Ethan narrando)
Hay días en los que el cansancio no se siente en los músculos, sino en el alma.
Te levantas, trabajas, sonríes un poco, finges que todo va bien… pero por dentro estás vacío.
Desde que papá perdió el empleo, he tratado de hacer más horas en la tienda, aunque apenas me paguen lo suficiente.
Las cuentas se acumulan, la nevera se vacía más rápido, y él… cada día parece más apagado.
Verlo así duele.
Duele más que cualquier burla o fracaso.
Porque papá siempre fue mi ejemplo de fortaleza, el tipo que arreglaba cualquier cosa con un par de herramientas y una sonrisa.
Y ahora, ni siquiera puede arreglar su propia tristeza.
---
El lunes, cuando vuelvo del trabajo, lo encuentro sentado frente al televisor apagado.
Mira la pantalla como si esperara que le hablara.
—¿Tuviste suerte hoy? —pregunto, dejando mi mochila.
—No —responde con un suspiro—. Fui a tres lugares y nada. Dicen que están recortando personal, no contratando.
Intento sonreír, pero me duele verlo así.
Sus manos, las mismas que me enseñaron a andar en bicicleta, tiemblan ligeramente sobre las rodillas.
—No te preocupes, papá. Algo saldrá.
—¿Sabes cuántas veces he dicho eso esta semana? —ríe sin humor—.
—Una más no hace daño. —Intento sonar optimista, pero la voz me tiembla.
Se levanta, me da una palmada en el hombro y va hacia su habitación.
La puerta se cierra, y yo me quedo mirando el vacío.
---
Al día siguiente, Alice me escribe un mensaje corto:
> “¿Puedes pasar por el parque después del trabajo? Necesito verte.”
Llego cansado, con el uniforme todavía puesto y las manos manchadas de grasa, pero verla me cambia el humor.
Está sentada en uno de los bancos, con el cabello suelto y una expresión que mezcla nervios y ternura.
—Hola —digo, intentando sonar normal.
—Hola. —Me mira y sonríe suavemente—. Estuve pensando en algo.
Eso ya me asusta. Cuando Alice “piensa en algo”, el mundo tiembla un poquito.
—¿Qué hiciste? —pregunto, medio en broma.
—Nada malo —responde, riéndose nerviosa—. Solo hablé con mi papá.
—¿Con tu papá? ¿Por qué?
Toma aire, como quien se prepara para lanzarse desde una altura.
—Le conté sobre tu situación… lo del trabajo de tu papá.
La miro, confundido.
—¿Qué? ¿Por qué hiciste eso?
—Porque sé lo que se siente ver a alguien que amas perder la esperanza. Y no quería quedarme de brazos cruzados.
—Alice… —Empiezo a hablar, pero ella me interrumpe con suavidad.
—Mi papá tiene una empresa de mantenimiento y construcción. Le pedí que, al menos, le diera una entrevista.
—¿Y él qué dijo? —pregunto, sin atreverme a esperar demasiado.
—Que hablaría con él. Dijo que si su experiencia es como la que le conté, merece una oportunidad.
Me quedo en silencio. No sé si reír, llorar o abrazarla.
Siento que el aire se espesa y que el corazón me golpea con fuerza en el pecho.
—Alice… —repito, apenas en un susurro—. No tenías que hacerlo.
—Sí tenía. —Sus ojos se llenan de luz—. A veces las segundas oportunidades no llegan solas. Alguien tiene que abrir la puerta.
---
Esa noche, cuando llego a casa, papá está en el teléfono.
Lo escucho hablar en voz baja, con una mezcla de nervios y emoción que no le había oído en semanas.
—Sí, señor. Tengo disponibilidad inmediata… Sí, mañana mismo… Muchas gracias.
Cuando cuelga, sus ojos brillan como hacía tiempo no lo hacían.
—Era el señor Álvarez —dice, casi sin creerlo—. Me ofreció trabajo en su empresa de mantenimiento. Empiezo mañana.
Me quedo quieto, procesando lo que acaba de decir.
El señor Álvarez.
El papá de Alice.
Papá me abraza con fuerza, riendo, y siento algo que había olvidado: esperanza.
Una esperanza que huele a café recién hecho y a aire limpio después de la tormenta.
---
Al día siguiente, busco a Alice.
No para agradecerle con palabras —porque sé que ninguna sería suficiente—, sino porque necesito verla.
La encuentro en la cafetería de siempre, hojeando un libro.
Cuando me acerco, levanta la mirada, y su sonrisa es tan sincera que me deja sin habla.
—Funcionó —digo, con la voz quebrada.
—¿Lo llamaron?
—Sí. Empieza mañana.
Ella se tapa la boca con las manos, sorprendida.
—Ethan, eso es increíble.
No pienso. No lo planeo. Solo la abrazo.
Un abrazo largo, intenso, que dice todo lo que no sé decir.
Siento su corazón latiendo contra el mío.
Y en ese momento, todo el peso de los últimos meses —la culpa, la frustración, la impotencia— se disuelve.
—No sabía que alguien podía creer en mí de esa forma… —susurro, con la voz temblorosa—. Cuando ni yo podía hacerlo.
Ella se separa apenas para mirarme a los ojos.
—A veces lo único que necesitamos es que alguien vea en nosotros lo que hemos olvidado.
Sonrío, porque tiene razón.
Alice siempre tiene razón.
---
Esa noche, mientras acompaño a papá en su primer día de preparación, siento que algo ha cambiado.
Ya no hay ese silencio incómodo durante la cena, ni ese aire de derrota en la casa.
Ahora hay risas, planes, vida.
Y todo, porque alguien decidió creer.
Miro el cielo desde la ventana, y pienso que las segundas oportunidades no siempre llegan con ruido.
A veces se presentan en forma de una voz suave, de una mano extendida, o de una chica que no se rinde.
Y si algo he aprendido de Alice, es esto:
La verdadera fuerza no está en aguantar solo.
Está en dejarte ayudar.
#43 en Joven Adulto
#1470 en Novela romántica
#amor y desamor, #amor# pasion# desiciones, romance #superacion#autoestima
Editado: 06.10.2025