Promesas de papel: cuando tus manos rozaron la mía.

Capitulo 3

💌📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝

El pitido final del silbato de la última clase fue casi un alivio. No porque la escuela me pareciera insoportable, sino porque el trabajo me esperaba. Y aunque muchos de mis compañeros lo verían como una carga, para mí la cafetería se había convertido en una especie de refugio. Allí no era “el capitán del equipo de fútbol”, ni “el ex de Thalía”, ni el chico que todos esperaban que fuera. Allí era solo Ethan, el muchacho detrás del mostrador que servía cafés, limpiaba mesas y se ganaba unos dólares para ayudar en casa.

Caminé hasta el local, a unas cuadras del instituto. El aire de la tarde estaba tibio, con ese olor a pan recién horneado que siempre salía de las panaderías vecinas y se mezclaba con el humo de los autos. Cuando abrí la puerta de la cafetería, una campanita tintineó sobre mi cabeza. Conocía ese sonido tanto como conocía el sonido de mi propio corazón en los partidos.

Me coloqué el delantal y saludé a doña Rosa, la dueña, una mujer de cabello gris y voz dulce que me trataba como si fuera su hijo. —Hoy tenemos turno largo, Ethan. Pero tranquila, te dejo que hagas la espuma del cappuccino, que es lo que mejor te sale.

—Deal —respondí con una sonrisa.

La tarde transcurrió con normalidad: clientes habituales, algunos estudiantes buscando wifi gratuito, señores mayores leyendo el periódico. Nada fuera de lo común. Hasta que la campanita de la puerta volvió a sonar.

Alice.

La reconocí de inmediato. Su cabello rojo, su andar un poco inseguro pero decidido. Había algo en ella que contrastaba con todo lo demás: mientras los demás clientes parecían correr en piloto automático, ella siempre parecía… presente, como si todo lo sintiera más intensamente.

Y no era la primera vez que venía. De hecho, si algo había aprendido durante el verano trabajando en esa cafetería, era que Alice tenía un ritual. Entraba casi a la misma hora, se sentaba junto a la ventana y pedía exactamente lo mismo: un frappé de vainilla con crema extra y una galleta de chocolate. Sin falta.

Ella se acercó al mostrador, lista para pedir, pero antes de que dijera una sola palabra, ya estaba colocando el vaso y la galleta envuelta sobre la barra.

—Aquí tienes —dije, empujando el pedido hacia ella.

Alice parpadeó, sorprendida. —¿Cómo… cómo supiste?

Me encogí de hombros, fingiendo indiferencia. —Si lo hago con las cosas que me interesan, ¿por qué no lo haría con los pedidos?

Ella se quedó mirándome, y en ese instante, me di cuenta de algo: su semblante estaba distinto. Sus ojos azules, normalmente brillantes aunque intentara ocultarlo con sarcasmo, estaban cabizbajos, como si cargara un peso invisible.

—¿Estás bien? —pregunté sin pensarlo.

Alice bajó la mirada, jugando con la pajilla del vaso. —Estoy… sí. Solo cansada.

Pero no lo estaba. Lo supe de inmediato. La forma en que apretaba los labios, el leve temblor de sus dedos. Era el mismo gesto que yo tenía cuando pensaba en los problemas en casa y no quería que nadie me preguntara.

—Bueno… —dije, inclinándome un poco hacia ella—. Te juro que, aunque no lo parezca, este frappé tiene poderes mágicos.

Eso la hizo soltar una risa breve, casi imperceptible, pero suficiente para que sus hombros se relajaran apenas un poco.

—¿Poderes mágicos? —repitió, alzando una ceja.

—Claro. No está en el menú, pero digamos que la mezcla de vainilla y crema es altamente terapéutica. No cura las matemáticas, pero ayuda con… otras cosas.

Alice negó con la cabeza, sonriendo apenas. —Eres ridículo.

—Tal vez. Pero funcionó, porque ya no tienes esa cara triste de hace un minuto.

Ella me miró como si no supiera qué hacer con mis palabras. Como si no esperara que yo me fijara en algo más allá de lo obvio. Y, por un momento, hubo un silencio extraño. No incómodo, sino lleno de algo que no podía nombrar.

---

Alice se sentó en su mesa habitual junto a la ventana, y yo continué trabajando, pero mis ojos se desviaban hacia ella de vez en cuando. La veía beber despacio su frappé, perderse mirando hacia afuera como si buscara respuestas en el movimiento de la calle. Y me descubrí pensando en cómo alguien podía parecer tan fuerte enfrentándose a Thalía por la mañana, y tan frágil cuando pensaba que nadie la miraba.

Cuando terminó, se levantó y dejó la galleta intacta sobre la mesa. Eso me llamó la atención. Siempre la comía.

—¿No te gustó? —pregunté mientras limpiaba la mesa.

Ella se encogió de hombros. —No tenía hambre.

Quise decir algo más, pero me contuve. No era el momento.

La vi salir por la puerta, y el tintineo de la campanita resonó distinto esta vez. Como si se llevara algo conmigo.

Al cerrar el turno, ya de noche, mientras guardaba el delantal, no podía sacarme de la cabeza esa mirada suya. Esa tristeza oculta bajo capas de sarcasmo y risas cortas. Me descubrí deseando, por primera vez en mucho tiempo, que alguien encontrara razones para sonreír… y que yo pudiera ser parte de esas razones.

💌📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝📝




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.