“Viejos fantasmas con nombre y perfume caro”
Narradora: Alice
Dicen que cuando las cosas empiezan a mejorar, la vida te lanza una prueba para ver si realmente aprendiste algo.
Y, honestamente, creo que la vida me odia.
Porque justo cuando comenzaba a sentirme un poquito bien conmigo misma, él volvió a aparecer.
Thiago.
Ese nombre todavía me revolvía el estómago, como cuando comes algo que te gusta, pero sabes que te hace daño.
Era martes, un día cualquiera, o eso creí.
Eva y yo estábamos en el pasillo frente a los casilleros, riéndonos por algo tan simple como el peinado de Kyle, el primo de Ethan.
Por un momento, todo era normal.
Hasta que escuché esa voz.
—No sabía que los fantasmas iban a clase —dijo Thiago desde detrás de mí.
Mi cuerpo se tensó, mis manos sudaron.
No lo había visto desde hacía semanas. Desde el campamento. Desde que lo vi besando a otra.
—Y yo no sabía que los fantasmas hablaban —le respondí sin girarme, intentando sonar firme.
Eva me miró preocupada. Pero antes de que pudiera decir algo, Thiago ya estaba demasiado cerca.
Podía sentir su respiración en mi cuello.
El muy idiota seguía oliendo igual.
Esa mezcla entre colonia cara y culpa.
—Sigues igual de sarcástica —dijo con una media sonrisa—. Siempre usas el humor cuando no sabes qué decir.
—Y tú sigues igual de egocéntrico —le contesté girándome—. Siempre crees que todo se trata de ti.
Él sonrió, esa sonrisa torcida que alguna vez me había hecho sentir especial.
Ahora solo me daba náuseas.
—No sabía que ahora te gustaban los héroes. ¿O es que te cansaste de ser el secreto de alguien?
Sus palabras fueron cuchillos.
Me quedé helada, queriendo gritarle, llorar, o tal vez desaparecer.
Pero antes de poder hacerlo, alguien intervino.
—¿Pasa algo? —Ethan apareció, casual pero con el ceño fruncido.
Thiago alzó las manos en gesto inocente.
—Nada, solo una conversación entre viejos… amigos.
—Pues parece más un monólogo —contestó Ethan, colocándose entre nosotros.
Thiago lo observó, con esa mirada arrogante de quien cree tener el control.
—Relájate, campeón. No voy a tocar a tu novia falsa.
Yo tragué saliva.
Ethan lo fulminó con la mirada, pero no dijo nada.
Simplemente me tomó de la mano y me alejó del pasillo.
Su tacto era firme, cálido.
Y aunque quería soltarlo, no lo hice.
Porque en ese momento necesitaba sentir que alguien estaba de mi lado.
Después de clases, volví a casa intentando borrar la escena de mi cabeza.
Pero mi suerte no terminaba ahí.
En la cocina estaba mi madre, sonriendo como si nada.
Y junto a ella…
mi tía Teresa.
Perfecto. El combo completo de estrés emocional.
—¡Alice! —exclamó mi tía, con esa voz aguda que sonaba a fingida amabilidad—. ¡Mira lo grande que estás!
—Gracias, tía —dije, conteniendo una sonrisa tensa.
—Aunque deberías cuidarte un poco más, ¿no? No querrás perder tu carita bonita debajo de… bueno, tú sabes.
Y ahí estaba.
La primera puñalada disfrazada de “consejo”.
Mi madre la miró incómoda.
—Teresa, por favor…
—No, no, lo digo por su bien —respondió ella, llevándose una galleta a la boca—. Ya sabes que Alison siempre fue más disciplinada con su cuerpo, ¿verdad?
Mi estómago se encogió.
Siempre volvía a lo mismo.
A Alison, mi hermana perfecta.
No era su culpa, claro. Alison era hermosa, dulce, y trabajadora.
Pero su perfección era el espejo donde todos me comparaban sin preguntar si quería verme reflejada.
—¿Y cómo te va en la escuela, querida? —preguntó mi tía, como quien prepara su siguiente golpe.
—Bien —respondí sin ganas.
—¿Y ese chico nuevo del que me habló tu mamá? Ethan, ¿verdad? —dijo sonriendo con malicia—. Dicen que es muy atractivo.
—Lo es —contesté seca.
—¿Y tú y él…? —levantó una ceja.
—Somos amigos.
—Ah, claro. Amigos. Porque, cariño, chicos como él no miran a chicas como tú más que como amigas.
Mi madre la interrumpió con un suspiro exasperado.
—Teresa, por favor, te lo pido.
—¡Ay, solo digo la verdad! —insistió—. Deberías ayudarla a cuidar su imagen, mira que esas cosas se notan.
Yo no aguanté más.
—Voy a mi cuarto —dije, saliendo de la cocina antes de que las lágrimas me traicionaran.
Subí las escaleras corriendo.
Sentía un nudo en el pecho, como si alguien me apretara el corazón.
Abrí mi diario y comencé a escribir con rabia.
“No sé si quiero gritar o desaparecer.
No sé por qué tengo que justificar mi cuerpo, mi forma de ser, mis decisiones.
No sé por qué la gente cree que puede opinar de mí sin conocerme.
Tal vez no soy Alison, pero tampoco soy el error que todos creen.”
Más tarde, mientras intentaba calmarme, escuché una notificación en el celular.
Era un mensaje.
De Thiago.
Thiago: “Lo siento por lo de hoy. No debí hablarte así.”
Thiago: “Solo quiero que sepas que todavía pienso en ti.”
Leí esas palabras una y otra vez.
Parte de mí quería ignorarlo.
Pero otra parte, la que aún no sabía cómo dejar de amar, dolía.
Dejé el teléfono sobre la mesa y respiré hondo.
No iba a responder.
No iba a volver atrás.
Al día siguiente, en la escuela, las cosas se complicaron aún más.
Durante el almuerzo, noté a Thiago con sus amigos.
Reían, mirándome de reojo.
Esa sensación de burla era tan conocida que el cuerpo me ardía de impotencia.
Ethan llegó con su bandeja y se sentó frente a mí.
—¿Estás bien? —preguntó, observándome con esa mezcla de preocupación y dulzura que lo caracterizaba.
—Sí —mentí.
—Mientes fatal —dijo sonriendo apenas.
Lo miré.
Y por un instante, quise contárselo todo.
Sobre Thiago, sobre mi tía, sobre cómo me costaba respirar a veces.
Pero solo pude decir:
—Es un mal día.
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Editado: 06.10.2025