El eco de lo que rompí”
Narrador: Thiago
Odio las casas demasiado grandes por fuera y vacías por dentro.
La casa de Kyle olía a madera barnizada, a cerveza fría y a esos perfumes que los chicos compran cuando quieren impresionar. Me senté en la barra con una cerveza, mirando cómo la gente reaccionaba al ritmo de la música, y pensé en lo estúpido que había sido todo el verano.
Vi a Ethan y a Alice —no podía evitarlo—, riendo junto a la piscina, ella con esa sonrisa tímida que antes me derretía y él con la naturalidad de quien no piensa demasiado. Me cerré. No es orgullo. No es celos nobles. Es otra cosa: la certeza de que rompí algo y no sabía si se podía pegar de nuevo.
Thalía apareció detrás de mí como una sombra que siempre advierte: perfecta, vestida para vencer. Siempre he creído que mi hermana tiene un radar para los errores ajenos; el mío me fue perjudicial. Se sentó a mi lado con esa calma calculada y sus tacones hicieron un sonido que pude haber asociado con un ultimátum.
—¿La ves? —me preguntó sin mirar—. ¿Ves lo que ha conseguido con su carita de lástima?
—La veo —respondí, la voz plana.
—Te hace daño —dijo, como si me leyera—. Te usó este verano y después se fue con otro que la trató como un trofeo.
—No fue así —la corregí, porque aunque doliera la verdad no era tan simple.
—¿Y qué fue, entonces? —bufó—. ¿Miedo? ¿Cobardía? ¿Otro juego de tu parte?
Me quedé callado. ¿Qué respuesta esperaría? La mía era mala compañía: que me asusté, que me sentí pequeño al lado de lo que ella representaba —esa capacidad suya de creer sin temer; esa serenidad que yo siempre confundí con superioridad. Le di la espalda a Alice porque no supe sostener lo que era dulce y frágil. Eso no era excusa.
Ella ladeó la cabeza y sonrió esa sonrisa de hielo que esconde un plan.
—Tienes que arreglarlo —me dijo, y la palabra sonó como una orden.
—¿Arreglarlo? —reí por inercia, pero sin humor—. ¿Y cómo se arregla haber sido un idiota?
—Volviendo con ella —sentenció—. Haz que se enamore otra vez y luego… ya veremos.
La forma en que lo dijo me heló. “Haz que se enamore otra vez.” ¿Por qué lo sugería? No era para que yo fuera feliz. Era para recuperar una cuota del poder que ella había perdido. Si yo me acercaba, Thalía tendría la excusa perfecta para decir que todo seguía bajo control: hermano recupera novia, reina recupera trono. A mí me tocaba ser la ficha en su tablero.
—No voy a jugar sus juegos —respondí con más firmeza de la que sentía.
—No es un juego —replicó—. Es estrategia. Y tú, mi hermano, eres brillante para eso cuando quieres.
Me enojé. No con ella solamente, sino conmigo. Porque, en el fondo, la rabia que sentía no era solo por perder estatus: era porque había perdido algo que me importaba, aunque me negara a admitirlo. Y eso me dolía más que el orgullo.
Salí al jardín, buscando calma. La música vibraba, pero mis pensamientos eran un ruido más fuerte. La vi: Alice, en la baranda, apartada, con el ponche en la mano. El gesto me trajo un golpe de nostalgia —su risa en la terraza del verano, nuestras conversaciones a media noche, su forma de mirarme cuando yo creía que no me veía. Fue como volver a respirar algo que no sabía que necesitaba.
Thalía me alcanzó sin prisa, como siempre.
—Hazlo simple —susurró—. Habla con ella. Nada de promesas. Sedúcela con algo que ella quiera creer. Luego te retiras, y yo me encargo de que él parezca un títere.
Sus palabras eran veneno envuelto en seda. Me di cuenta de que lo que pedía no era recuperar a alguien por amor, sino por revancha. Y aun así, la idea me rozó el orgullo de otra manera: ¿ser yo capaz de volver a besar aquello que tanto rompí? ¿O lo haría para demostrar que puedo controlar las cosas que antes me controlaron?
—¿Y si ella se queda? —pregunté de repente, con la voz más fría que pude manejar.
—Entonces te casas con el hecho de haber sido tú quien la vio primero —respondió ella, sin parpadear—. Y si no, la destruyes como los demás han intentado destrozarte.
La ambivalencia me arañó: ¿prefería ser quien reconstruyera o el que volviera a romper con intención? Ninguna opción me gustó. Ninguna me redimía. Era asqueroso pensar que mi vida pudiera girar en torno al tablero de Thalía.
Entré otra vez a la casa, e intenté actuar como si no me doliera. Me acerqué a la barra, tomé una cerveza y al final me dirigí hacia ella. Tenía la excusa perfecta: “oye, quería disculparme por cómo… ya sabes”. Pero la voz se me apagó cuando la vi junto a Ethan. Había algo entre ellos que no supe nombrar; ella reía de forma auténtica. Y eso, aunque me doliera, me obligó a hacer una elección.
Me acerqué. No caricias heroicas, ni gestos que gritaran arrepentimiento. Todo lo que pude reunir fue una palabra calibrada: “Hola, Ali.”
Ella volteó, sus ojos se abrieron en una mezcla de sorpresa y esa cautela que no te conviene.
—¿Thiago? —dijo ella, conteniendo algo.
—Hola —repetí, y por un segundo mi propia voz me pareció ajena.
—¿Qué quieres? —fue directa. No la culpo; a mí me hubiera ocurrido lo mismo.
—Hablar. Si no quieres, está bien. —Mi timidez era una armadura que no me gustaba.
Hablamos en voz baja, a la intemperie de una fiesta que continuaba adentro. Yo intenté no ser demandante. Ella me miraba con aprobación fría: no quería ser usada ni humillada otra vez. Y sin embargo, yo quería que me escuchara sin pensar en mi historial. Quería que me creyera, aunque no supiera si me merecía su confianza.
—Te dije por qué me fui —dije, tratando de explicar sin que sonara a excusa—. Me faltó valor para enfrentarme a muchas cosas. Me repliqué a mí mismo… y te pagué a ti. Lo siento. —Era torpe, pero sentía la realidad en cada palabra.
Ella me observó. No sé si veía sinceridad o una manipulación más.
—Lo que hiciste me dolió —contestó—. Me hiciste sentir que era un secreto, Thiago. Y no quiero volver a ser un secreto. —Su voz era pequeña y poderosa a la vez.
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Editado: 06.10.2025