicas me van a llevar a almorzar. Me subo al auto y saludo al señor Kang, quien nos va a llevar.
—Hola, Zahomy, saeng-il chuk-ha-hae —le sonrío y hago una pequeña reverencia.
Durante el camino, el señor Kang pone una canción en coreano. Comenzamos a cantar a todo pulmón mientras reíamos y bailábamos; es la única canción en ese idioma que me sé de memoria. Desde que conocí a Lía, siempre la ponía, ya que era la canción favorita de su madre y con ella la recordaba con alegría.
Después de comer, salimos del restaurante y recibo una llamada.
—Hola, cariño.
(—Poupée, ¿cómo la estás pasando? ¿Te gustaron tus regalos?)
—La estoy pasando genial. Acabo de salir de almorzar con las chicas y sí, me encantaron los regalos. Gracias, Ihan.
(—No es nada, amor. Lo hice con mucho cariño. Qué linda te ves hoy)
Al escuchar eso, lo busco con la mirada. Lo veo venir en una camioneta, se estaciona y baja, acercándose a mí.
—Hola de nuevo —me da un beso—. ¿Lista?
Lo miro confundida mientras me pone una coronita y me lleva al auto. Las chicas ya están adentro, me sonríen y nos ponemos en marcha a no sé dónde.
A lo lejos, puedo ver el parque de diversiones. Me emociono, jamás he ido. Estaciona y nos dirigimos a la entrada, donde puedo ver a Kai y Cris.
Doy unos pequeños saltitos al entrar al parque. Mis ojos se llenan de un brillo nuevo y mi corazón late con una alegría que nunca antes había sentido. Es como si todo mi ser se llenara de una felicidad pura y vibrante. Nunca había estado aquí antes; mamá siempre estaba ocupada y el dinero nunca alcanzaba para algo así. Pero ahora, aquí estoy, y es más maravilloso de lo que imaginé.
Editado: 05.06.2025