Sombras que no desaparecen”
Narradora: Alice
Hoy todo parecía tranquilo.
Demasiado tranquilo, quizás.
Me desperté temprano, como si mi cuerpo supiera que la calma era solo un espejismo.
El sol entraba por la ventana, dibujando líneas de luz sobre mi cama.
Tomé una taza de chocolate caliente y me senté en el borde de mi cama, escuchando los sonidos de la casa: el tic-tac del reloj, el zumbido del refrigerador, los pasos de Alison apurándose para la universidad.
Era uno de esos momentos en que sentía que podía respirar sin que todo se viniera abajo.
Por fin.
Pero claro, nunca dura.
Mi tía apareció justo cuando me dirigía a la cocina.
No llamaba, no avisaba, simplemente estaba ahí, con esa sonrisa que parece vacía de cariño y llena de juicios.
—¡Alice! —exclamó—. Vaya, estás tan… diferente.
—Hola, tía. —traté de sonar neutral, pero mi voz sonó más débil de lo que esperaba—. ¿Qué tal?
Ella inspeccionó mi atuendo, mis zapatos, mi cabello, mis hombros… como si mi presencia fuera un examen que tenía que reprobar.
—Mmm… bueno, al menos ya no pareces un desastre completo, pero deberías aprender a arreglarte mejor. —Se cruzó de brazos—. ¿Sabes? Tu hermana siempre fue impecable a tu edad. Tú… bueno, tú eres… diferente.
Mi pecho se contrajo.
Esas palabras no eran nuevas.
Ya las había escuchado antes, muchas veces. Pero hoy… hoy dolían distinto. Dolían porque sabía que Ethan no estaba aquí para decirme que no importaba.
—Gracias… supongo —murmuré, tratando de que mi voz no temblara.
—Supongo —repitió ella, con esa entonación que parece un látigo—. No puedo creer que tu madre te deje así… En fin, vamos, déjame mostrarte cómo debería verse alguien decente a tu edad.
Sentí la presión acumulándose en mis hombros.
Me dolía.
Me dolía el pecho, la garganta, todo.
Intenté escapar hacia mi habitación, pero justo cuando giraba, escuché la voz de mi celular vibrando en la mesa.
Era un mensaje de Eva:
“¡No dejes que tu tía te arruine el día! Vente al parque después de comer.”
Suspiré. Eva siempre sabía cómo animarme.
Pero antes de poder responder, alguien llamó a la puerta.
—¡Alice! —dijo Thiago, entrando sin esperar respuesta.
Mi corazón dio un vuelco.
—¿Qué haces aquí? —dije, tratando de sonar firme.
—Solo quería hablar contigo —respondió, esa sonrisa que solía derretirme, pero que ahora solo me irritaba—. Sé que el verano fue… complicado, y quiero arreglar las cosas.
Sentí un nudo en la garganta.
—¿Arreglar las cosas? —pregunté, tratando de no gritarle—. ¿Después de desaparecer todo el verano? ¿Después de hacerme sentir que era solo un juego para ti?
Se encogió de hombros, como si eso justificara todo.
—Me dejé llevar por la presión. Thalía me dijo que… que regresaras a mí. Y bueno… tal vez eso fue un error, pero… —me miró a los ojos, intentando suavizar su voz—. Todavía quiero que estemos bien.
Todo en mí quería gritarle, empujarlo, decirle que se fuera.
Pero una parte pequeña… muy pequeña… todavía recordaba los momentos buenos, las risas escondidas, los secretos que compartimos.
—¿Estás loco? —le dije—. ¿Crees que puedes aparecer y pedir perdón y todo vuelve a estar bien?
—No, no lo creo —dijo, su voz más seria—. Solo quiero que me escuches. Que no pienses que te odio. Que… podría perdonarte.
Mis manos temblaban.
Mi corazón latía como si quisiera escapar de mi pecho.
No podía creer que todavía me doliera tanto.
No podía creer que lo extrañara, aunque su traición fuera reciente y profunda.
—Thiago… —susurré—. No sé si puedo. No sé si quiero.
—Dame una oportunidad —rogó—. Te lo juro.
Y justo cuando estaba a punto de soltar toda mi frustración, mi tía intervino:
—Alice, ¿qué está pasando aquí? ¿Por qué permites que este chico entre a tu casa y te haga sentir así? ¿No te das cuenta de lo que eres? —sus palabras eran cuchillas—. Tu hermana no habría permitido esto.
El mundo pareció cerrarse sobre mí.
Me sentí atrapada entre Thiago y mi tía, entre la presión de los demás y mis propios sentimientos.
Mi visión se nubló.
Un calor ardiente subió por mi pecho.
El aire comenzó a faltarme.
—¡Basta! —grité, aunque mi voz sonaba débil—. ¡No puedo con esto!
Salí corriendo, sin importarme que nadie me siguiera.
El jardín estaba oscuro bajo los últimos rayos de sol, y el viento me golpeaba la cara como si quisiera despertarme de mi propia tormenta.
Mi corazón latía desbocado.
Mis piernas temblaban.
Sentí que me desplomaba sobre el césped, y por un segundo todo fue demasiado.
Entonces lo vi.
Ethan.
Allí, al borde del jardín, con su chaqueta sobre los hombros.
—Alice —dijo, su voz baja, firme—. ¿Estás bien?
No podía hablar.
Solo sollozaba, y mis manos temblaban mientras él se acercaba.
—Hey… —susurró, arrodillándose frente a mí—. Tranquila. No voy a dejar que nadie te haga daño.
Me abrazó, y por primera vez en horas sentí que podía respirar.
No porque el mundo estuviera bien, sino porque él estaba allí.
No me juzgaba, no me decía qué hacer, solo me sostenía.
—Thiago… mi tía… todo… —logré balbucear entre lágrimas.
—No importa ahora —dijo Ethan, apretándome más—. Solo importa que estás aquí, conmigo.
Por un momento, mi dolor y mi rabia se mezclaron con algo nuevo: alivio.
Era confuso, sí.
Dolía, sí.
Pero era real.
Me contó cómo él también tenía problemas en casa, cómo su familia estaba pasando por dificultades económicas, y cómo a veces se sentía tan perdido como yo.
Y allí, entre sollozos y risas nerviosas, comprendí algo importante: no necesitaba ser perfecta.
No necesitaba complacer a mi tía, ni fingir que mis sentimientos desaparecían por Thiago, ni ser fuerte todo el tiempo.
Ethan estaba allí.
Y aunque no podía arreglar todo, estaba dispuesto a quedarse mientras yo lo enfrentaba.
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Editado: 06.10.2025