Promesas de papel: cuando tus manos rozaron la mía.

Capitulo 12

Un baile, demasiadas miradas

Narrado por Alice

Las luces cálidas del jardín se reflejan en los ventanales de la enorme casa de Kyle, como si cada bombilla quisiera presumir de su brillo.
Hay música flotando en el aire, risas, copas tintineando… y un leve olor a rosas y perfume caro.

No sé qué hago aquí.

Podría estar en mi habitación, con mi manta y mi taza de chocolate caliente, viendo series tristes que me hagan sentir menos sola. Pero no.
Eva me arrastró hasta aquí con esa sonrisa suya que no acepta un “no”.

—Vamos, Alice —dice, ajustándose su vestido color menta frente al espejo del pasillo—. Es solo un baile. En casa de Kyle. No es el fin del mundo.

—Para ti no —murmuro, intentando que mi cabello se vea decente—. Pero para mí, sí.

—Anda, será divertido. Además, Kyle me invitó personalmente.

Ahí está. La razón real. Kyle.
El primo de Ethan. El chico que hace que a Eva se le olvide cómo hablar.
Yo solo soy la acompañante, la excusa.

—¿Y si hago el ridículo? —pregunto, sintiendo el temblor en mis manos.
—Entonces te reirás. Y si no puedes reírte, yo me reiré por ti. —Sonríe con ese brillo que siempre me salva.

Suspiré. No podía negarme.
Y ahora aquí estoy, en medio del salón principal de la casa de Kyle, rodeada de luces, vestidos relucientes y miradas que me hacen sentir como si usara un cartel que dijera “invitada extraña”.

Mi vestido negro no brilla ni destaca, pero al menos no se arruga.
Mi delineado… bueno, digamos que sobrevive.
Y mi corazón late con tanta fuerza que me da miedo que alguien lo escuche.

—Relájate —dice Eva, dándome un codazo—. Te ves increíble.

—Parezco una vela olvidada en medio de una fiesta elegante.

—Una vela que brilla sin permiso —responde ella, riéndose.

Intento sonreírle, pero entonces lo veo.
Ethan.

Apoyado contra una columna, con su camisa blanca remangada, el cabello ligeramente despeinado y esa expresión de “no me importa, pero sí me importa”.
Ríe con Kyle y un grupo de amigos, y por un segundo, todo el ruido desaparece.
No sé si es el reflejo de las luces o su forma de mirarme, pero juro que mi pecho olvida cómo respirar.

—Alice… —susurra Eva, siguiéndome la mirada—. Te está mirando.

—Está mirando en general.

—Claro. En general hacia ti.

Intento negar, pero el calor sube por mi cuello.
Y cuando él levanta la copa y sonríe apenas, mi estómago da un vuelco.

Falso novio, me recuerdo. Solo un acuerdo.
Nada más.

Más tarde, cuando Eva se pierde buscando a Kyle entre la multitud, yo me escabullo hacia la terraza.
Necesito aire.
Las luces del jardín parpadean sobre las copas de los árboles.
El sonido de la música se mezcla con las risas desde dentro.

Tomo un vaso de ponche, intentando parecer relajada.
Misión fallida.

—¿Ya estás huyendo? —pregunta una voz a mis espaldas.
Me doy vuelta y ahí está Ethan, con esa sonrisa que me desarma.

—No estoy huyendo —miento.
—¿Ah, no?
—Estoy… explorando el perímetro de seguridad.

Él suelta una carcajada.
—Suena a excusa muy elaborada.
—Lo es.

Se acerca despacio, con esa calma que irrita y tranquiliza al mismo tiempo.
—Kyle dice que tienes talento para desaparecer.
—Es un don —respondo.
—Pues hoy no pienso dejarte escapar tan fácil.

Levanta una ceja y me tiende la mano.
—Ven conmigo.

—¿A dónde?
—A cumplir con nuestro trato. Somos pareja, ¿recuerdas?

Trago saliva.
—¿No podemos fingir a distancia?
—No sería creíble. —Sonríe, un poco más cerca de lo recomendable.

Y antes de que pueda decir algo más, me lleva de la mano hasta el centro del salón.
La música cambia: una canción lenta, con violines y un ritmo que parece burlarse de mi torpeza.

—No —susurro—. No pienso bailar.
—Ya lo estás haciendo. —Su mano se posa en mi cintura, y mi corazón decide que es buen momento para colapsar.

Sus dedos son cálidos.
Su olor, una mezcla de madera y algo que no sé definir pero me resulta… seguro.

—Relájate —dice, casi al oído—. Solo sígueme.
Intento seguirlo, aunque mis pies parecen de plomo.

—Esto es una mala idea.
—Todas las buenas historias empiezan con malas ideas.

Me río, nerviosa.
Y cuando levanto la mirada, sus ojos están justo ahí, fijos en los míos.
No sé si el mundo se detiene, pero todo se vuelve más lento, más suave.

No pienso. Solo siento.

A nuestro alrededor, la gente nos mira.
Algunas chicas murmuran.
Y entre ellas, Thalía.

Está en un rincón, con su vestido dorado y esa sonrisa que no llega a los ojos.
Su mirada se clava en mí, fría, calculadora, como una promesa.
No necesito escuchar sus palabras para entender lo que piensa: ¿cómo una chica como ella puede tener lo que era mío?

Me estremezco.
Ethan lo nota.
—Ignórala —susurra.
—No estoy… —
—Sí lo estás. —Su tono se vuelve suave—. Mírame a mí, no a ella.

Y lo hago.
Lo miro.
Y por unos segundos, es como si no existiera nadie más.

Cuando la canción termina, él no me suelta de inmediato.
Sus dedos rozan los míos un instante más de lo necesario.
Y cuando por fin se aparta, el aire me sabe distinto.
Vacío, pero también lleno de algo que no entiendo.

Más tarde, salimos al jardín para tomar aire.
Las luces de la piscina se reflejan en el agua azul, y el murmullo de la fiesta suena distante.
Me siento en una baranda, intentando procesar todo.

—¿Cómo lo hicimos? —pregunto.
—Diría que un nueve.
—¿Solo nueve?
—Pisé tu pie dos veces.
—Y casi me caigo.
—Por eso no es un diez. —Ríe.

No puedo evitar reír también.
Es extraño… sentirme así de ligera, aunque solo sea por un momento.

—A veces me pregunto si esto va a funcionar —murmuro, mirando el reflejo del agua.
—¿Fingir?
Asiento.
Él se queda en silencio unos segundos.
—Funcionará mientras confiemos el uno en el otro.




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