Promesas bajo la luna

Capítulo 26

Han pasado 2 días, Cada hora que pasa se siente como un cuchillo que gira en la herida, sin saber si mejorará o empeorará. Aunque el doctor nos ha dicho que está mostrando algunas mejoras, esa "buena señal" no hace más que prolongar la agonía. Es como si estuviéramos en una cuerda floja, esperando que en cualquier momento todo se desplome o, por un milagro, se restablezca.

No hemos dormido bien desde que llegamos. Cada vez que cerramos los ojos, la imagen de Amaris inconsciente nos atormenta, y el miedo de perderla vuelve a sacudirnos. No nos preocupamos por la escuela; está en semana de recuperaciones, y a quién le importa si todo parece haberse detenido para nosotras. Amaris es aplicada; seguro que habría estado más preocupada por sus calificaciones si estuviera despierta… si estuviera bien.

Kai llegó al día siguiente. Parecía un espectro de sí mismo, con las ojeras profundas, el pelo desordenado, y un dolor en los ojos que no había forma de disfrazar. Lo dejaron verla hoy por primera vez. Sus manos temblaban cuando finalmente pudo entrar a la habitación, y aunque intentaba ser fuerte, se desmoronó por completo. Lo vi llorar, como si con cada lágrima estuviera rogando a Amaris que volviera, que no lo dejara solo. En ese momento, me di cuenta de cuánto la ama. Ihan estuvo a su lado todo el tiempo, pero incluso él parecía perdido, como si no supiera qué decir o hacer para consolarlo. Yo tengo a las chicas, pero Kai solo tiene a Ihan… y a Amaris. Y ella sigue sin despertar.

Día 4

Me siento junto a su cama, el sonido de las máquinas es lo único que rompe el silencio, el pitido constante que indica que su corazón sigue latiendo, aunque sea débilmente. La habitación huele a desinfectante, y la luz blanca es fría, inhumana. Me cuesta respirar aquí. Todo me parece tan distante, tan extraño.

—El doctor dijo que vas mejor, que tal vez despiertes pronto —mi voz tiembla, pero me esfuerzo por hablar con firmeza, esperando que, de alguna forma, me escuche—. Estoy segura de que lo harás, Amaris. Tienes que hacerlo.

Agarro su mano, esa mano que siempre ha sido tan cálida, ahora tan fría, inmóvil, sin responder a mi toque. Mi garganta se cierra, y por un momento, el miedo me atrapa otra vez. ¿Y si no vuelve a ser la misma? ¿Y si nunca despierta?

—¿Sabes? —continúo, intentando mantener el tono alegre, como si fuera una conversación normal entre nosotras—. Esta vez elegiste bien. Kai ha estado aquí todos los días, no se ha movido ni un segundo. Ya hasta se lleva bien con tus padres, y tus hermanos lo adoran… Pero lo más importante es que te ama, Amaris. No lo dejes. No me dejes, tienes que disfrutar esa nueva etapa de tu vida.

Las lágrimas empiezan a caer sin permiso, rodando por mis mejillas. Le acaricio el cabello enredado, y lo comienzo a peinar con cuidado como lo haría si estuviera despierta, como si esto fuera a hacer alguna diferencia.

—Por favor, despierta. Te extraño… necesito que estés aquí. Estoy empezando a armar mi portafolio, y quiero que lo veas. No puedo hacerlo sola, no sin ti.

El dolor es insoportable, necesito a mi mejor amiga.

Una semana después.

Los días se sienten largos, y las noches, interminables. Hoy es 2 de diciembre, y aunque el frío comienza a llenar el aire afuera, dentro de esta sala solo sentimos el vacío de la espera. Amaris ha mostrado algunas mejoras; el doctor nos dijo que la hinchazón cerebral ha bajado significativamente, pero aún no ha despertado.

Estoy recostada en el pecho de Ihan. Sus brazos me envuelven en un abrazo silencioso, su respiración profunda me ayuda a calmarme, aunque solo sea por momentos. El día que sucedió todo, al verlo comencé a llorar, como una niña esperando refugio en los brazos que tanto ama, mientras veía el suelo con lágrimas cayendo, él se arrodillo enfrente de mi y tomo sin pies helados, me puso medias y unos tenis, se sentó a mi lado y me abrazo diciendo que todo estaría bien.

Las chicas y yo hemos intentado mantenernos fuertes, con la esperanza de que pronto volveremos a ver esos ojos verdes llenos de vida. Pero cada día que pasa, el miedo sigue creciendo, una sombra que no podemos ignorar.

—¡Doctor! —escucho la voz de Lía desde la puerta, y en un instante estoy de pie, el corazón a mil por hora. Me giro y veo cómo Lía corre hacia el médico, con su voz llena de una mezcla de desesperación y algo más... ¿esperanza? El doctor llega apresurado, entra a la habitación de Amaris y cierra la puerta con suavidad detrás de él, dejándonos en el limbo.

Me derrumbo contra el pecho de Ihan, abrazándolo con fuerza, aunque mis lágrimas ya no caen. Es como si me hubieran secado por dentro, dejándome solo con esta angustia constante, un vacío. Los minutos se alargan, cada segundo parece una eternidad, y el silencio en el pasillo es ensordecedor.

Finalmente, la puerta se abre. Lía sale junto al doctor, y su expresión… Hay algo en su rostro que hace que mi corazón, por primera vez en días, sienta un rayo de esperanza. Me acerco a ella, con el miedo latiendo en mi pecho, esperando lo peor, pero deseando lo mejor.

—¿Qué pasó? —pregunto, mi voz se corta. Lía me mira, con una sonrisa temblorosa, y de repente siento que mi corazón late de nuevo con más fuerza.

—Despertó —dice, y por un momento me cuesta respirar. El aire regresa de golpe a mis pulmones, y mi cuerpo tiembla entre el alivio y la incredulidad—. Solo por unos segundos… abrió los ojos y movió los dedos. El doctor dijo que le harán más exámenes para evaluar su estado.

Sin poder contenerlo más, me abraza, y aunque me toma unos segundos procesarlo, le devuelvo el abrazo con toda la fuerza que tengo. Amaris está volviendo a nosotras, poco a poco, pero está volviendo.

Unas horas después.

Nos han hecho esperar mientras los doctores realizan todos los exámenes necesarios. A pesar de nuestra impaciencia, sabemos que es lo mejor para ella. Ahora, sentados todos en la sala de espera, el silencio está lleno de anticipación. Kai, que ha estado con los nervios a flor de piel toda la semana, se agita en su silla. Las chicas están a mi lado, y todos compartimos la misma mezcla de miedo y esperanza.




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