Promesas de papel: cuando tus manos rozaron la mía.

Capitulo 5

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El aire en el campo de fútbol siempre huele igual: a pasto recién cortado, a sudor de equipo y a esa mezcla de polvo y sol que se queda pegada en la piel. Para mí, ese olor solía ser sinónimo de gloria, de pertenecer a algo grande. Pero hoy, mientras ajustaba los cordones de mis zapatillas y fingía escuchar las bromas estúpidas de mis compañeros, mi atención estaba en otra parte. En ella.

Alice.

La vi desde lejos, caminando junto a su amiga, como si intentara pasar desapercibida en un lugar donde la luz se empeñaba en señalarla. No sé cómo no me había dado cuenta antes de lo bonita que es. No, bonita no es suficiente… tiene algo distinto. Algo que se queda grabado aunque uno no quiera. Y esa manera en que sus rizos rebeldes capturan la luz del sol, como si se rieran de todos los intentos de domesticarlos, me hizo pensar en la injusticia de nunca haberla mirado bien antes.

Pero el momento duró poco.

Vi cómo Thiago se acercaba a ella en las gradas. Ese tipo siempre supo actuar como si la vida fuera un escenario y él, el protagonista indiscutible. Y aunque me duela admitirlo, lo logra. Sonrisa perfecta, actitud segura, mirada de esas que convencen a cualquiera. A cualquiera menos a mí. Y mucho menos después de lo que vi hoy.

No escuchaba bien desde donde estaba, pero la expresión de Alice lo decía todo: incomodidad, dolor, un intento desesperado de mantener la dignidad mientras él le hablaba demasiado cerca. Yo sabía, lo sentía en los huesos, que no era la primera vez que la dejaba así.

Y entonces pasó.

Un par de mis compañeros —los típicos que no pueden con la tentación de hacer leña del árbol caído— se dieron cuenta de que Thiago estaba hablando con Alice. Los gritos, las risas, los chistes pesados llegaron volando como flechas envenenadas. Y lo que me terminó de hervir la sangre fue ver a Thiago… reír con ellos. Negar. Como si Alice fuera una ilusión. Como si ella nunca hubiera significado nada.

Alice bajó la mirada, y ese gesto me golpeó en el pecho más fuerte que cualquier entrenamiento. La vergüenza se le dibujó en los ojos, y aunque ella intentaba hacerse la fuerte, pude ver cómo se le quebraba un pedazo de alma frente a todos.

No pude quedarme callado.

—Ya basta —escapé entre dientes, mi voz sonó más dura de lo que esperaba. Caminé hacia ellos y sentí cómo las miradas de medio equipo se clavaban en mí.

—Oh, el gran Ethan viene a rescatar a su damisela —dijo uno de los idiotas del fondo.

Lo ignoré.

Me planté frente a Thiago, que aún sostenía esa sonrisa falsa, y lo miré directo a los ojos.
—¿Qué pasa, Thiago? ¿Tan poca cosa eres que necesitas reírte de alguien para que tus amigos te aplaudan?

Un silencio incómodo se instaló. Ellos no esperaban que yo interviniera. Ni yo mismo lo había planeado, pero ya no podía detenerme.

—No te metas, Ethan —gruñó Thiago, bajando la voz. Pero yo vi el destello de inseguridad en su mirada.

—Ya estoy metido. —Lo dije sin parpadear—. Y si vuelvo a verte tratarla así, no importa cuántos músculos presumas ni cuántos seguidores tengas, te aseguro que vas a tener un problema conmigo.

Los murmullos aumentaron. Alice me miraba con los ojos muy abiertos, mezcla de sorpresa y vergüenza. Y yo… me sentí extraño. Como si hubiera cruzado una línea invisible.

Ella recogió sus cosas de golpe, sin decir nada, y se marchó rápido, como si el aire le faltara. La vi irse y quise correr detrás, pero sabía que no era el momento.

Lo peor de todo fue lo que pasó después.

El pasillo detrás del gimnasio siempre está medio vacío después de los entrenamientos. Ahí fue donde Thalía decidió interceptarme. Su perfume llegó antes que sus palabras, esa mezcla dulzona que siempre me resultó empalagosa, aunque antes fingiera lo contrario.

—Ethan —dijo con esa voz ensayada, como si cada sílaba tuviera un guion.

—¿Qué quieres, Thalía? —No estaba de humor, y se me notaba.

Ella ladeó la cabeza, fingiendo dulzura, pero sus ojos destilaban veneno.
—Solo recordarte lo que dejamos pendiente. Tú y yo.

Solté una risa seca.
—¿Pendiente? Lo que dejamos fue bien claro: tú te fuiste cuando más te necesitaba.

El gesto en su rostro cambió, de la dulzura fingida al veneno puro.
—Ethan, no juegues conmigo. Sabes que siempre vamos a ser la pareja perfecta. El capitán y la capitana, ¿te suena?

—Ya no me interesa ser parte de tu obra de teatro.

Ella dio un paso más cerca, bajando la voz hasta convertirla en un susurro helado.
—Si no regresas conmigo, te irá muy mal.

No pude evitar sonreír. Esa sonrisa que me sale cuando la rabia me empuja más que el miedo.
—No te tengo miedo, Thalía. Haz lo que quieras. Yo ya estoy cansado de ser tu trofeo.

Ella apretó los labios, furiosa, y por un instante vi en sus ojos algo peor que el desprecio: el deseo de venganza.

Esa noche, en mi cuarto, el silencio era tan pesado que casi podía escucharlo. Mi hermanita dormía en la habitación de al lado, y mis padres hablaban bajito en la cocina. Me senté en la cama, con la camiseta aún impregnada de sudor y tierra, y repasé todo lo que había pasado.

La imagen de Alice bajando la mirada no se me quitaba de la cabeza. Me preguntaba cómo podía alguien como Thiago tratarla como si fuera invisible, cuando para mí había sido imposible dejar de mirarla. ¿Cómo podía ella creer que no valía nada, cuando en realidad parecía cargar un mundo entero en sus hombros?

Me pasé una mano por el rostro y me dejé caer contra la almohada. Por primera vez en mucho tiempo, no pensé en el próximo partido ni en las notas ni en la presión de ser el capitán. Solo pensé en ella...

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