La impostora”
Narradora: Thalía
La casa de Kyle parecía una escena sacada de una película: luces cálidas colgando del jardín, música alta, risas, vasos rojos por todas partes y un olor a alcohol mezclado con perfume caro.
Demasiado ruido, demasiada gente, demasiadas miradas.
Todo en su lugar… excepto yo.
No sé por qué vine.
Bueno, sí lo sé.
Vine porque escuché que Ethan estaría aquí.
Y donde está Ethan, siempre hay algo que me pertenece.
—Te ves increíble —dice Camila, mi amiga solo cuando hay cámaras o miradas cerca—. Ese vestido es una bomba.
—Lo sé —respondo, sin apartar la vista del reflejo del espejo del baño.
El vestido rojo se ajusta a mi cuerpo como si hubiera sido hecho para mí. Y probablemente lo fue.
Cada rizo, cada pestaña, cada sonrisa ha sido ensayada. Ser perfecta no es un don, es una carga.
Y últimamente, ni siquiera eso parece bastar.
Desde que Ethan y yo terminamos, todos tienen algo que decir.
“Thalía ya no es la misma.”
“Ethan por fin se liberó.”
“Ella lo tenía controlado.”
Y claro, nadie sabe lo que realmente pasó.
Porque yo aprendí desde pequeña que los trapos sucios no se lavan en público.
Mi madre lo dice siempre: “Mantén la cabeza en alto, incluso cuando estés sangrando.”
Pero a veces… me canso de fingir.
De sonreír mientras me ahogo.
De actuar como si no doliera verlo mirarla a ella.
Alice.
Esa chica insignificante que apenas sabía hablar en público, que se escondía detrás de su cabello rizado y sus libros.
La que no sabía usar tacones, ni maquillaje, ni controlar sus emociones.
Y sin embargo, ahí estaba.
En la fiesta de Kyle.
Sonriendo.
Con él.
—No puede ser —murmuro.
Camila sigue hablando, pero su voz se apaga entre el ruido y mi rabia.
Porque en cuanto los veo entrar, algo en mi pecho se quiebra en silencio.
Ethan.
Y Alice.
Juntos.
Él con su chaqueta negra, relajado, atractivo, riendo con su primo Kyle.
Y ella con un vestido negro sencillo, el cabello suelto y esa expresión insegura que, de algún modo, todos encuentran adorable.
Una risa amarga se escapa de mis labios.
Perfecto. Ahora resulta que la torpeza está de moda.
—¿Qué pasa? —pregunta Camila, siguiéndome con la mirada.
—Nada. Solo que alguien olvidó su lugar.
Camino hacia la terraza con el vaso en la mano.
Cada paso resuena en el suelo de madera, y con cada paso mi rabia se vuelve más afilada.
Desde la distancia los observo.
Ethan se inclina para decirle algo, y ella ríe, como si el mundo girara solo para ellos dos.
Las luces del jardín se reflejan en su piel, y por un segundo, juro que todos los que están aquí desaparecen.
Solo quedan ellos.
Mi estómago se revuelve.
¿Cómo una chica como esa puede tener lo que fue mío?
¿Cómo se atreve a ocupar mi lugar, a mirar a Ethan con esos ojos, a reírse con esa voz?
No la odio por ser ella.
La odio porque me recuerda todo lo que intenté no ser: vulnerable.
Tomo un trago largo y el alcohol me quema la garganta.
Quisiera que también quemara los recuerdos.
—¿Sabías que están saliendo? —escucho decir a alguien detrás de mí.
—Dicen que desde hace semanas.
—Alice… con Ethan. Quién lo diría.
Me muerdo el interior de la mejilla hasta sentir el sabor metálico de la sangre.
Rumores nuevos, perfectos para el lunes.
Busco con la mirada a mi hermano. Thiago está en el jardín, riendo con un grupo de chicos.
Perfecto. Al menos uno de nosotros se divierte.
Camino hacia él.
—¿Qué haces aquí? —me pregunta sin mirarme.
—Observando.
—Eso suena peligroso cuando lo dices tú.
Lo ignoro y miro hacia la casa, donde Alice y Ethan acaban de empezar a bailar.
—¿La viste?
—¿A quién?
—A ella. A la que se hace pasar por novia de Ethan.
Thiago frunce el ceño.
—No creo que esté fingiendo.
—Por supuesto que lo está. ¿Tú crees que alguien como ella podría atraer a alguien como él?
Él se encoge de hombros, con una sonrisa casi burlona.
—A veces pareces una villana de telenovela, ¿sabías?
—Y tú un idiota sin instinto —respondo con mi mejor sonrisa.
Thiago me observa unos segundos, luego dice:
—Si no puedes con ella, déjala.
—¿Y dejar que todos piensen que me reemplazaron? No. Nadie reemplaza a Thalía Rivera.
Él suspira.
—Tienes que aprender a perder.
—No sé hacerlo. Y tú tampoco deberías.
Me doy media vuelta antes de escuchar su respuesta.
El sonido de la música cambia, ahora una canción lenta, romántica, que hace que la gente se acerque a bailar.
Y ahí están ellos, en el centro del jardín, como si el mundo entero les perteneciera.
Ethan coloca una mano en su cintura.
Alice se tensa, pero no se aparta.
Sus ojos se cruzan y algo invisible pasa entre ellos.
Siento un nudo en la garganta.
El tipo de nudo que no se deshace ni con lágrimas.
Camino hacia la mesa de bebidas, pero no por sed.
Necesito moverme, hacer algo, no pensar.
Una chica murmura cerca:
—Parece que Ethan está feliz otra vez.
—Sí, Alice le ha hecho bien. Se nota.
Apretó los dientes.
Le ha hecho bien.
Como si yo lo hubiera hecho mal.
Como si él necesitara ser salvado… de mí.
Respiro hondo, pero no sirve.
Mi corazón late tan rápido que casi puedo oírlo.
Y entonces decido acercarme.
Camino hacia ellos con la sonrisa más dulce que tengo.
Esa sonrisa que es un arma.
—Hola, Ethan —saludo, como si fuera una vieja amiga.
Él se gira, sorprendido.
Alice baja la mirada de inmediato.
—Thalía.
—Qué sorpresa verlos aquí —digo, mirando a Alice con descaro—. Aunque supongo que las sorpresas son lo tuyo, ¿no?
Ella parpadea, confundida, como si no supiera cómo reaccionar.
Perfecto. Todavía no ha aprendido a defenderse.
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Editado: 06.10.2025