Promesas de papel: cuando tus manos rozaron la mía.

Capitulo 4

🌬️🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊🌊El peso de lo no dicho

El aire de la tarde está espeso. El sol todavía quema, pero ya no es el calor del mediodía: es ese calor pesado que se pega en la piel y no deja de recordarte que todavía no es de noche, que todavía tienes que seguir resistiendo. Me siento en las gradas, con la mochila a mi lado, viendo cómo el campo de fútbol se va llenando de chicos que corren como si el césped fuera suyo. A veces pienso que lo es.

Eva se fue hace rato; dijo que tenía que pasar por la biblioteca. Yo no protesté. Agradezco los momentos a solas, aunque a veces la soledad sea tan ruidosa como un pasillo lleno de risas.

Saco mi libreta y dibujo líneas sin sentido. No soy artista, ni siquiera me salen bien los corazones cuando los hago distraída, pero necesito tener algo en las manos. Si no, me da la sensación de que me voy a romper frente a todos.

—Alice.

La voz me atraviesa. No necesito mirar para saber quién es. Mi estómago se contrae y me gustaría tener la fuerza de ignorarlo, pero mis ojos se levantan solos.

Thiago está ahí, con su sonrisa torcida, como si nada. Como si los mensajes que nunca contestó, las noches que me pasé llorando, las promesas que me susurró entre sombras fueran humo que el viento se llevó.

—¿Qué quieres? —le digo. La voz me sale más firme de lo que esperaba.

Él se acomoda en la grada, demasiado cerca. Su olor, esa mezcla de colonia y sudor, me golpea y me trae recuerdos que me gustaría enterrar.

—Quiero hablar contigo. Lo del verano… yo… —se frota la nuca, incómodo—. Me equivoqué.

Sus palabras me prenden fuego. Me equivoqué. Dos palabras diminutas para un daño enorme.

—¿Equivocarte? —repito, como si saboreara la ridiculez—. ¿Así le llamas a desaparecer sin decir nada? ¿A tratarme como un secreto vergonzoso?

Thiago baja la mirada. Por un segundo parece sincero, vulnerable. Pero sé que en cualquier momento volverá a ponerse la máscara. Siempre lo hace.

—No es tan fácil, Alice. Mi hermana, el equipo… la gente no entendería.

Y ahí está. La excusa de siempre. No soy lo suficientemente bonita para que me vean contigo. No soy lo suficientemente importante para soportar la presión de tus amigos. Soy la mancha en tu imagen de chico popular.

El nudo en mi garganta me quema, pero no pienso llorar delante de él. No otra vez.

—Entonces déjame en paz —le escupo.

Y en ese momento, como si el universo decidiera burlarse de mí, llegan ellos. Un grupo de sus compañeros baja por las gradas, riendo, empujándose entre sí, llenando el aire con esa energía insoportable de chicos que creen que el mundo les pertenece.

Uno de ellos nos ve. Sus ojos se abren, y luego sonríe con malicia.

—Miren, miren… ¿qué tenemos aquí?

El resto se da vuelta. Y de repente, todas las miradas están sobre mí. Es como estar desnuda en medio de la multitud.

—¿Thiago, en serio? —se ríe uno, dándole un codazo—. ¿Con ella?

Las risas explotan. Cada carcajada me perfora la piel.

Thiago se pone tenso, lo siento a mi lado. Pienso que por fin va a decir algo, que me va a defender. Que va a tener el valor que nunca tuvo en privado.

Pero no. Su risa se une a la de ellos.

—Vamos, chicos, no inventen. ¿Con ella? Ni que estuviera desesperado.

Y ahí se me rompe algo adentro. No es solo el rechazo, no es solo la negación: es la traición de ver cómo tira al suelo lo poco que quedaba de mí después de este verano.

El calor me sube a la cara, y sé que estoy roja, que parezco más vulnerable de lo que quiero. Sus amigos siguen riendo, repitiendo bromas, haciendo comentarios que no me atrevo ni a registrar del todo porque me dolería más.

Me levanto de golpe. Mis piernas tiemblan, pero las obligo a sostenerme.

—Eres un cobarde —le digo a Thiago. Mis palabras tiemblan, pero son reales.

Por un segundo creo ver vergüenza en sus ojos. Pero se esconde rápido, como siempre. Prefiere la risa de sus amigos antes que mi verdad.

Doy un paso para irme, y entonces lo veo.

Ethan.

Está a unos metros, observando. No sé cuánto tiempo lleva ahí. Su mirada no es de burla. Tampoco de lástima. Es… intensa. Como si pudiera ver más de lo que quiero mostrar.

Me arde la cara. Quiero huir, desaparecer, que la tierra me trague. Pero no tengo tiempo de hacerlo, porque él se mueve.

Camina hacia nosotros con paso firme, los hombros rectos, esa tranquilidad peligrosa que hace que todos se callen aunque no haya levantado la voz.

—¿Y ustedes qué? —dice, mirando a los compañeros de Thiago—. ¿Les parece gracioso humillar a alguien?

Las risas mueren de golpe. Nadie quiere enfrentarlo. Ethan no necesita gritar: su presencia basta.

Yo siento que no puedo respirar. Estoy atrapada entre la humillación y algo que no alcanzo a definir.

Thiago intenta reaccionar, pero su voz suena débil.

—No es lo que parece, Ethan.

—No parece nada. Es claro lo que hicieron —responde él, con la mirada fija en Thiago—. Y tú… deberías aprender a asumir tus actos.

El silencio es brutal. Los amigos de Thiago se incomodan, miran al suelo, buscan cómo escapar. Y él… él se queda ahí, pequeño en comparación con Ethan.

Yo ya no aguanto más. Recojo mi mochila con torpeza y bajo las gradas sin mirar a nadie. Mis pasos son rápidos, casi una huida. Siento los ojos de Ethan siguiéndome, y eso me pesa más que todo lo demás.

Porque la humillación duele. Pero que alguien vea tu herida… duele diferente.

Camino hasta el patio vacío. Me siento en un banco y dejo que el aire me golpee la cara. No lloro. Todavía no. Pero el nudo en mi garganta crece, y la única palabra que resuena en mi cabeza es la que le dije a Thiago: cobarde.

Tal vez también soy una. Por haber creído en él. Por haberme dejado usar. Por seguir sintiéndome tan pequeña.

Me abrazo a mí misma. El sol se esconde, y con él, cualquier ilusión de que este día pudo haber sido distinta...




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.