Zahomy
Estoy sentada en la orilla viendo el atardecer que jamás se va. Hago figuras en la arena, pero el mar viene y las borra.
No se cuanto a pasado desde que llegue a este lugar, solo eh escuchado voces, un eco apenas.
¿Zam? ¿Quién es Zam?
—¿Qué es eso? —arrugo la frente al ver una luz venir con las olas. Me pongo de pie para ver mejor.
Veo que se queda quieta, se ve… muy hermosa. Me desconcentro al ver que el atardecer eterno se está desvaneciendo. Todo se está volviendo oscuro, pero esa luz viene hacia mí de nuevo.
Comienzo a carraspear, mi garganta se siente fastidiada, llevo mi mano al cuello incomoda. Cada vez más se me complica respirar, intento inhalara, pero me es imposible. Siento como mi cuerpo se desmorona y…
Una habitación blanca, miro frenéticamente a todos lados buscando algo, alguien, pero nada. No puedo respirar, tengo miedo.
¿Qué está pasando?
Intento respirar y no puedo. Hay algo en mi garganta, una presencia invasiva que me ahoga, que no debería estar ahí. Mis manos buscan desesperadas y encuentran un tubo. ¿Por qué tengo esto dentro? ¿Qué me hicieron?
La puerta se abre de golpe y dos figuras aparecen, sus rostros una mezcla de incredulidad y miedo.
—¡Zam! —gritan al unísono.
El castaño se acerca primero, su mano aferrándose a la mía con fuerza. Quiero gritar, quiero entender qué está pasando, pero mis ojos son lo único que pueden pedir ayuda.
—¡Ayuda! ¡Enfermera! —ruge el otro, su voz quebrándose.
Las máquinas empiezan a pitar, haciéndome temblar aún más. En cuestión de segundos, la habitación se llena de gente. Manos expertas me rodean, sostienen mi rostro, me hablan con calma, la cual no puedo absorber.
—Zahomy, tranquila, estamos aquí. —una voz serena intenta alcanzarme a través del pánico.
El doctor se acerca, su expresión firme, pero comprensiva.
—Vamos a quitar el tubo —dice, como si eso fuera un acto simple, como si no fuera a desgarrarme.
Las enfermeras me sostienen. Siento el primer tirón, una sensación espeluznante de algo deslizándose por dentro, arañando mi garganta. Intento resistir, pero mis músculos se rebelan contra la invasión. Quiero gritar, pero mi cuerpo solo tiembla. Es un tormento lento, una lucha entre el aire que entra y el dolor que se aferra.
Y entonces, finalmente, el tubo sale. Jadeo, mi pecho se contrae. Tos. Tos hasta que siento fuego en mi garganta.
—Respira, Zahomy, ya pasó —murmura una enfermera, su mano cálida acariciando mi espalda, tratando de anclarme a esta realidad.
Mis manos van instintivamente a mi cuello, asegurándome de que no haya más cosas extrañas atrapadas en mi cuerpo. Intento estabilizar mi respiración, pero es como si mi propio ritmo estuviera fuera de mi alcance.
Una mano toca mi rostro.
—Mi princesa, respira, tú puedes.
Es su voz, mi hermano. Miro hacia él, a sus ojos que parecen ver a alguien que creía perdido. Sus dedos recorren mi cabello con delicadeza.
—Poupée…
Mi corazón se detiene por un segundo. Volteo lentamente y ahí está. Ihan. Su mirada se parte en mil pedazos en cuanto nuestros ojos se encuentran. Y las lágrimas llegan sin permiso, desbordándose como si hubieran estado contenidas durante años.
—Ihan… —apenas logro pronunciar su nombre, mi voz reducida a un susurro rasgado.
No lo piensa, no duda. Se lanza a abrazarme. Me aferro a él con la misma intensidad, hundiéndome en su calidez, en su existencia.
—Te extrañé demasiado —dice, y su voz es el eco de algo roto, algo que por fin está volviendo a su lugar.
Y yo… yo lo abrazo con más fuerza, porque no sé si este momento es real, pero quiero quedarme en él para siempre.
Me quedo sorprendida al escuchar al doctor.
—Estuviste en coma una semana.
Las palabras resuenan en el aire, pero mi mente se niega a procesarlas. Me quedo mirando un punto fijo, como si en él pudieran estar las respuestas que necesito.
¿Cómo?
No hay vendajes, no hay fracturas visibles, no hay huellas de un accidente que justifique el vacío en mi memoria.
—¿Cómo? —mi voz llena de duda, ahogada por el vértigo que se instala en mi pecho.
Se miran entre ellos, confundidos, tensos, como si estuvieran pisando un terreno minado.
—¿No lo recuerdas? —la voz de Amaris es suave, pero el temblor en sus dedos al tocar mi brazo delata el miedo que todos comparten.
Mi madre rompe en llanto.
—Zam… —Cris se acerca, su expresión es pura desesperación—. Marcos… intentó asesinarte.
El aire me abandona en un golpe seco. No respiro.
No puedo.
No hay espacio suficiente en mis pulmones para contener el horror que acaba de instalarse en mi cuerpo.
—Salgan… —las palabras apenas salen de mi boca, pero nadie se mueve—. Por favor, salgan todos.
Alguien intenta hablar, pero la frase queda inconclusa. Todos obedecen.
Estoy sola.
La realidad me aplasta. Mi padre intentó matarme.
La lógica se quiebra. ¿Cómo puede un padre hacer eso?
No es humano.
Es el monstruo que siempre acechó desde la sombra.
El monstruo que casi cumplió su propósito.
Matarme.
25/04/2019
—Iré —me levanto de la cama y comienzo a buscar mis cosas.
—Zam, es mejor que te quedes…
—¿Hay algún problema que me vaya doctor? Volveré hoy mismo —mi mirada lo desafía.
Dudó. Claro que dudó. Lo hacen todos cuando ven las cicatrices de una víctima y descubren que no quiere ser solo eso.
—Relativamente no… te vamos a dar de alta igualmente.
Mi madre lo observa como si pudiera traspasar su piel con la mirada. Ella sí ha entendido lo que significa sobrevivir.
Me visto rápido. Las heridas físicas sanan. Las otras… se quedan dentro.
—Ven. Ahora, van a salir o me cambio en frente de ustedes —Cristopher respira fuerte y se marcha.
Comienzo a vestirme. Se que no es mi obligación enfrentarlo, pero tengo que hacerlo, por mí.
Editado: 24.07.2025