Narrado por Alice
El eco de lo que Ethan había dicho todavía me perseguía.
“La defiendo porque es mi novia.”
Novia.
Esa palabra sonaba rara, pesada, como si no me perteneciera.
Llegué a la habitación y cerré la puerta de un portazo. Me dejé caer en la cama, boca arriba, mirando al techo. Tenía la mente hecha un torbellino: rabia, vergüenza, miedo, gratitud, y… algo más, algo que no quería admitir.
Golpecitos en la puerta interrumpieron mi caos.
—¿Alice? —era Eva.
Suspiré, me acomodé el cabello y respondí:
—Pasa.
Ella entró con sus ojos grandes brillando de pura curiosidad. Se sentó frente a mí, cruzando las piernas como si estuviéramos a punto de planear una conspiración.
—Ok, cuéntamelo todo. —Me miró fijamente, sin rodeos—. ¿Por qué no me dijiste que tenías novio?
Me atraganté con el aire.
—¡¿Qué?! No… no tengo novio.
—Alice, no me mientas. —Frunció el ceño—. Lo vi, lo escuché. Ethan lo dijo frente a todos.
Me senté de golpe, agarrándome la cabeza.
—Es que… es fingido.
—¿Fingido? —repitió, como si acabara de decirle que el cielo era verde.
Asentí con desesperación.
—Sí, Eva. Lo dijo para defenderme, para que Thalía y su séquito dejaran de… de destrozarme.
Ella guardó silencio unos segundos, como procesando la información. Finalmente suspiró.
—¿Y ahora qué vas a hacer?
Me mordí el labio. Esa era la pregunta que me estaba matando.
—No lo sé —confesé—. No sé qué demonios hacer.
Eva me tomó las manos.
—Alice… esto puede complicarse. Los rumores vuelan más rápido que los aviones. Y fingir un noviazgo con Ethan… bueno, ya sabes cómo es este lugar.
Me eché hacia atrás, rodando los ojos.
—Créeme, lo sé demasiado bien.
Después de que Eva salió, la habitación se volvió insoportablemente pequeña. Me levanté, caminé de un lado a otro como un animal enjaulado. El silencio se sentía como una voz que gritaba dentro de mí.
Al final, no lo aguanté más. Tomé una chaqueta, salí sin rumbo fijo y dejé que mis pies me llevaran por las calles.
La noche estaba fresca, con ese viento que acaricia y al mismo tiempo hiere. Las farolas iluminaban parches de luz amarilla sobre el pavimento. Yo necesitaba aire. Necesitaba que el mundo fuera más grande que mis problemas.
Y entonces lo vi.
Apoyado en una esquina, con las manos en los bolsillos y esa sonrisa de medio lado que antes me hacía suspirar. Thiago.
Me congelé. Todo mi cuerpo gritó no, pero mis pies no se movieron.
—Alice… —dijo, dando un paso hacia mí.
—No —le advertí, levantando la mano—. No empieces.
Él alzó las manos, como si viniera en son de paz.
—Solo quiero hablar.
—Hablar —escupí la palabra—. ¿Ahora sí quieres hablar? Después de exhibirme, después de reírte con tu hermana mientras me destrozaban, ¿vienes a decir que quieres hablar?
Sus ojos bajaron al suelo, y por un segundo vi un destello de culpa.
—Me dejé llevar… por la presión.
Reí sin humor, una carcajada amarga que me salió del estómago.
—¿La presión? ¡No me jodas, Thiago! Nadie te obligó a mostrar esa foto. Nadie te obligó a seguirle el juego a Thalía. Eso lo hiciste tú.
Él apretó la mandíbula, como si mis palabras le dolieran.
—Está bien, lo admito. Me equivoqué. Por eso estoy aquí. Vengo a pedirte disculpas.
—¿Disculpas? —repetí, con la voz rota entre indignación y risa—. ¿Tienes idea de lo que hiciste? ¿De lo que sentí cuando vi esa foto en manos de todos? Eso no fue un error, Thiago. Eso fue una puñalada.
Se acercó un poco más, y yo retrocedí instintivamente.
—Mírame, Alice. Sé que la cagué, pero… podemos arreglarlo. Termina con Ethan. Olvídate de esa farsa. Vuelve conmigo y… yo estoy dispuesto a perdonarte.
Me quedé muda. Luego, la rabia me explotó en el pecho.
—¿Perdonarme? —repetí, casi gritando—. ¿Tú a mí?
Él frunció el ceño.
—Sí. Porque sé que lo de Ethan es solo porque estás confundida. Porque todavía me quieres.
Me llevé las manos al rostro, conteniendo las lágrimas de pura furia.
—Thiago, escúchame bien. Yo no necesito tu perdón. ¡Yo no hice nada malo! El que debería estar rogando por perdón eres tú.
—Yo lo sé —murmuró, bajando la voz—. Pero podemos empezar de nuevo. Como si nada hubiera pasado.
Lo miré con incredulidad.
—Como si nada hubiera pasado… —repetí en voz baja, temblando—. ¿Tú escuchas lo que dices? Me rompiste, Thiago. Me hiciste sentir como basura. Me dejaste sola frente a todos. Y ahora vienes a decir que me aceptas de vuelta.
Sus ojos brillaron con algo que no supe si era soberbia o tristeza.
—Te quiero, Alice.
Sentí un nudo en la garganta, una mezcla de dolor y furia.
—No, Thiago. Tú no me quieres. Tú quieres poder, control, tenerme ahí cuando te conviene. Pero eso no es amor.
Él dio un paso más, su voz casi suplicante.
—Por favor… solo dame una oportunidad.
Y ahí, lo sentí. El temblor en mi pecho, el peso en mis costillas. Ese dolor en los tuétanos que me recordaba lo mucho que alguna vez lo quise, y lo mucho que ahora me indignaba.
—No —dije finalmente, con voz firme aunque temblorosa—. No voy a volver a ti. No después de todo lo que hiciste.
Sus labios se apretaron en una línea tensa.
—Entonces… ¿prefieres seguir con Ethan?
Lo miré fijamente, con lágrimas ardiendo en mis ojos.
—Prefiero estar sola toda la vida antes de volver a humillarme contigo.
El silencio cayó entre nosotros como un muro. Por primera vez, Thiago no tuvo respuesta.
Di media vuelta y caminé, dejando que mis pasos resonaran en la calle vacía. El viento me secó las lágrimas, pero el dolor quedó clavado dentro, profundo, en los huesos.
Ese fue el momento en que entendí algo: no iba a permitir que nadie más jugara con mi dignidad. Ni Thiago, ni Thalía, ni nadie.
Era mi vida. Mi voz. Mi decisión.
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Editado: 06.10.2025