Respirar sin miedo
Narradora: Alice
Hay días en los que simplemente te despiertas y algo es diferente.
El sol parece más amable, el aire más ligero… y tú, menos enemiga de ti misma.
Hoy era uno de esos días.
No sé si fue por dormir ocho horas seguidas (cosa que no pasaba desde hacía siglos) o porque el simple hecho de no tener que enfrentarme a Thalía en los pasillos me hacía sentir como si flotara.
Pero algo en mí había cambiado.
O tal vez era alguien.
—Deja de sonreír sola, que pareces una loca —me dijo Eva, lanzándome una almohada.
Yo reí.
—¿Y quién te dijo que no lo estoy?
Eva me miró con una ceja levantada y luego se dejó caer sobre la cama.
—Desde que finges ser la novia de Ethan, te estás volviendo más… no sé, ¿optimista?
—¿Optimista yo? —dije con tono teatral—. Por favor, eso sería un milagro.
Ella se rió, pero luego me miró con atención.
—Hablando en serio, te ves bien, Ali. No solo físicamente… te ves más tú.
—¿Más yo? —pregunté confundida.
—Sí. Como si empezaras a gustarte un poquito.
Me quedé callada.
No sabía cómo responderle, porque en el fondo… tenía razón.
Por primera vez en mucho tiempo, no me sentía completamente invisible.
Y no, no era solo por Ethan.
Era porque había empezado a notar cosas pequeñas: cómo mi cabello se veía cuando no lo alisaba, cómo mi risa no era tan fea como pensaba, cómo mis hombros ya no estaban siempre encorvados para esconderme.
Tal vez fingir ser su novia me estaba enseñando a fingir otra cosa: que podía gustarme ser yo.
En el recreo, me encontré con Ethan apoyado en una de las mesas del patio.
Tenía los auriculares puestos y la mirada perdida en el cielo, como si estuviera calculando la forma exacta de una nube.
No lo dije en voz alta, pero… se veía bonito así. Natural.
—¿Vienes o meditas? —pregunté mientras me acercaba.
Me quitó uno de los auriculares.
—Estaba esperando a mi novia imaginaria —dijo sonriendo.
—Qué coincidencia, yo también soy novia imaginaria.
—Perfecto, podemos practicar.
Reí, y él también. Esa risa compartida tenía algo de terapéutico.
Cada vez que estábamos juntos, las cosas no dolían tanto.
—Tenemos que definir nuestras reglas —dijo sacando una libreta.
—¿Reglas?
—Claro. Si vamos a fingir, necesitamos hacerlo bien.
Tomó un bolígrafo y empezó a escribir.
Yo me incliné sobre la mesa, curiosa.
En la primera línea puso en letras grandes: “Contrato de noviazgo falsamente verdadero.”
—Eso suena a película —dije sonriendo.
—O a desastre, depende de quién lo lea —contestó, encogiéndose de hombros.
—A ver, regla número uno: nada de abrazos fuera del horario escolar —dijo con tono serio.
—¿Y cuál es el horario escolar del amor falso? —pregunté entre risas.
—De ocho a tres. Después de eso, volvemos a ser simples compañeros.
—Ajá… ¿y los fines de semana?
—Excepciones con cita previa.
Reí tan fuerte que casi me atraganto.
—Ok, señor planificador. ¿Regla número dos?
—Nada de miradas largas que puedan parecer reales.
—Muy tarde —murmuré sin pensar.
Él levantó una ceja.
Yo abrí los ojos, horrorizada.
—¡Dije “largas”, no “raras”! —improvisé, muerta de la vergüenza.
Ethan se rió, esa risa ronca que le salía del pecho y me desarmaba.
—Regla número tres —dijo mirándome de reojo—: si uno se sonroja, el otro finge que no lo vio.
—Trato hecho —respondí, mientras me mordía el labio para no seguir riendo.
El resto del día pasó más rápido de lo que esperaba.
Fuimos vistos juntos en los pasillos, en la cafetería, incluso caminando por el patio.
Y aunque sabía que era parte del plan, había algo reconfortante en sentir su mano rozar la mía, como si estuviera diciéndome en silencio: “no estás sola.”
La gente murmuraba, claro. Siempre lo hacen.
Pero esta vez, por alguna razón, no me dolía tanto.
Quizás porque por primera vez, no me veía a mí misma como la chica que todos señalaban.
Sino como alguien que estaba aprendiendo a sostenerse, incluso con las rodillas temblando.
Esa tarde, en la cafetería donde él trabajaba, pasé a saludarlo.
Tenía harina en la mejilla y el delantal mal amarrado.
Se veía cansado, pero feliz.
Y eso… me gustó.
—¿Vienes a espiar a tu novio falso o a tomar café de verdad? —preguntó sin dejar de atender a un cliente.
—A las dos cosas.
—Adicta al drama y a la cafeína, me gusta.
Cuando terminó, me llevó un chocolate caliente.
—Es por cuenta de la casa —dijo, dejando la taza frente a mí.
—¿De la casa o del corazón? —pregunté con sarcasmo.
—Del marketing emocional —respondió riendo.
Nos quedamos en silencio unos segundos.
Yo jugueteaba con la cuchara mientras lo observaba.
Él tenía esa facilidad para hacerme sentir tranquila. Como si el mundo no se fuera a caer.
—Gracias —dije en voz baja.
—¿Por qué?
—Por todo esto. Por no dejar que me derrumbara.
Él me miró con seriedad, pero con ternura.
—No te estoy salvando, Alice. Solo te estoy recordando que sabes volar.
Sentí un nudo en la garganta.
A veces, bastan pocas palabras para desarmarte por completo.
Esa noche, al llegar a casa, abrí mi diario.
Tenía tanto que decir que ni siquiera sabía por dónde empezar.
“Hoy fue un buen día.
No perfecto, pero bueno.
Reí sin miedo, hablé sin pensar que sonaba tonta, caminé sin esconderme.
Quizás todavía duela ver a Thiago, quizás todavía me tiemblen las manos cuando Thalía me mira como si quisiera borrarme del mapa…
Pero hoy, por un momento, me sentí suficiente.
Y eso vale más que cualquier mentira.”
Cerré el cuaderno y suspiré.
No sé si fingir ser la novia de Ethan era una locura o una oportunidad.
Pero lo cierto es que, por primera vez en mucho tiempo, no quería esconderme.
#43 en Joven Adulto
#1470 en Novela romántica
#amor y desamor, #amor# pasion# desiciones, romance #superacion#autoestima
Editado: 06.10.2025