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El pasillo de la escuela olía a una mezcla de desinfectante barato y perfume caro. Ese que las chicas como Thalía llevaban como si fuera una armadura invisible contra el mundo. Yo, en cambio, llevaba mi sarcasmo y mis pecas, que no se borraban ni con maquillaje. Eva caminaba a mi lado, como siempre, parloteando sobre lo injusto que era que la máquina de café de la cafetería todavía siguiera rota después de todo el verano.
—Te juro, Alice, si hoy no hay café decente, me voy a declarar en huelga escolar —refunfuñó, ajustándose la mochila al hombro.
Sonreí. Eva era ese tipo de persona que hacía que la vida doliera un poquito menos. Siempre lista para defenderme, incluso cuando yo prefería callar.
El murmullo de voces aumentaba con cada paso que dábamos. Y ahí estaba ella. Thalía. La reina indiscutible del instituto, capitana del equipo de porristas y dueña de una seguridad tan artificial como su sonrisa. Rodeada de su séquito de admiradoras, brillaba bajo la luz del sol que se colaba por las ventanas como si alguien la hubiese colocado estratégicamente en un escenario.
—Mira quién volvió —su voz resonó como un cuchillo afilado—. La hermanita de la ex–capitana. ¿Vienes a intentar llenar sus zapatillas, Alice?
Su comentario fue recibido con risitas enlatadas, como si hubiesen ensayado la escena.
Respiré hondo, dejando que mi sarcasmo me protegiera. —No, tranquila. Si alguien quisiera ocupar su lugar, no tendrías capitana. Y claramente, tú necesitas ese título para no sentirte… vacía.
El silencio fue inmediato. Incluso las moscas que zumbaban cerca parecieron detenerse. Eva me apretó el brazo, orgullosa. Pero Thalía frunció los labios pintados, como si mis palabras hubieran arañado la máscara perfecta que tanto defendía.
—Cuida lo que dices, pelirroja —espetó, ladeando la cabeza—. No querrás que todos recuerden lo fácil que es dejarte en la sombra.
Me hirvió la sangre, pero me limité a girar sobre mis talones y seguir caminando. Darle el gusto de verme dolida sería como darle oxígeno a un incendio.
Las gradas del campo de fútbol estaban casi vacías durante el receso. El viento agitaba mi cabello rebelde, enredándolo aún más, y yo intentaba fingir que no me dolía lo que había pasado con Thalía.
—Esa chica tiene complejo de diosa griega —murmuró Eva, dejándose caer a mi lado—. Algún día se va a atragantar con tanto ego.
Solté una risa sin ganas. —Sí, bueno… algunas nacen para ser estatuas, y otras para ser las que limpian la base de mármol.
Eva me dio un codazo. —Deja de hablar así de ti. Sabes que vales mucho más que ella.
No respondí. El nudo en mi garganta hablaba por mí.
Fue entonces cuando lo vi acercarse. Thiago. El hermano gemelo de Thalía. El mismo que me había hecho sentir especial el año pasado, como si yo importara… solo para después desaparecer en verano sin una explicación. Su cabello oscuro caía en mechones rebeldes sobre su frente, y esa sonrisa ladeada que antes me derretía ahora solo me revolvía el estómago.
Eva entendió la señal y se levantó, dándome un apretón en el hombro antes de marcharse. Me quedé sola con él.
—Alice —dijo, como si pronunciar mi nombre bastara para borrar todo.
—¿Qué quieres? —escupí, sin mirarlo.
Se sentó a mi lado, demasiado cerca. —Lo siento por este verano. Fue… complicado.
Reí, amarga. —¿Complicado? ¿Eso le dices a alguien a quien ghosteas después de meses de mensajes, llamadas y…? —mi voz tembló—. Después de hacerme creer que era importante.
Bajó la mirada, incómodo. —Tenía miedo. Tú sabes… lo que dirían si alguien como yo estuviera contigo.
Esa frase me golpeó más que cualquier insulto de Thalía. “Alguien como yo.” Como si yo fuera un secreto vergonzoso.
Me puse de pie, sintiendo el ardor en los ojos. —Entonces sigue escondiéndote detrás de tu corona de chico popular, Thiago. Yo ya no pienso ser tu sombra.
Di un paso para irme, pero ahí estaba él. Ethan. El capitán del equipo de fútbol. Alto, imponente, con esos ojos grises que parecían atravesar todo. Había pasado por las gradas justo en ese momento y se había detenido, observando nuestra discusión en silencio.
Nuestros ojos se cruzaron. Y sentí que todo el aire me abandonaba de golpe. Su mirada no era de burla, ni de lástima. Era… curiosidad. Interés. Demasiado para alguien como yo.
Me sonrojé de inmediato y, sin pensarlo, bajé la cabeza. —Olvídalo, Thiago —murmuré, apartándome de ambos.
Me marché con las mejillas ardiendo, mientras detrás de mí quedaban las voces mezcladas: Thiago intentando llamarme y el silencio pesado de Ethan, como si esa mirada hubiera dicho mucho más de lo que yo estaba preparada para escuchar.
Ese día terminé exhausta. Y no por las clases, sino por la montaña rusa emocional. Había comenzado enfrentándome a Thalía, luego desgarrándome otra vez con Thiago… y para rematar, esa mirada de Ethan que todavía me quemaba la piel como si hubiera dejado una marca invisible.
Eva me alcanzó en la salida, mordiendo una manzana. —¿Lista para sobrevivir al primer día de clases?
Tragué saliva, intentando sonar indiferente. —Sobrevivir, sí. Lo de vivir… ya veremos.
Ella rió, y yo la seguí. Pero, en el fondo, sabía que el primer día había dejado demasiadas cicatrices nuevas. Y que esto apenas comenzaba.
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Editado: 06.10.2025