Promesas de papel: cuando tus manos rozaron la mía.

Capitulo 11

No sé exactamente cómo terminé aquí.
Frente a Ethan, en una cafetería a la que nunca había entrado, con una libreta entre nosotros y un plan absurdo sobre la mesa.

—Entonces… —dice él, con ese tono tranquilo que usa para todo—, tenemos que poner reglas.

Reglas.
Como si esto fuera un contrato de trabajo y no una locura compartida.

—¿Reglas para fingir ser tu novia? —repito, mirándolo por encima de mi taza de chocolate caliente.

Ethan asiente.
Está muy serio, aunque el brillo en sus ojos parece burlarse de sí mismo.
—Exacto. Si no lo hacemos bien, nadie nos creerá.

Suelto una risa nerviosa.
—¿Y tú quieres que nos crean?

—Por supuesto. —Se encoge de hombros—. Si lo que queremos es que Thiago te deje tranquila y que Thalía se olvide de mí, tiene que parecer real.

La mención de Thiago me tensa el pecho como una cuerda vieja que amenaza con romperse.
Intento sonreír.
—Ya… parecer real.

Ethan toma su bolígrafo, escribe “Reglas” en la parte superior de la hoja y me mira.
—Primero: debemos vernos juntos, al menos tres veces por semana. No solo en la escuela, sino también fuera.

—¿Tres veces? —pregunto con un tono incrédulo—. ¿Y qué se supone que haremos esas tres veces?

—Cosas normales. Ir al cine, estudiar, comer algo. Que la gente nos vea.

—¿Y si no quiero que me vean?

Él sonríe, ladeando la cabeza.
—Alice, el punto de fingir es que te vean.

Cierro los ojos un segundo. Este chico tiene razón, pero igual quiero lanzarle la servilleta a la cara.
—Bien, tres veces a la semana —murmuro—. Pero yo elijo al menos una de las salidas.

—Hecho.

—Siguiente regla —añado, aprovechando el impulso—: nada de contacto físico innecesario.

Ethan se ríe, un sonido bajo y cálido.
—Define “innecesario”.

Me ruborizo.
—Ya sabes, nada de… de abrazos falsos, ni de… ni de tomarme la mano todo el tiempo.

—Pero si somos novios falsos, la gente esperará algo de eso. —Levanta las cejas, divertido—. ¿Qué pensarían si no te toco ni un poco?

Siento que mi cerebro implosiona.
—Ethan, ¿estás escuchándote?

—Perfectamente. Solo trato de ser convincente.

Él anota algo y lo empuja hacia mí:
“Regla #2: contacto físico moderado. Solo en público.”

—Moderado —repito—. Y en público.

—Lo prometo.

Nos quedamos en silencio por unos segundos. Yo jugueteo con la cucharita, él me observa con atención. No es una mirada incómoda; es como si estuviera intentando descifrar algo que ni yo entiendo.

—¿Y tú? —pregunta finalmente—. ¿Qué ganas con todo esto, Alice?

Lo miro, sin saber bien qué decir.
—Tal vez un poco de paz. Tal vez dejar de sentir que todo el mundo me observa esperando que tropiece.

Ethan asiente despacio.
—Y yo quiero dejar de ser el chico que todos creen que tiene la vida perfecta.

—Vaya —sonrío con suavidad—. Así que los dos fingimos algo.

—Exacto —dice él, mirándome de frente—. Fingir puede ser liberador a veces.

Y por un momento, lo entiendo.
A veces fingir que todo está bien es la única forma de soportarlo.

Pasamos la siguiente hora entre risas, tonterías y reglas cada vez más ridículas.

Regla #3: si uno de los dos se siente incómodo, puede decir “helado derretido” y el otro tiene que detener lo que esté haciendo.
Regla #4: no enamorarse.
—¿Eso también lo vas a escribir? —pregunto, alzando una ceja.
—Por supuesto. —Y la anota sin dudar—. Es la más importante.

—Ridículo —murmuro—. Como si eso fuera a pasar.

—Por si acaso —dice él, sonriendo—. Las mejores mentiras comienzan con un “nunca pasará”.

Más tarde, cuando salimos de la cafetería, el cielo tiene ese tono naranja del final de la tarde. Caminamos juntos por la acera, nuestras sombras estirándose como dos líneas paralelas.

—Entonces… ¿somos pareja? —bromea él, alzando una ceja.

—Falsa pareja —corrijo.

—Pero pareja al fin y al cabo. —Se ríe—. Supongo que debería llevarte a casa, ¿no?

—Eso sí lo puedes fingir —respondo, divertida.

El viento juega con mi cabello y, por primera vez en mucho tiempo, no me importa si alguien me mira. Ethan camina a mi lado con las manos en los bolsillos, tarareando una canción que no reconozco.

Hay algo en su presencia que calma el ruido en mi cabeza.
Tal vez sea su forma de mirar sin juzgar, o esa tranquilidad que parece rodearlo, como si nada en el mundo pudiera realmente romperlo.

Pero mientras lo observo, pienso que eso no es cierto.
Nadie es irrompible.
Ni siquiera él.

Cuando llegamos a la esquina de mi casa, se detiene.

—Entonces, ¿mañana empezamos? —pregunta.

—¿Empezamos qué?

—A fingir. —Sonríe con ese brillo travieso—. Si vamos a hacerlo, tiene que ser convincente desde el principio.

—Ethan… —suspiro—. Esto es una locura.

—Sí —dice—. Pero las locuras suelen ser más divertidas que los planes sensatos.

Y ahí está otra vez. Esa sonrisa.
Esa forma de hablar que parece una mezcla entre burla y ternura.

Lo observo un segundo más de lo necesario.
No sé si me siento más nerviosa o más tranquila a su lado.
Es confuso.

—Nos vemos mañana, “novia falsa” —dice con un guiño antes de alejarse.

Lo veo marcharse, con las manos en los bolsillos y el sol poniéndose detrás de él.
Respiro hondo, intentando procesar todo lo que acaba de pasar.

¿De verdad acepté fingir ser la novia de Ethan Walker?
El chico más tranquilo, sarcástico y aparentemente perfecto de la escuela.

Estoy segura de que esto va a terminar mal.
Pero también sé que, por primera vez en mucho tiempo, tengo curiosidad por lo que vendrá.

Subo las escaleras de mi casa con el corazón latiendo más rápido de lo normal. Mi mamá me pregunta algo desde la cocina, pero apenas la escucho. Me encierro en mi habitación, me dejo caer sobre la cama y miro al techo.




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