“Entre despedidas”
(Alice narrando)
Las despedidas no siempre suenan como un adiós.
A veces suenan como el silencio después de una risa.
Como una habitación vacía donde aún flota el eco de las conversaciones.
Como el cierre lento de una maleta que guarda más recuerdos que ropa.
Eva se va mañana.
Y aunque he tratado de repetirme que es solo una mudanza, que aún podremos hablar todos los días, algo en mí sabe que nada volverá a ser igual.
La casa huele a cartón, a cinta adhesiva y a tristeza disimulada.
Hay cajas apiladas en la sala y una montaña de ropa sobre su cama.
Ella se mueve de un lado a otro, tratando de mantener su energía habitual, pero la sonrisa no le llega a los ojos.
—¿Puedes pasarme ese suéter? —me pide, sin mirarme.
Lo tomo, lo doblo y lo dejo dentro de una caja.
Silencio. Solo se oye el roce del papel burbuja y la música que suena bajito desde su celular: una canción alegre que intenta cubrir la melancolía.
—No pensé que doliera tanto empacar —dice al fin, dejando escapar una risa nerviosa.
—No pensé que doliera tanto verte empacar —respondo, bajando la mirada.
Nos quedamos calladas. El aire entre nosotras pesa.
Eva ha sido mi refugio desde que llegué aquí.
La primera persona que me habló sin juzgarme, que me hizo reír cuando sentía que me estaba desmoronando.
Y ahora, cuando al fin empezaba a sentirme estable, cuando el caos comenzaba a ordenarse, ella se va.
No por culpa de nadie. Solo porque la vida tiene ese don cruel de moverte justo cuando crees haber encontrado un lugar seguro.
—Va a ser raro —dice, acomodando sus libros—. No tenerte a mi lado para burlarnos de los demás en los pasillos.
—O para quejarme de mis dramas con Ethan —bromeo débilmente.
—O para recordarte que dejes de mirarlo como si fuera tu salvavidas —contesta, arqueando una ceja.
Reímos. Pero ambas sabemos que esa risa tiene grietas.
A la tarde, Kyle llega para ayudar con las cajas.
No sé si lo hace por amabilidad o porque quiere aprovechar sus últimas horas con Eva.
Tal vez ambas.
Trae puestos unos jeans gastados y una camiseta blanca. Se ve tranquilo, pero hay algo distinto en su forma de mirarla.
Ella también lo nota, aunque finge no hacerlo.
—¿Necesitan ayuda con eso? —pregunta, señalando una caja enorme.
—Sí, pero solo si prometes no romper nada —responde Eva, sonriendo.
Él se ríe, y durante unos segundos, el ambiente se suaviza.
Parece una tarde cualquiera… hasta que recuerdo que no lo es.
Me alejo un poco, dejándolos solos, y desde la ventana los observo cargar las cajas al carro.
Ella le dice algo que no escucho, él se acerca demasiado.
Sus manos se rozan.
Y ahí, en ese gesto torpe y lleno de ternura, entiendo que lo que empezó como una curiosidad entre ellos se convirtió en algo más.
Algo que no tuvieron tiempo de explorar.
Kyle baja la mirada, nervioso.
—Supongo que… esto es un adiós —dice, con la voz baja.
Eva traga saliva, intentando no llorar.
—No soy buena con los adioses —responde.
—Entonces digamos que es un “hasta pronto”.
—Eso suena mejor. —Fuerza una sonrisa.
Él la abraza. No de esos abrazos rápidos y fríos, sino de los que se sienten en el alma.
De los que uno no quiere soltar.
Me giro, dándoles privacidad.
Pero aun así, escucho cuando él susurra:
—Cuídate, ¿sí? Y… no te olvides de mí.
—Eso sería imposible. —Su voz se quiebra un poco.
Cuando se separan, ambos fingen estar bien.
Pero los ojos de Eva están húmedos, y los de Kyle también.
Y en ese instante entiendo que hay amores que nacen tarde, pero dejan raíces profundas.
La noche cae, y el último rayo de sol se cuela por la ventana de su habitación.
Las cajas ya están cerradas, las maletas listas.
Solo quedamos nosotras, rodeadas de recuerdos.
—No puedo creer que esto sea real —le digo, intentando mantener la voz firme.
—Yo tampoco —responde, sentándose en el borde de la cama—. Pero supongo que así es crecer, ¿no? Aprender a irte de lugares que te hicieron bien.
Me siento a su lado.
Hay mil cosas que quiero decirle, pero ninguna parece suficiente.
—Gracias —susurro.
—¿Por qué?
—Por quedarte conmigo cuando nadie más lo hizo. Por defenderme, por hacerme reír, por… por no dejarme desaparecer.
Ella sonríe, con los ojos llenos de lágrimas.
—Alice… no te quedaste por mí. Te quedaste por ti. Yo solo te recordé que podías hacerlo.
Quiero creerle. Quiero pensar que, tal vez, algo en mí aprendió a ser valiente.
—¿Y qué voy a hacer ahora sin ti? —pregunto, con un nudo en la garganta.
—Vivir. —Su respuesta es tan simple que duele—. Vas a seguir viviendo, y vas a seguir sanando. No necesitas que alguien te sostenga para hacerlo.
La miro. Es mi mejor amiga, mi hermana elegida, la única persona que me conoció sin filtros.
Y justo cuando me doy cuenta de cuánto la amo, también entiendo que no puedo detenerla.
Ella toma mis manos, apretándolas fuerte.
—Prométeme algo —dice.
—Lo que quieras.
—No te olvides de quién eras antes de querer gustarle al mundo.
Su voz tiembla, pero sus palabras me atraviesan como una verdad que había olvidado.
Porque sí, en medio de todo —de la ansiedad, de las apariencias, de Ethan, de los rumores—, me perdí intentando ser algo que todos aprobaran.
Y Eva siempre fue el recordatorio de lo que realmente soy: una chica sencilla, sensible, con miedo… pero con corazón.
Lloramos.
Sin disimular, sin miedo, sin necesidad de escondernos.
Solo dos amigas abrazadas en medio de una habitación medio vacía, dejando que el silencio diga lo que las palabras no pueden.
A la mañana siguiente, el taxi la espera afuera.
El motor encendido, el conductor impaciente, el cielo nublado como si acompañara la despedida.
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Editado: 06.10.2025