El sonido de la máquina es lo único que resuena en la habitación, un vívido recuerdo. Odio el hospital. Han pasado tres días desde aquella noche, y el diagnóstico del doctor sigue rodando en mi cabeza una y otra vez.
—Las lesiones que presenta son graves. Su mandíbula está severamente dislocada y requerirá cirugía inmediata para realinearla y reparar los tejidos dañados. Necesito que alguien firme estos documentos de consentimiento para proceder con la cirugía de emergencia. Además, hemos detectado una hemorragia interna, aparentemente causada por una de las costillas rotas que ha perforado el riñón. Esto no solo puede provocar complicaciones respiratorias, sino también un dolor intenso. También tiene una fractura en el brazo derecho, que necesitará inmovilización y posiblemente otra cirugía para asegurar una correcta recuperación —el doctor se toma un momento, colocando una mano en su frente, claramente afectado por la situación—. Haremos todo lo posible, Zam, para que tu madre se recupere. Ahora, por favor, permite que atiendan tus heridas. Es crucial que también te cuides.
El dolor que está experimentando es extremo y, para su bienestar, le han administrado un sedante potente. Esto le ayudará a dormir y a no sentir tanto dolor mientras se preparan para la siguiente cirugía y los otros tratamientos necesarios. Perdió mucha sangre, así que no pueden hacer la cirugía tan rápido.
Estoy tan cansada, solo quiero irme y no volver más. Pensé que ya estaba mejor, pero al parecer solo era momentáneo. Estos días no he ido a clases. Lo mío no fue tan grave, solo una conmoción cerebral y algunos golpes. Pero no quiero separarme de mamá, no puedo, y me tranquiliza un poco que Allison se está quedando unos días con la familia de Celeste; estar rodeada de este ambiente la haría sentir peor. Ihan y las chicas han estado conmigo, y aunque su compañía debería reconfortarme, me siento más sola que nunca.
Mis ojos siempre terminan clavados en mamá, en esa camilla fría, atrapada entre medicamentos que la mantienen inconsciente. Está inmóvil, su cuerpo marcado por cicatrices profundas, por golpes que no solo le dañaron la piel sino el alma. Y yo… yo no puedo dejar de pensar en cuánto dolor ha soportado, cuánto ha cargado sin que nadie la salvara. Ahora está ahí, silenciosa, rota. Y yo estoy aquí, rota también, por no haber podido hacer nada.
—¿Estás ahí? —me limpio las lágrimas rápidamente.
—Ah, sí, ¿decías algo?
—Te traje algo de comer, no has comido casi nada —la pelirroja me ofrece un recipiente con comida. Lo tomo y comienzo a comer, no porque quiera, sino porque ella está mirando.
Huele bien, pero en mi boca es tan insípido, sin sabor. El tragar se siente como un pedazo de barro que se pega en mi garganta. Al terminar, agradezco con una sonrisa y ella se va; tiene que ir a clases y yo… me quedo en este vacío. Me llega un mensaje y decido ver qué es.
"Cordial saludo, estimada Zahomy Evans, Nos complace informarle que su solicitud ha sido aprobada. Se ha demostrado que el testamento es auténtico, y conforme a sus disposiciones, los bienes serán entregados a la beneficiaria correspondiente. Por favor, acérquese al juzgado para proceder con la distribución de bienes. Todo lo solicitado será cedido a Melanie Evans. Atentamente, Tania Jones, secretaria del juzgado"
Una buena noticia por fin, Marcos está en la cárcel. Sé que mamá por lo menos ya tiene casa y dinero con que mantenerse.
—Hola, princesa —dice Cris.
—Hola, ¿cómo has estado? —finjo una sonrisa. Su cabello esta desordenado, tiene ojeras bajo sus ojos y su mirada… esta apagada como la mía.
El uno intenta animar al otro, a pesar de que sabemos que ninguno de los 2 tiene alma en este momento.
—Sobrellevando las cosas, pero veo que no has dormido. Deberías ir a casa, darte una ducha y dormir. Yo me quedaré con mamá, te pediré un taxi —pasa sus dedos largos por su cabello castaño, intentado calmar su estrés.
Asiento, para qué renegar, no tiene caso.
Salgo de la habitación, me estiro un poco y sigo mi camino. A lo largo voy saludando a pacientes y enfermeras que por suerte han aliviado un poco el peso estos días.
Son aproximadamente las 6 pm. Me subo en el auto le doy la dirección al señor y me derrito en el asiento uniendo nuestras almas.
Mientras veo luces por la ventana, mi teléfono suena.
Ihan…
—Hola, cariño —intento sonar animada.
(—¿Cómo estás, poupée? ¿Ya comiste algo? ¿Quieres que vaya?)
—Estoy bien, voy llegando a casa, dormiré un poco, estoy cansada —su preocupación me da sentimiento, no sé porque, pero las ganas de llorar son inmensas de solo escuchar su voz.
(—Me avisas cuando salgas y te llevaré a comer algo rico para que te distraigas, ¿sí?)
El pensar que me quiere ayudar, o que le causo dolor por ello, me hace sentir culpable.
—Claro que sí —salgo del auto y miro la casa del terror mientras un sentimiento de dolor y nostalgia me invade. Pero también un leve presentimiento—. Sabes que te amo y que siempre lo haré. Quiero que jamás olvides que eres esa luz que cambió mi vida. Te amaré hasta la muerte, Ihan.
Esas palabras solo salen como un delfín buscando el aire.
(—Yo también te amo, mi poupée, y siempre lo haré. Por favor, cuídate —muerdo mi labio intentando contener las lágrimas.)
Me despido y entro a la casa. Al parecer, limpiaron; ya no hay rastro de nada, hasta parece que jamás hubiera pasado nada. Me despojo de la ropa con la misma facilidad con la que quisiera arrancarme el dolor. El agua fría cae sobre mí, como una caricia distante, un alivio efímero que recorre mi piel, llevándose todo menos lo que verdaderamente pesa. Mis ojos se detienen en las cicatrices que decoran mi cuerpo; las viejas aún laten con un eco amargo, como si sus heridas jamás hubieran sanado. Pero ahora están cubiertas por otras nuevas, trazadas con la brutalidad de un pintor cruel, empeñado en retocar este lienzo roto una y otra vez. Cada línea es un recuerdo, cada marca, un grito que nadie escuchó. Y aquí estoy, bajo este torrente frío, intentando lavar lo que no puede ser borrado.
Editado: 19.06.2025