Promesas de papel: cuando tus manos rozaron la mía.

Capitulo 21

Cuando todo se desmorona”

Narradora: Alice

Hoy parecía un día cualquiera.
El sol entraba por la ventana de mi habitación como si nada malo pudiera ocurrir.
El canto de los pájaros me hizo girar la cabeza hacia el cielo; una brisa suave me acarició la piel.
Por un momento, quise creer que este iba a ser un día tranquilo.

Pero no lo fue.

El primer mensaje llegó temprano en la mañana, un simple ping de WhatsApp que me sacó de mi sueño de normalidad.
Era Eva.

“Alice… tengo que decirte algo. Mi papá consiguió trabajo… y vamos a mudarnos. Nos vamos del estado.”

Leí la línea una y otra vez, pensando que tal vez mis ojos me engañaban.
—No… no puede ser —murmuré—. No ahora…

Colapsé sobre mi cama, sintiendo que el aire me faltaba.
Eva se había convertido en mi pilar. La única persona que entendía mis miedos, mis inseguridades, mis ataques de ansiedad, mis risas locas y mis lágrimas inesperadas.
Y ahora, de repente, esa seguridad se evaporaba como humo.

Mis manos temblaban.
No sabía si llorar, gritar o golpear algo.
Porque mientras Thiago me acosaba con su falsa dulzura, mientras Thalía seguía humillándome, mientras mi tía no paraba de recordarme que nunca sería suficiente… Eva se iba.
Y con ella, un pedazo de mi mundo se llevaba su risa, su apoyo y esa sensación de que no estaba sola.

Intenté calmarme, respirando hondo, contándome que esto era solo un mensaje, que todo podía arreglarse.
Pero la ansiedad se apoderó de mí, como un río que rompe diques.
Mi corazón latía tan fuerte que parecía que iba a explotar.
Mi pecho ardía.
Mi mente gritaba sin palabras.

—No puedo hacerlo —susurré—. No puedo…

Y entonces, como si la vida tuviera un gusto cruel por los momentos perfectos para torturarme, recibí otro mensaje.
Esta vez era de Thiago.

“Alice… podemos hablar? Sigo pensando que deberíamos arreglar las cosas. No quiero perderte. Puedes olvidarte de Ethan, él no te merece. Ven conmigo.”

Mi estómago se revolvió.
Todo en mí quería contestarle, gritarle, tirarle el teléfono al suelo y salir corriendo.
Pero algo más profundo, más doloroso, me paralizó.
Ese algo decía: “Todavía lo amas. Todavía lo recuerdas. Todavía duele.”

Me senté en la cama, abrazando mis rodillas, y dejé que las lágrimas rodaran.
Y por primera vez en mucho tiempo, me permití desmoronarme.
No fingí ser fuerte, no intenté ocultarlo.
Solo lloré.

Mientras las lágrimas bajaban por mi rostro, pensé en mi mamá.
Siempre intenta hacerlo bien, pero a veces… a veces la vida la supera.
No podía culparla por nada. Solo sentía esa mezcla de culpa y dolor: culpa por sentirme tan frágil, dolor por no poder controlar mi mundo.

—Maldita sea —susurré entre sollozos—. Maldita sea todo…

Decidí salir a caminar, buscando aire fresco.
El viento frío me golpeó la cara, intentando calmar mi corazón desbocado.
Pero no ayudaba.
El parque estaba vacío, salvo por algunos perros paseando con sus dueños y una pareja riendo al fondo.
Todo parecía tan normal, tan fácil para ellos… y yo, atrapada en mi caos, me sentí ridícula.

Y entonces lo vi.
Ethan.
Apareció de la nada, como si hubiera leído mi mente.
—Alice —dijo, acercándose despacio—. ¿Estás bien?

Mi cuerpo tembló.
Quería correr, esconderme, gritar que todo era demasiado… pero algo en su mirada me hizo detenerme.
Sus ojos no estaban llenos de juicio ni de sorpresa.
Solo preocupación.
Solo cuidado.
Solo él.

—No… no estoy bien —susurré, bajando la mirada—. Todo… todo se está derrumbando.

Él se sentó a mi lado en el banco del parque.
—Respira —susurró—. Solo respira conmigo.

Intenté seguirlo. Inspiré. Expiré. Inspiré. Expiré.
Y aunque cada latido seguía acelerado, sentí que la presión en mi pecho disminuía un poco.
Un poco.

—Mi mejor amiga… —empecé a decir—. Eva… se va.
—Lo sé —dijo Ethan, apretando suavemente mi hombro—. No puedo traerla de vuelta, pero puedo estar aquí mientras lo enfrentas.

El simple hecho de escucharlo decir eso me hizo llorar aún más.
Porque aunque sabía que Ethan no podía arreglarlo todo, no necesitaba que lo hiciera.
Solo necesitaba que estuviera allí, sosteniéndome mientras todo se caía a pedazos.

—Y Thiago… —continué, mi voz temblando—. Todavía quiere… volver conmigo. Dice que me perdona. Dice que olvide a Ethan.

Ethan frunció el ceño, pero no dijo nada de inmediato.
Solo me miró con esos ojos que parecían entender todo sin necesidad de palabras.
—Alice —dijo finalmente—. No tienes que tomar decisiones ahora. Ni sobre él, ni sobre nadie. Solo… quédate aquí un momento.

Y lo hice.
Me apoyé contra su hombro, dejando que su calor me anclara a la realidad.
Por primera vez en horas, no estaba huyendo. No estaba fingiendo.
Solo estaba siendo humana.
Solo estaba siendo frágil.

—A veces siento que todo conspira contra mí —murmuré—. Que no puedo hacer nada bien. Que todo lo que quiero se me escapa.

Él me abrazó más fuerte.
—Eso pasa —dijo—. Y está bien. No tienes que ser perfecta. No tienes que ser fuerte todo el tiempo. No tienes que resolverlo todo sola.

Su voz era como una manta tibia sobre mis hombros.
Y aunque mi corazón seguía latiendo rápido, aunque mis manos temblaban, sentí algo que no había sentido en mucho tiempo: seguridad.
No seguridad perfecta, no completa, no eterna… solo suficiente para seguir respirando.

—Gracias —susurré, cerrando los ojos—. Por estar aquí.

Él sonrió suavemente.
—Siempre. No prometo que todo será fácil, pero sí que no te dejaré sola.

Y por un momento, sentí que podía creerlo.
Que aunque el mundo me empujara hacia abajo, aunque mi tía me comparara, aunque Thiago jugara con mis sentimientos y aunque Eva se fuera… todavía había algo estable, algo real.
Ethan.
Su risa, su paciencia, su calma.
Su forma de no dejarme caer.




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