Cuando todo se empieza a ir”
Narradora: Alice
Hay días en los que todo parece normal.
El sol sale, las personas van y vienen, la vida sigue.
Y sin embargo, algo dentro de ti sabe que algo está a punto de romperse.
Yo no lo sabía cuando desperté esa mañana.
Ni cuando me miré al espejo y me recogí el cabello en una coleta desordenada.
Ni siquiera cuando Eva me esperó afuera de casa con esa sonrisa tímida.
Pero lo supe en cuanto vi sus ojos.
Tenían ese brillo raro… el brillo de quien trae malas noticias pero no sabe cómo decirlas.
—¿Estás bien? —pregunté mientras caminábamos hacia la parada del bus.
Ella asintió demasiado rápido.
—Sí, sí… solo no dormí bien.
Mentira.
Eva nunca mentía bien.
—¿Seguro? —insistí.
—Sí. Te cuento después, ¿vale? No quiero arruinarte la mañana.
Y no dijo más.
Pero ese silencio fue suficiente para que algo dentro de mí comenzara a inquietarse.
En la escuela intenté distraerme.
Ethan se había vuelto una especie de compañero constante últimamente.
Nos reíamos más, hablábamos de cosas sin sentido, compartíamos café frío y chistes tontos.
Era como respirar un poco después de tanto ahogo.
Pero esa paz era frágil.
Lo sabía.
Y estaba por romperse.
—¿Por qué estás tan callada hoy? —preguntó Ethan mientras almorzábamos bajo el árbol del patio.
—No lo sé. Eva está rara.
—¿Rara cómo?
—Como si quisiera decirme algo importante, pero no sabe cómo.
Él asintió, mirando su comida sin tocarla.
—A veces, cuando la gente tiene miedo de perder algo, se demora en hablar.
—¿Y si lo dice igual, y lo pierde? —pregunté sin pensarlo.
—Entonces, al menos fue honesto.
Esa respuesta me dejó en silencio.
Honestidad. Qué palabra tan grande.
A veces dolía más que la mentira.
Después de clases, Eva insistió en que fuéramos a su casa.
—Solo un rato, ¿sí? Quiero contarte algo antes de que te enteres por otra persona.
Mi pecho se apretó.
El tono de su voz me dio miedo.
Caminamos en silencio. El aire estaba espeso, como si el mundo también supiera que algo iba a cambiar.
Cuando llegamos, me ofreció un vaso de jugo. No lo tomé.
Me quedé parada frente a ella, esperando.
Y entonces lo dijo.
—Mi papá consiguió trabajo… —comenzó, con la voz temblorosa— en otra ciudad.
Sentí que el tiempo se detenía.
—¿Cómo que otra ciudad? —pregunté con un hilo de voz.
—Se va a mudar. Y… —bajó la mirada— yo tengo que ir con él.
No dije nada.
No podía.
Solo la miré.
Mis manos comenzaron a sudar.
—No, no… no puedes —balbuceé—. No puedes irte, Eva.
—Alice, lo intenté todo —dijo con lágrimas en los ojos—. Le pedí quedarme, le supliqué, pero él no quiere dejarme sola aquí.
Me llevé las manos a la cabeza.
No podía procesarlo.
Eva.
Mi mejor amiga.
Mi refugio.
La única persona que me entendía sin palabras.
—¿Cuándo? —pregunté.
—En dos semanas.
El corazón me dio un vuelco.
Dos semanas.
Catorce días.
Y después, nada.
Me senté en el sofá y me quedé mirando un punto fijo.
Ella se acercó y me abrazó.
Al principio no supe qué hacer.
Pero luego me derrumbé.
Lloré.
Lloré como no lo hacía desde hacía meses.
No era solo tristeza. Era miedo, vacío, soledad.
Era la sensación de que el universo se encogía y me dejaba fuera.
Eva no dijo nada.
Solo me abrazó más fuerte.
—No quiero que te vayas —susurré—. No sé qué voy a hacer sin ti.
—Vas a seguir adelante, como siempre lo haces.
—No sé cómo.
—Aprenderás. —me acarició el cabello—. Y no vas a estar sola, ¿sí? Tienes a Ethan.
Me separé de ella y la miré.
—Ethan no eres tú.
—Lo sé —dijo sonriendo con tristeza—. Pero puede ser alguien que te escuche cuando ya no esté cerca.
Esa noche no pude dormir.
Daba vueltas en la cama, con la mente llena de recuerdos.
Eva y yo riendo bajo la lluvia.
Eva acompañándome al psicólogo la primera vez.
Eva defendiéndome cuando Thalía me llamó “dramática”.
Cada imagen era un golpe.
“No quiero que la gente se vaya.
Pero todos terminan haciéndolo.”
A la mañana siguiente, llegué a la escuela con los ojos hinchados.
Ethan me esperaba en la entrada, apoyado en la pared, con su mochila colgando del hombro.
—Pareces un panda triste —dijo, intentando hacerme reír.
No lo logró.
Mi silencio lo alarmó.
—¿Qué pasó? —preguntó, acercándose.
—Eva se va —dije.
—¿Cómo que se va?
—Su papá consiguió trabajo en otra ciudad. Se muda en dos semanas.
Ethan frunció el ceño.
—Vaya. Lo siento, Alice.
No supe qué decir.
No quería hablar.
Pero él no se movió.
Solo se quedó ahí, en silencio, acompañándome.
Después de unos minutos, murmuró:
—Cuando mi mamá se fue… pensé que no iba a poder seguir respirando.
Lo miré.
Él nunca hablaba de su madre.
—¿Y pudiste? —pregunté.
—No al principio. Pero descubrí que el dolor no se va, solo se hace más… soportable.
—No quiero que se haga soportable. Quiero que no exista.
—Entonces cuídalo mientras duele. Significa que alguien te importó de verdad.
Esa frase me desarmó.
Ethan siempre decía las cosas más simples con una profundidad que me dejaba sin aire.
Pasaron los días y la idea de la despedida se volvió real.
Eva comenzó a empacar sus cosas, y yo la ayudaba aunque cada prenda que doblaba era un recordatorio de lo que iba a perder.
Una tarde, mientras guardábamos libros en cajas, me miró y sonrió con nostalgia.
—¿Te acuerdas cuando decíamos que viviríamos juntas en un apartamento con gatos?
—Sí —respondí con un nudo en la garganta—. Y que ibas a casarte con un chico que cocinara.
—Y tú con uno que supiera bailar.
—Qué mala broma —reí entre lágrimas—. Ethan baila fatal.
—¿Entonces admites que lo miras como algo más que un amigo? —preguntó arqueando una ceja.
—No.
—Alice… —dijo con voz suave— no está mal dejar que alguien te quiera bien.
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Editado: 06.10.2025